La encrucijada social en la que nos vemos inmersos a nivel global, está causando una serie de desórdenes con consecuencias psicoemocinales cada vez mayores.
El grado de insatisfacción, consecuencia del complicado momento social en que vivimos aumenta a pasos agigantados. Terapias como mindfulness o numerosas versiones de la meditación histórica se implementan cada vez más como solución a necesidades contemporáneas de estrés, ansiedad, depresión o insomnio entre otras.
Si bien el avance de las necesidades acentúa la búsqueda de soluciones, parece que todavía estamos muy lejos de solucionar problemas que tienen que ver el sufrimiento relacionado con el sentido vital, claro malestar contemporáneo, pues una época de crisis se refleja en todos los ámbitos y por tanto también en el psicológico. Preguntas como ¿quién somos? o ¿hacia dónde vamos? Quedan muy lejos de ser respondidas por las diferentes disciplinas.
Afortunadamente, las ciencias siguen avanzando, aportando su grano de arena en poder aportar el bienestar deseado de todo individuo. En nuestra sociedad, sabemos que delegamos el dolor físico al profesional de la sanidad, porque hasta la fecha es el que ha podido combatirlo.
¿Qué sucede con el dolor de carácter emocional, aquello que llamamos dolor psicológico, trauma o sufrimiento?
Un nuevo avance en terapias, basado en estudios neurocientíficos, aporta soluciones con tratamientos muy diferentes hasta los practicados hasta la fecha. Entrevistamos a dos terapeutas que nos explican en qué consisten estas técnicas: Ana Farré y Oriol Lugo, ambos Psicólogos y expertos en Terapias Neurocientíficas. Investigadores en la Facultad de Psicología Blanquera de Barcelona y creadores del OWL INSTITUTE. Institut Psicològic.
A tal efecto, nos interesa tanto saber en qué consisten estas técnicas, su efectividad, y como psicólogos, que problemáticas sobretodo tratan en sus consultas. Más allá de los casos de problemas de fobias personales de no demasiada embergadura y que se pueden solucionar con pocas sesiones, nos comentan que a nivel social tratan muchos casos de buying escolar y en jóvenes se encuentran con muchos casos de falta de proyección en la vida.
Nos explican que las terapias neurocientíficas nacen a finales de los años 80, aunque es en este momento que han cobrado más auge e implementación. La psicóloga americana Francine Shapiro crea un nuevo tratamiento basado en los conocimientos que la neurociencia tiene sobre la fase REM del sueño. Durante esta fase del sueño, el movimiento ocular es muy rápido y es el momento en que se libera el estrés acumulado. Aprovechando la consecuencia del movimiento rápido ocular, crea la terapia denominada EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento a través del Movimiento Ocular).
El terapeuta, pide a la persona que piense en el problema que le afecta y acto seguido que siga el movimiento horizontal de los dedos del terapeuta, provocando así un estado similar al de la fase REM de sueño y permitiendo que la amígdala reduzca los niveles de estrés.
Esta técnica se aplica en hospitales y centros sanitarios de España, como en la unidad de víctimas de agresiones sexuales del Hospital Clínic de Barcelona, para resolver traumas donde las víctimas pueden verse gravemente afectadas y necesitan terapias profundas, rápidas y efectivas. Las respuestas son rápidas y eficaces, permitiendo que aquello que provocaba un trauma en la persona afectada pierda fuerza, y le permita integrarlo con mayor facilidad, hasta convertirse en algo no doloroso y permitir así espacio mental para aflorar sus propios recursos internos de seguridad, valentía, amor, en un proceso de superarlo.
La terapia está reconocida por la OMS y se está utilizando en casos de protocolos de equipos de emergencia ante víctimas del terrorismo, catástrofes naturales o conflictos bélicos.
Si bien la EMRD es la terapia madre y pionera de las terapias neurocientíficas, en la actualidad hay cuatro principales como el Coaching Wingwave, que permite ir al origen del trauma mediante un test de kinesiología; el Brainspotting, que permite detectar los puntos oculares que conectan con el trauma en una suerte de “espacio de representación”, donde el ojo del paciente, siguiendo un puntero que el terapeuta mueve frente a él, arriba, abajo, a los lados, se localiza “el lugar” y el trauma asociado, viéndolo como un espectador, fuera de él. Esto hace que la situación perturbadora pierda intensidad. Finalmente, las TIC (Terapias de Integración Cerebral), basadas en la estimulación bilateral de los dos hemisferios cerebrales, permitiendo que conecten y así reducir niveles de estrés y ansiedad.