Con la irrupción de Trump, el tablero político mundial se encuentra en jaque. Pocos con dos dedos de frente se hubiesen imaginado que los dardos contra el neoliberalismo, la versión descarnada del capitalismo, provendrían del nacionalpopulismo. El comunismo, el socialismo, el humanismo, el liberalismo parecen verse sobrepasados por esta nueva ola nacionalista y populista.
Una ola que es consecuencia del descrédito de los principales actores de la política, quienes han defraudado las expectativas, las esperanzas de los ciudadanos que depositaron su confianza en ellos. Descrédito que tiene su origen en la corrupción, la que a su vez se explica por la subordinación de la política a la economía. Esta última es la que ha estado definiendo el quehacer político, reduciéndola a la más mínima expresión, máximo logro del neoliberalismo que se ha asociado al internacionalismo y a la globalización por la promoción de tratados de libre comercio, el derrumbe de las barreras arancelarias, de las restricciones al comercio exterior.
Lo curioso es que esta ola nacionalista y populista que está inundando al mundo entero está siendo encabezada por quienes más han usufructuado de estas políticas neoliberales. Es el caso de Trump en EEUU, quien ahora reivindica la protección de los intereses nacionales con independencia del resto del mundo. Y quienes se han visto más perjudicados con las políticas neoliberales no atinan sino a volcar sus ojos en personajes como Trump.
Los causantes últimos del descrédito de la política y los políticos, los dueños del dinero, lograron lo que parecía imposible, que los ciudadanos depositen su confianza en ellos. Desgraciadamente la historia es bastante elocuente al respecto. Basta recordar que los más grandes conflictos, tanto a nivel mundial, como nacional, han tenido lugar cuando la política ha sido asumida por personajes que se dicen ajenos a ella –independientes, apolíticos, militares, religiosos, empresarios-.
Lo expuesto no exime a la clase política de su responsabilidad en la situación actual que se está viviendo y nos obliga, más que nunca, a redoblar los esfuerzos por atajar una ola que nos retrotrae a tiempos de barbarie que lleva a vernos como enemigos antes que como hermanos.