La violación de los derechos humanos en Argentina tiene rostro de mujer. Es el rostro de Milagro Sala.
Es ese rostro que representa siglos de injusticia acumulada. La injusticia de la marginalidad, la pobreza, el despojo, la humillación padecida, aunque no asumida.
Por eso Milagro se plantó ante esa herencia obligada, que parecía no tener fin, que parecía no tener salida, esa herencia de injusticia naturalizada, que nada más podía esperar, más que la limosna que cada gobierno se encargaba de renovar cada cuatro años.
Y tuvo la capacidad, el coraje y la desobediencia frente a un futuro que viene determinado desde siempre para esa franja de la sociedad, la que justifica y da sustento a la repetida afirmación de que “siempre hubo y habrá pobres”.
Y Milagro sabe que siempre hubo pobres, como sabe que siempre hubo canallas, perversos, apropiadores, injustos, antidemocráticos, en suma, violentos. Y decidió enfrentarlos para darle un giro a la dirección de esa historia.
Sólo necesitaba tener la posibilidad de mostrar con experiencia concreta que el problema de siglos es la negación sostenida, por parte de los gobernantes, del acceso a derechos en condiciones de igualdad. Y es que el solo imperio de igualdad ante la ley no aseguraba la compensación de esos siglos de postergación.
Era necesario poner las condiciones, igualar en oportunidades a los marginados de siglos, igualarlos en oportunidades con aquellos que siempre tuvieron la oportunidad.
Y fue esa posibilidad de poner un piso de igualdad lo que habilitaron los gobiernos de Néstor y Cristina a Milagro y a su organización, la Tupac Amaru.
El gobernador jujeño Gerardo Morales, en su intento destructivo, está engrandeciendo la figura de Milagro y confirmando la fortaleza y el sentido de una lucha social que ya es ejemplo en el mundo entero. Una lucha con construcción, una lucha con las armas del trabajo, la inclusión y la dignidad.
Los gusanos están saliendo de la manzana, pero no nacieron ahora, siempre estuvieron ahí. Han operado en la política local y nacional, con la misma perversión, con la misma brutalidad.
El caso Milagro resume y exhibe no sólo las inmoralidades de Morales, sino las de la política criminal de Macri, de gran violencia en todos los campos. Lo único que ha crecido en Argentina durante su gobierno es la violencia: la violencia de los despidos, de la destrucción de la industria nacional, de la entrega de la soberanía, la violencia concentradora de despojo al pueblo trabajador.
La historia de Milagro es la fuerza de la intención y el espíritu humano.
¿Dónde anida sino la fuerza que impulsa a la rebelión? La rebelión contra lo dado, lo no elegido, contra la injusticia, no sólo contra el acto injusto, sino contra la metodología de la violencia que se impone, se justifica, se naturaliza y termina instalándose en la conciencia humana.
¿Dónde sino está la fuerza para rebelarse construyendo, abriendo futuro, aportando a cada paso libertad y promoviendo la liberación de grandes conjuntos humanos?
Esa fuerza es la del espíritu humano que, a pesar de todo, siempre se abre paso habilitando la expresión de las mejores aspiraciones.
Y Milagro hizo lo que hizo, y va a seguir haciendo, movida desde ese lugar profundo, donde anida lo sagrado, lo que no tiene límite…
Milagro posee una gran rebeldía y, sobre todo, una gran espiritualidad, forjada en una cultura donde lo humano ocupa un lugar central, en contraposición a la externidad de la cultura materialista y violenta en la que estamos inmersos.
A diferencia de sus torturadores, Milagro mantiene intacta su libertad aún entre rejas. Mientras la canalla -que dispone de todos recursos materiales para comprar delatores, corruptos e injustos- está irremediablemente encadenada al resentimiento, el odio y la venganza, habitando no ya la oscuridad de una celda, sino la de un espíritu decadente.
¡Fuerza Milagro!
Estas son algunas reflexiones con motivo de la visita que un grupo de militantes humanistas hicimos a Milagro Sala días antes de su cumpleaños, febrero de 2017.