Este domingo ecuatorianas y ecuatorianos tuvieron en las urnas una difícil misión. Defender una Revolución no es fácil, ya que como enseña la historia, no es Revolución si no hay reacción contraria. La inercia, la desidia, la nostalgia, pero sobre todo, los intereses individuales o corporativos se oponen a dar lugar a la mejoría de situación de las mayorías. Se oponen, sobre todo, a dejar a las mayorías decidir en libertad sobre el modo en el que quieren vivir, sin ser esclavos de su condición de origen, sin ser siervos de quienes sacan provecho de injustas ventajas obtenidas en el transcurso de una historia social de apropiación violenta.
Y entre revolución y reacción se entabla, por distintos medios, una lucha desgarradora entre quienes toman confianza y alimentan su esperanza con los pequeños o enormes avances que vislumbran y entre quienes quieren volver todo atrás, a “fojas cero”, como se dice en leguleyo, o sea, hasta antes que la primera página de esa historia de reivindicaciones populares fuera escrita.
En Ecuador triunfó el Sí. De entre los poco menos de trece millones de habilitados para votar, concurrió un número superior a los diez millones, probablemente los compelidos por ley a hacerlo. Los que se ausentaron, bastante más de dos millones, constituyen una cifra que posiblemente incluye a muchos de los más de 600 mil jóvenes entre 16 y 18 años y el millón largo de ciudadanos mayores de 65 años cuyo voto no es obligatorio.
Otro importante contingente, cercano al 10% del total no se pronunció por ninguno, pero es casi seguro que quiso pronunciarse contra todos los candidatos. En una minoría de ellos, prevaleció una actitud de exigencia crítica de los límites del sistema actual, pero la gran mayoría, se hizo eco de la incesante prédica mediática que va sembrando desconfianza y rechazo hacia “lo político”, creando así un resquemor casi instintivo y una apatía de facto en relación a la acción social masiva y organizada.
Dicha propaganda de los medios privados, acompañada de una fuerte campaña en las redes (todo digitado, organizado y financiado por la internacional de los ricos y sus lacayos, con complicidad de ex reyezuelos locales) apuntó precisamente a debilitar la imagen de los candidatos del proyecto oficialista mediante denuncias y autoinculpaciones de personajes prófugos. Un modelo ya seguido en otros países como Bolivia – la mentira del supuesto hijo oculto de Evo – , Argentina – además de muchos otros infundios, la acusación de vinculación del candidato kirchnerista a gobernador en Buenos Aires (provincia decisiva en el mapa electoral argentino) a supuestos negocios ligados al tráfico de estupefacientes o en el Brasil, la infamia cotidiana de la Red O Globo que allanò el camino a la destitución de una presidenta legítima por tecnicismos contables a manos de parlamentarios imputados por corrupción endémica.
A pesar de las andanadas atroces en los medios, un gran número de ecuatorianas y ecuatorianos dijo Sí a la continuidad de la Revolución Ciudadana. Un número apenas mayor o menor al 40% – dato que al escribirse estas líneas aún no se ha hecho oficial por imprecisiones propias de un evento electoral masivo – con una diferencia de más de un millón de votos en relación al perseguidor más inmediato, el banquero Lasso. En personas de buena fe, dicha diferencia debería ser factor moral suficiente para declinar cualquier pretensión a revertir el resultado, mucho más si el candidato ganador está prácticamente en la proporción prevista para finalizar la contienda. Pero la estrechez de miras impide la grandeza necesaria para lograr el bienestar social, dato que debería conservar en su memoria el pueblo indeciso, abstinente o renuente, que será decisivo si es que los guarismos son ínfimamente esquivos a la conclusión del proceso en primera vuelta.
También ganó el Sí en la consulta popular sobre la prohibición de asumir cargo alguno en el caso de que alguien posea cuentas o bienes en paraísos fiscales. Dicha consulta, inimaginable en un mundo social honorable e indispensable en el mundo real de la elusión y la evasión fiscal, ganó por 55 a 45. Si uno piensa en la sencillez de prohibir que alguien que oculta enormes sumas – que podrían en forma de impuestos garantizar salud, educación, vivienda o cultura para millones de seres humanos privados de ello – pretenda ocupar cargos públicos, supuestamente sirviendo al conjunto de la población, el resultado debería haber sido 99 a 1. Pero retorcidos argumentos se han interpuesto para desinformar a la opinión pública y hacer que algo tan obvio no lo parezca.
Por último, y no menos importante, ganó el Sí en la Asamblea Nacional, quedando un número aproximado a los 70 escaños para la Alianza gobernante, mayoría que garantiza que se defenderá lo conquistado socialmente y se podrá avanzar por sobre los obstáculos que continuarán sembrando conservadores y retrógrados de distinta laya.
Ganó el Sí porque estas mayorías parlamentarias continuarán construyendo la integración regional, afirmando la soberanía popular, el multilateralismo y la cooperación Sur-Sur, oponiéndose a la guerra, al armamentismo y a la ley del más fuerte a nivel internacional.
Porque es más difícil construir que destruir, e incomparablemente mejor proponer que oponer. Porque es inmensamente más difícil articular posiciones y mayorías que permanecer pontificando y criticando desde una minoría autosuficiente. Porque es más arduo cambiar que conservar e infinitamente más arriesgado actuar que observar. Porque no es sencillo comprender aquello que es imprescindible y hacer comprender que lo trabajoso no es imposible. Porque es de valientes abrir la fe de los pueblos en su derecho a evolucionar y es apenas mediocre la mejor verdad de los escépticos. Y porque, sobre todo, accionar en conjunto a otros por el beneficio de todos es la exacta contracara del hedonismo de la indiferencia individualista.
Por todo eso, felicito el inobjetable triunfo de Alianza País en el Ecuador y agradezco el esfuerzo de quienes lo han hecho posible, no sólo para los que habitan el Ecuador, sino también en nombre de la causa que nos hermana, la nación latinoamericana, preludio de la unión fraterna de los pueblos del mundo.