Por Federico Larsen
“No le des con palo, no le des con piedra, dale con Correa, para que les duela”, entonaba un grupo de mujeres frente al palacio presidencial a poco menos de una semana de las elecciones generales ecuatorianas. Vestidas con campera de cuero, prolijamente maquilladas y teñidas, agitaban frente a sus gafas oscuras un retrato del presidente saliente mientras esperaban la tradicional ceremonia del cambio de la Guardia Presidencial que se realiza cada lunes en el centro histórico de Quito. Frente a ellas, otra mujer, con los mismos atuendos y similar vehemencia, denunciaba detrás de un megáfono el “robo” de su finca a manos de la clase política gobernante, en medio de los abucheos de decenas de militantes oficialistas que la rodeaban con sus banderas verdes.
Esta escena, es una de las pocas situaciones de tensión que el viajero podría apreciar en las calles del Ecuador en la previa de las elecciones del 19 de febrero. Y de hecho, es esta una de las características del clima pre-electoral en el país: las feroces discusiones y acusaciones cruzadas que imperan en los medios, no se ven reflejadas en los bares y las plazas. Pocos están dispuestos a hablar de las elecciones, y quienes lo hacen, se limitan a confesar su indecisión o total desconocimiento sobre a cuál candidato van a votar. Inclusive el debate presidencial, celebrado el domingo 5 en los estudios del diario opositor El Comercio, con los ocho candidatos y transmitido por más de 200 medios en el país y en el exterior, tuvo muy poco rating y menor repercusión. En las casas y cantinas, la gente prefirió mirar el Super Bowl o alguno de los tantos canales de novelas que ofrece la televisión ecuatoriana.
Y las encuestas efectivamente reflejan este mismo panorama. Todas, sin exclusión, dan por ganadora la fórmula oficialista compuesta por dos ex vice-presidentes de Correa, Lenin Moreno y Jorge Glas, seguidos por el ex banquero Guillermo Lasso y la democristiana Cynthia Viteri. Pero también todas coinciden en que aún a una semana de las elecciones, el número de indecisos es altísimo, entre el 20 y el 30% según la fuente. Aún más aguerrida será la elección de los 137 miembros de la Asamblea Nacional, de cuyo control depende la continuidad de buena parte de las políticas impulsadas por el actual gobierno, en un país donde los líderes locales cuentan con más influencia que las figuras nacionales. Este escenario favorece claramente a la oposición, ya que de no llegar al 40% de los votos, con un 10 de diferencia con el segundo, Lenin Moreno se vería obligado a enfrentar una segunda vuelta, donde podría pesar la capacidad aglutinadora de la genérica consigna del “cambio” en favor de la oposición. De allí que el segundo cantito del repertorio de las mujeres frente al palacio de Carondelet fuera “en una sola vuelta, Lenin presidente”.
Viejas consignas en nuevos escenarios
Que los locales no rebalsen de agitadas discusiones políticas no significa que la campaña electoral sea silenciosa u oculta. Por el contrario, en las calles del Ecuador son más que visibles los apoyos que la población expresa hacia tal o cual candidato. Los comerciantes exhiben sin miedo fotografías del candidato que van a votar y montañitas de volantes proselitistas al lado de la caja registradora. Autos, camionetas y hasta autobuses de larga distancia llevan consignas electorales de tal o cual partido en su luneta trasera. Las 4×4 cargadas de parlantes difunden hasta en el más recóndito pueblito de montaña las consignas partidistas. Los opositores machacan sobre la letanía ya conocida en otras partes de América Latina, basada en la denuncia de la corrupción, la crispación social a causa de la política y la inseguridad, remarcando siempre la palabra Cambio. Los oficialistas, conscientes de que los casos de corrupción descubiertos en los últimos meses debilitan la campaña de Lenin, insisten en la transparencia de la continuidad que se viene.
La carta de la corrupción es, efectivamente, la que más rédito le está dando hoy al amplio arco opositor. Desde el caso Oderbrecht, que involucra a 35,5 millones de dólares repartidos entre funcionarios ecuatorianos desde 2006, pasando por las sospechas sobre coimas en Petroecuador -ventiladas por un ex ministro de Correa desde el exterior- y hasta el uso y las deudas de los fondos de la seguridad social, la prensa y la oposición han insistido sistemáticamente en fomentar las dudas sobre la legitimidad de las acciones de gobierno. Pero más que para el molino de la derecha, esta campaña de desprestigio parece engordar al ya enorme ejército de los indecisos. “Ya decidí que no voy a volver a votar a los de Correa. Son demasiado corruptos”, confiesa Marianela, joven dueña de un hostal en la costa. “Pero del otro lado está el banquero, que no se si no es lo mismo”.
Guillermo Lasso es el candidato con mayores chances de enfrentar a Lenin Moreno en una posible segunda vuelta. Descendiente de una tradicional familia de poder en Ecuador, es el presidente ejecutivo del Banco Guayaquil y fue Superministro de Economía y Energía en el gobierno de Jamil Mahuad -quien lo había nombrado Gobernador de la Provincia del Guayas un año antes- entre agosto y septiembre de 1999, que inventó ese cargo para enfrentar la gravísima crisis financiera que vivía el país. Esa situación derivó en el famoso “feriado bancario” del 99, en la que se suspendieron las actividades financieras durante cinco días, se declaró la quiebra de varios bancos y se trasladaron todos los costos del rescate al Estado, que suprimió gastos sociales y congeló los depósitos de la población. Una crisis social de enormes dimensiones -que, a la larga, confluyó en la dolarización del sistema monetario ecuatoriano- provocada en buena medida por las políticas de liberalización y flexibilización que el mismo Lasso propone en su campaña.
El Ecuador de Correa y el de Lenin
Pero si de calles se trata, el oficialismo tiene una carta inmejorable: los miles de kilómetros de rutas y modernas autopistas trazadas bajo el gobierno de Correa en todo el país se han convertido en un símbolo del cambio que Alianza PAIS ha generado en los últimos diez años de gobierno. Entre 2006 y 2016 el Ecuador ha crecido a un ritmo del 3,8% anual con picos de más del 7% en 2007. Con una mezcla de reforma del modelo productivo, incentivos al consumo, mejora de la distribución de la riqueza y, especialmente, gracias a los altos precios del petroleo para la exportación, el gobierno ecuatoriano ha logrado modificar sensiblemente las condiciones de vida de la población y mejorar los servicios públicos. Las terminales de autobus de las principales ciudades, limpias, nuevas y funcionales, son un emblema arquitectónico de la modernización implementada en la última década, al igual que los nuevos hospitales y las salas de primeros auxilios. Los datos macroeconómicos confirman que los sectores de mayor inversión en los últimos años fueron los de Enseñanza y Servicios Sociales y de Salud, Refinación de petróleo y Suministro de electricidad y agua, que sumados a las obras de infraestructura vial dan un panorama relativamente completo de lo que la Revolución Ciudadana llevó a cabo en los últimos diez años. Y estas políticas públicas tuvieron claramente su correlato político. El de Correa es el primer gobierno, desde el retorno a la democracia en 1979, que logra una reelección y ya se convirtió en el más largo de la historia del Ecuador. Desde 1996 ningún presidente ecuatoriano había logrado terminar su mandato, y Correa está a punto de concluir el segundo. Esta estabilidad, impensada en la vida política del país, es seguramente un punto a favor de la “continuidad con cambios” que plantea el actual candidato oficialista.
Lenin Moreno es quizás uno de los mejores representantes del proceso político que vivió Alianza PAIS en los últimos años. Pequeño empresario ligado a la industria del turismo perdió la movilidad de sus piernas tras un asalto en 1998, y comenzó una larga trayectoria como motivador y activista de los derechos de las personas con discapacidad. Fue vice presidente de Correa desde 2007 hasta en 2013, cuando aceptó el cargo de Enviado Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre Discapacidad y Accesibilidad que le propuso el ex secretario general de la ONU Ban Ki-Moon. Se fue a Ginebra dejando una aceptación superior al 80% en su país, motivo por el cual su partido le propuso la candidatura a presidente. Dentro de Alianza PAIS, Lenin representa un sector que sostiene la necesidad de morigerar los términos de la disputa con la oposición, permitir un mayor diálogo con diferentes sectores sociales, sin modificar estructuralmente el modelo económico que se ha mantenido hasta la actualidad. Una propuesta que cosecha -por afinidad o por necesidad- la adhesión de la inmensa mayoría del partido, y que también abre el interrogante en torno a la figura de Correa como dirigente político en el futuro próximo de su país. Lo que queda claro es que, de ser elegido, Lenin tendrá que apelar a nuevas recetas económico-sociales sin perder la impronta progresista, si quiere salir de la recesión en la que entró el país desde 2016. La caída del precio del petróleo y los alimentos -Ecuador es uno de los mayores exportadores de camarón, plátano y flores del mundo- y cierto estancamiento en la inversión y la producción -generado también por la expectativa de los resultados electorales- han frenado bruscamente el crecimiento ecuatoriano. A eso se le suma la oposición ya explícita de buena parte de los movimientos sociales y populares que llevaron al correismo al poder, y se vieron desplazados o hasta combatidos por las instituciones estatales y las decisiones económicas del gobierno.
Un conflicto visible
El viaje por las carreteras del Ecuador regala en época pre-electoral todo tipo de instantáneas, además de hermosos paisajes de la selva oriental, la sierra central o la costa occidental, las tres grandes regiones en las que se divide el país. Carteles de todo tipo y tamaño, pintadas en las paredes al costado de las rutas -muy prolijas y claras por cierto- son visibles prácticamente en cualquier parte del país, pero lo que llama la atención son las banderas. En los balcones, en las ventanas, en los techos de las casas es posible ver pequeñas banderas flameando, que representan tal o cual partido: verdes las de Lenin, blancas las de Lasso. Los colores de las banderas también parecen indicar, a veces, el sector social mayoritario del lugar en el que se está viajando. Hay una bandera, en particular que da esa sensación: la bandera de los colores del arco iris. En las calles del norte de Ambato, en la sierra central, donde el uniforme de la escuela es un poncho negro sobre camisa blanca, y las cholas llevan a sus hijos envueltos en mantas de colores en sus espaldas, las banderas de los colores del arco iris son mayoría. Lo mismo sucede en Otavalo, a dos horas al norte de Quito, en cuyas plazas casi sólo se escucha hablar quichua y en las calles el pueblo muestra todos los días los hermosos atuendos tradicionales que lo han hecho famoso en todo el mundo. Son las banderas del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, que junto con la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador (ECUARUNARI) representan las organizaciones más sólidas de los pueblos originarios. Pachakutik logró cierto crecimiento electoral en los últimos años, especialmente luego de tomar una postura claramente opositora tras el conflicto con Correa por la explotación petrolera de la reserva del Yasuni. La organización indígena tiene una clara y masiva presencia territorial en el oriente y centro del país, y son los principales luchadores contra el modelo extractivista que impulsa el gobierno central. Protagonizaron, junto con otros movimientos populares, los paros generales de 2015 y 2016, las largas marchas por la dignidad indígena y hasta enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en las protestas contra el hambre de su pueblo y el acoso a sus territorios. Actualmente llevan adelante sendas protestas contra la concesión minera a empresas chinas que amenaza con desalojar al pueblo Shuar en el oriente del país. Si bien han tenido históricamente posiciones ligadas a la izquierda anticapitalista, la conversión del correismo en el centro del debate político ecuatoriano derivó en la conformación de alianzas con sectores de oposición que no pertenecerían a priori a su arco natural de alianzas. Así, en estas elecciones los votos de las banderas arco iris irán al Acuerdo Nacional por el Cambio, conformado por Unidad Popular e Izquierda Democrática, además del Pachakutik, y que tiene como candidato a presidente al ex Jefe Del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas y ex alcalde de Quito, Paco Moncayo.
El paulatino alejamiento del movimiento gobernante de las bases que lo han llevado al poder es claro, y es uno de los temas de debate -y autocrítica- interno al gobierno y sus simpatizantes. En una de las tantas cartas que Lenin dirigió a la Secretaria Ejecutiva de Alianza PAIS el 30 de marzo de 2016, el actual candidato presidencial hacía una clara autocrítica al respecto y se preguntaba: “¿Qué nos ha alejado de algunas organizaciones de mujeres? ¿Qué nos ha alejado de sectores del Movimiento Indígena? ¿Qué nos ha alejado de algunos sectores de organizaciones ecologistas?”. El modelo extractivista, la posición fuertemente anti-abortista de Correa y parte de la dirigencia del partido, cierto verticalismo institucionalista y las denuncias por favoritismos y corrupción han, efectivamente, alejado a buena parte de las organizaciones sociales del gobierno ecuatoriano. Una ruptura clara y justificada, que sin embargo ante un escenario electoral incierto, podría costar caro al progresismo latinoamericano.