En los momentos más dramáticos y violentos de la historia humana, siempre ha habido alguien que ha tomado la valiente decisión de escuchar a su conciencia y ayudar a los perseguidos, a quienes están en peligro. Aunque significara desafiar las leyes, la ocupación militar implacable y exponerse a la posibilidad de represalias feroces. Sin embargo, muchos han aceptado este riesgo.
Los ejemplos son innumerables, pero tres en particular – dos del pasado y uno muy actual – muestran que siempre hay una luz, incluso en los momentos más oscuros.
En los Estados Unidos de la esclavitud, desde finales del siglo XVIII y hasta 1861, el año del inicio de la Guerra Civil, una red de rutas secretas y de refugios seguros ayudó a miles de esclavos a escapar de las plantaciones del Sur para llegar a los estados del norte y a Canadá. Sobre todo después de la aprobación, en 1850, de la Ley de Esclavos Fugitivos, que imponía incluso en los estados del norte la detención de cualquier sospechoso de ser esclavo fugitivo y su regreso al amo; los riesgos eran enormes. Como se describe en el bello y crudo libro de Colson Whitehead, «The Underground Railway», el castigo para los que ayudaron a los negros a menudo iba mucho más allá de los meses de prisión y las fuertes multas prescritas por la ley: se quemó casas y los linchamientos eran corrientes. Una sociedad que considera a los esclavos objetos de los que disponer según el capricho, no toleraba a los que los consideraban seres humanos y se vengaba atrozmente a fin de intentar restaurar el orden establecido.
Como comenta Hércules Ongaro en su libro «Resistencia no violenta», después del armisticio del 8 de septiembre de 1943, en la Italia ocupada por los nazis, cientos de miles de personas corrieron el riesgo de expulsión y arriesgaron la vida para ayudar a las categorías en mayor peligro: la de los soldados en ejercicio activo el 8 de septiembre, los judíos y los ex-prisioneros de los países aliados. Los resultados de estos increíbles actos de valor y solidaridad son poco conocidos, pero igualmente impresionantes: setecientos mil soldados pudieron regresar a sus hogares (de alrededor de un millón y medio), treinta y cinco mil judíos (de cuarenta y tres mil) y cuarenta ex-prisioneros aliados (de alrededor de ochenta mil) fueron salvados.
Y la terrible palabra «deporatción» está de vuelta en los Estados Unidos de Trump, donde se organiza la resistencia y la asistencia a los inmigrantes indocumentados que arriesgan la expulsión. Además de las permanentes manifestaciones de apoyo y solidaridad con los inmigrantes y refugiados, la ACLU (American Civil Liberties Union) está creando «equipos de respuesta rápida» con abogados y grupos locales para prestar asistencia jurídica a los que arriesgan la deportación. Varias ciudades, incluyendo Nueva York, Boston y San Francisco, y estados como Oregon se están moviendo para contrarrestar las medidas Trump contra los migrantes y las ciudades refugio decidieron darles la bienvenida. «Voy a hacer todo lo que es legal y está en mi poder para proteger a los que se sienten amenazados y vulnerables», dijo el alcalde de Boston, Marty Walsh. «Si es necesario, voy a utilizar el ayuntamiento como refugio para proteger a cualquier persona que esté en la mira injustamente.»
En California, representantes de diferentes religiones se han unido para formar una red, también definida como de «intervención veloz», para acoger en refugios seguros (no sólo en las iglesias y edificios religiosos, sino también en casas particulares) a cientos y posiblemente a miles de inmigrantes indocumentados. El uso de viviendas privadas ofrece mayor protección constitucional, ya que los agentes federales no pueden entrar sin una orden de judicial. La sinagoga de Hollywood Israel Temple está llena de voluntarios dispuestos a acompañar a los inmigrantes a las entrevistas con las autoridades, para ofrecerles asistencia legal gratuita y suministrarles casas de refugio con alimentos y ropa.
Nuestra Revolución, la organización de base puesta en marcha después de la campaña presidencial de Bernie Sanders, pidió a sus seguidores a «comprometerse a actuar localmente para proteger a las familias de inmigrantes y detener los ataques».
Ocultar a un inmigrante indocumentado es un delito que se castiga con la cárcel y quien está dispuesto a hacerlo, lo sabe. Al igual que en tantas otras situaciones similares en la historia, la motivación es simple: hacer lo que se considera coherente, cualquiera sean las consecuencias.