Entre el 17 y el 20 de Enero próximos, el enclave suizo de Davos-Klosters será sede del 47° Foro Económico Mundial. Ese encuentro funciona como uno de los dos clubes exclusivos donde las principales corporaciones coordinan directivas y lanzan lineamientos estratégicos. Junto al Club Bilderberg – un espacio menos visible y más reducido pero de características similares – el Foro de Davos pretende erigirse en una suerte de gobernanza global paralela de carácter privado, colocando al liderazgo, al emprendedurismo empresarial, la innovación tecnológica y a las formas verticales de dirección por sobre esquemas democráticos nacionales y formas tradicionales de articulación internacional como las Naciones Unidas.
En esta oportunidad, el último día de la cita coincide de manera sugestiva con la asunción del cuadragésimo quinto presidente norteamericano, el magnate inmobiliario Donald Trump. A pesar de contar con un perfil relativamente adecuado para el cónclave – al menos en lo que hace a capacidades monetarias –, Trump, mandatario electo de un país perteneciente al G-20, no está formalmente considerado en las invitaciones, ya que asume recién después. Sin embargo, está previsto que asistan miembros de su gobierno como el designado Director del Consejo Nacional Económico Gary Cohn – ex presidente del banco Goldman Sachs y participante regular en Davos.
Otras ausencias significativas – y algo sorpresivas – del mundo político, serán las de la canciller alemana Merkel y la del presidente francés Hollande. Otro ausente con aviso será el primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien anunció que tampoco asistirá a los actos protocolares con los que Trump asumirá su mandato, decisión por demás relevante, toda vez que ambos países están sumamente relacionados a través del espacio económico NAFTA.
En cuanto al Foro Económico Mundial el participante más destacado será sin duda alguna Xi Jinping, siendo la primera vez que un presidente chino acuda a esta hipercumbre del capitalismo.
Pero Trump, el gran ausente, estará presente en todas las mesas, exposiciones y diálogos. El fantasma del malestar mundial generado por la hipertrofia financiera y la concentración del capital asusta a los miembros del club de los ricos y tiene un nombre: populismo.
La sucesión de triunfos neonacionalistas como el de Trump o el Brexit junto a la previsión de los posibles avances políticos de la ultraderecha en las próximas elecciones en Holanda, Francia, Alemania o República Checa, hicieron sonar la alarma de los regentes del mundo corporativo. La amenaza cierta de que el proteccionismo modifique el tablero de la globalización que las corporaciones construyeron para facilitar sus movimientos, es un escenario ante el cual el concilio de Davos no puede permanecer pasivo.
La perspectiva de que una parte importante de las poblaciones, austerizada y pauperizada por la debacle sistémica, decida dar la espalda a regionalizaciones controladas por el poder económico como la Unión Europea, es una imagen que difícilmente pueda ser aceptada por los davoístas.
Como lo señala el texto de convocatoria al Foro de Davos 2017 cuyo lema es “Liderazgo sensible y responsable”: “El debilitamiento de múltiples sistemas ha erosionado la confianza en los niveles nacionales, regionales y globales. Y en ausencia de pasos innovadores y creíbles hacia su renovación, aumenta la probabilidad de una espiral descendente de la economía global impulsada por el proteccionismo, el populismo y el nativismo.”
Si no fuera por los sucesos políticos, el Foro continuaría impasiblemente avanzando hacia la reconversión capitalista que propugna y que ha dado en llamar la Cuarta Revolución Industrial.
Esta “revolución” – en palabras del fundador y presidente del Foro, el casi octogenario profesor alemán Klaus Schwab – “se caracteriza por la fusión de tecnologías que van borrando las líneas entre las esferas físicas, digitales y biológicas.“ Las anteriores revoluciones tecnológicas, señala Schwab, usaron agua y vapor para mecanizar la producción, electricidad para masificarla y a la electrónica y la informática para automatizarla.
Los impulsores de Davos – las principales empresas del planeta – ven en este “nuevo mundo” en desarrollo oportunidades exponenciales de negocios. En el marco de refinados prospectos empresariales, afectos a destacar las posibles ventajas para quien adquiera sus productos y adhiera a sus ilusiones, es claro que no puede faltar la alusión a las enormes posibilidades que esto podría brindar a millones de personas. En las argumentaciones sobre los beneficios potenciales, destaca hasta una posible “y completa (!)” reconversión del proceso degenerativo medioambiental – que esas mismas empresas han ocasionado -, posibilidades ilimitadas que derivan de la acción combinada e integrada – Schwab dixit – de “la inteligencia artificial, la robótica, la internet de las cosas, los vehículos autónomos, la impresión 3D, la nano- y biotecnología, las ciencias de la materia, los nuevos dispositivos de almacenamiento de energía y la computación cuántica.”
Estos caballeros de la orden (y a la orden) del dinero son atrevidos y se atreven a revolucionar el mundo. Lo único que parece permanecer inalterable en su imaginario es la existencia y preeminencia del poder económico por sobre el bienestar y la decisión soberana de las mayorías.
Sin embargo, en esta edición de Davos, no parece ser viable poder avanzar en los planes absolutistas de tecnologización social sin tomar en cuenta, mínimamente al menos, el caos social que produjeron anteriormente. Y producirán aún más, si las innovaciones tecnológicas toman la velocidad rasante que están deseando. Si hoy la miseria, el hambre y la desigualdad social asolan vastas latitudes, éstas corren peligro de incrementarse más aún si la “cuarta revolución” es manejada por estas corporaciones y sus lacayos.
Una completa e integrada automatización en la producción conlleva la eliminación de millones de puestos de trabajo. De no mediar una inversión de la relación de fuerzas entre el poder efectivo de los pueblos y el poder económico concentrado, ello significaría una atroz competencia entre asalariados, que mendigarían subsistencia a cambio de su entrega existencial total.
Los mismos analistas del campo corporativo auguran que es muy posible que se produzca un ensanchamiento de las brechas entre los segmentos mejor pagos – los que requieren conocimiento y especialización – y otro tipo de tareas – esencialmente servicios de poco valor agregado habitualmente reservados a los más pobres entre los pobres.
Lo que la transformación tecnológica podría significar para el ser humano – viéndolo en positivo –, una creciente liberación de tareas, un aumento de opciones y posibilidades creativas, una extensión de la vida y el bienestar, lo que podría llevar a una profunda e interesante reconsideración sobre perspectivas vitales que no tengan al trabajo como centro, principal condicionamiento o propósito excluyente, redundará tan sólo – de no haber mediación social y popular real – en un aumento de los rendimientos empresariales, arrojando a una gran parte de la humanidad al basural de la inadaptación y a la consiguiente descalificación como material desechable.
Aquello que preocupados empresarios, académicos y políticos temen en Davos, asociándolo a las tragedias del fascismo del siglo pasado, aquello que desprecian, tildándolo de “populismo” – evidenciando un rechazo visceral y plutocrático por lo “popular” – no es sino una señal clara que están dando las poblaciones en rechazo a las visiones empresariales de antaño, que prometían portentosos beneficios para todos por la ruta del neoliberalismo.
De algún modo, en la presente edición de Davos habrá algo que comienza a socializarse. La incertidumbre ya no parece ser sólo potestad exclusiva de los desposeídos.