Por Ana Carvallo
Con la inauguración el 20 de enero acercándose nerviosa y velozmente, muchos sienten desasosiego visceral frente a la perspectiva de un inexperto, vociferante y más bien vulgar sucesor liderando América más allá del 2017.
Desde luego, desde acá en Europa tenemos menos para preocuparnos, aunque parezca preocupante de todos modos. Después de todo la política exterior americana ha tenido un impacto definitorio en la política mundial por más de 70 años, y mientras su influencia se va tal vez debilitando con el desplazamiento hacia un escenario mundial de poder, más equilibrado, y lo que algunos académicos han llamado la declinación inevitable de la hegemonía americana, yo me siento inclinada a dudar de que los EU vayan a meter la cola entre las piernas en el futuro próximo.
Claramente, Trump ha producido ansiedad al interior del establecimiento americano acerca del posible descongelamiento de las frías relaciones con el presidente Putin, evidente en las regurgitaciones de retórica propia de la Guerra fría por parte de Obama y la CIA en cuanto a la importancia de mantener un puno de hierro en las relaciones con el Kremlin.
Ni que mencionar las acusaciones sin fundamento de que Trump, Putin y el co fundador de WikiLeaks, Julian Assange, se han coaligado en una conspiración para difundir noticias falsas, de algún modo responsables por el lavado de cerebro de una amplia sección de la nación induciéndola a votar por el hombre equivocado… para mí no suena convincente. Obama realiza los últimos y desesperados esfuerzos por endulzar la percepción de su administración.
Aunque Trump es detestable, veo su postura potencialmente menos provocativa hacia Rusia y el resto del mundo como un desarrollo positivo. Aunque sus comentarios recientes acerca de Israel han hecho sus intenciones en política exterior aún más ambiguas. Recientemente twitteo en respuesta a la condena por parte de John Kerry de los asentamientos ilegales de Israel en territorio ocupado, que “ya no podía tolerar más que se tratara a Israel con desdén”, y alentó a Israel a “mantenerse fuerte” hasta que el asumiera el día 20 de enero. También está hablando de mover la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalén, decisión que sin duda va a deteriorar aún más las relaciones con los Estados Árabes y con Palestina.
Entre otras cosas, me intriga saber qué va a pasar cuando esté en el poder. No porque tenga sentimientos negativos hacia el pueblo americano, sino porque veo potencialmente un débil rayo de luz al final de un túnel triste y pantanoso.
Nadie puede pretender que el sistema actual en los EU haya funcionado bien, que las masas estén satisfechas y que América tenga una democracia justa e igualitaria que atiende adecuadamente a las necesidades de su población.
Habiendo vivido en Nueva York por cinco meses en 2013, no pude evitar observar que más allá de los rascacielos deslumbrantes, existía mucha pobreza, falta de infraestructura moderna, así como fuertes divisiones sociales y raciales a pesar de ser una de las ciudades más ricas del mundo. Solo obtuve una pequeña muestra, uno no puede imaginarse las dificultades que se viven en algunas de las áreas más abandonadas del país.
Si las cosas estuviesen bien, el llamado de Trump apelando a los temores económicos de la América de los pequeños poblados, no le hubiera permitido ser elegido. Él no es una causa sino un síntoma de la insatisfacción profundamente enraizada y de la crisis presente en la sociedad americana el día de hoy. Tampoco Bernie Sanders hubiera podido sacudir al Sistema bi partidario como lo hizo, dando a los jóvenes un nuevo sentido de esperanza en cuanto a que existen otras e inspiradoras alternativas y sutilezas aun dentro del sistema bi partidista.
A lo que voy es al hecho de que a través de la historia son frecuentemente los eventos más cataclísmicos y sorprendentes los más adecuados para producir cambios positivos. Son necesarios una combinación de elementos interconectados, en un momento preciso del espacio y del tiempo, una mentación común y una generación particular para producir esa acción política coherente y bien direccionada. La historia ha producido numerosos ejemplos tales como el Movimiento de los Derechos Civiles en América, o en una escala menor el Movimiento Humanista en América Latina, nacido en un contexto único de dictaduras militares en América Central y del Sur.
Tal vez vamos a alcanzar un clímax, quien sabe… Después del 20 de enero las cosas se empezarán a ver muchísimo más claras.