Al momento de asumir Trump la presidencia de USA, Ronald Reagan quien fuera presidente en la década de los 80, debe estar revolcándose en su tumba. No sé si agarrándose la cabeza a dos manos por el estilo de su correligionario republicando Trump, y la relación que tiene éste último con Putin, el jerarca ruso; o aplaudiéndolo.
El mundo está expectante. Algunos temen lo peor, que concrete lo que sostuvo durante su campaña, esencialmente que expulse a millones de inmigrantes “ilegales”, que se desate una guerra comercial a través de políticas impositivas a empresas que han instalado sus fábricas en terceros países, y que los tratados de libre comercio vivan su ocaso.
Durante su campaña el eslogan de Trump caló hondo, “great again” (para volver a ser grandes) especialmente entre los trabajadores blancos, semianalfabetos, que han perdido su trabajo, que ven programas de televisión de chatarra y que se alimentan de comida chatarra. El país imperial, que no pocos admiran por su nivel de desarrollo, será gobernado por la antítesis de lo que es y fue Obama, su predecesor. Pasando a llevar todos los conductos regulares, diplomáticos, formales, desde que fue elegido hasta el momento de asumir, ha tenido la desfachatez de usar una red social (twitter) para pautear a quienes serían sus colaboradores, a sus compatriotas y al mundo entero, respecto de lo que hará.
Otros, los menos, afirman que no pasará nada, porque USA posee un sistema democrático consolidado, con equilibro de poderes, donde ningún presidente puede hacer lo que quiere. Se reafirman en que otra cosa es con guitarra. Y que de saltarse las reglas establecidas, no alcanzaría a terminar su presidencia. Es lo que apuestan no pocos si es que pretende concretar algunas de las acciones comprometidas a lo largo de su campaña.
El mundo está expectante porque percibe que la responsabilidad de gobernar una potencia atómica no es broma, porque teme un regreso a los tiempos de la guerra fría, ya no con la Unión Soviética ni con Rusia, sino con China. Una China muy distinta a la China campesina y empobrecida de Mao, una China que ya es una potencia mundial. Una China comunista en el plano político, con una férrea dictadura impuesta por un partido único, pero que abraza el libre mercado en lo económico. En qué terminará este cuento, pocos lo saben.
No deja de sorprender que frente a las amenazas de Trump se levante China defendiendo las banderas de los tratados de libre comercio. Si alguien de mediados del siglo pasado resucitara hoy, no entendería nada, encontrándose con un mundo al revés.