Cinco años después de la agresión militar de la OTAN a Libia y el dramático fin del coronel Gadafi, las fuerzas progresistas maniqueas de medio mundo siguen divididas entre los defensores del hombre que gobernó 41 años el país, y los que, en su respaldo a las “bombas con rosto humano”, afirman (desde sus cómodos sofás) que es mejor para decenas de miles de libios morir y tener sus “almas” liberadas, que vivir bajo la opresión de aquel dictador. Libia, la primera reserva de petróleo de África que durante el dominio del colonialismo italiano perdió a una tercera parte de su población por las guerras y el hambre, pasó durante los 41 años del régimen unipersonal de Moammar al-Gadafi por tres periodos clave:
- Entre 1969 y 1990: los Oficiales Libres nasseristas, marcados por la derrota de los árabes en la guerra de 1967 con Israel, derrocan al régimen semifeudal del rey Idris, y realizan una serie de reformas como desmantelar las bases militares de EEUU e Italia, nacionalizar las compañías y los bancos extranjeros, industrializar un país subdesarrollado, fijar impuestos sobre las rentas altas, erradicar el analfabetismo, convertir la sanidad y la educación en accesible para todos, y promover ayudas integrales a las familias trabajadoras. Paralelamente, mantuvieron una dictadura política, y bajo el pretexto de la “democracia popular” prohibieron al Partido Comunista, y todo tipo de sindicalismo y libertades políticas. Las reformas económicas realizadas así como su apoyo a diferentes movimientos de liberación nacional del mundo les valieron unas amplias sanciones económicas por parte de los países occidentales, lo que terminó por empujarles hacia el bloque socialista. Moscú y Pekín fueron generosos con la Libia anti-estadounidense aunque también anticomunista (o sea, anti clase obrera): ya que se trataba de un atractivo nuevo socio en África en el marco de la Guerra Fría, este controvertido socialismo islámico o árabe –como lo llamaba Gadafi- recibió apoyo y justificación por la teoría de la “vía no capitalista del desarrollo” elaborada por Rostislav Olianovski. El académico soviético planteaba que los gobernantes “progresistas” de los países en vías de desarrollo (que incluían también al Irak del partido Baas, a la Siria de Hafiz al Assad o a la Argelia de Ben Bella), a pesar de ser dictatoriales tienen capacidad de esquivar el capitalismo y dirigir el país hacia el socialismo, como se hizo en la URSS mediante la NEP, la Nueva Política Económica, propuesta por Lenin en 1920. Olianovski destrozaba así dos de los pilares del marxismo. Por un lado el hecho de que medidas como la NEP pueden dar resultados positivos sólo si están supervisadas por la clase trabajadora dirigida por su vanguardia comunista y no por los militares pequeño burgueses de fidelidades tribales, nacionalistas o religiosas, carentes de visión de clases; por otro, que la NEP era una etapa del socialismo de la URSS, y no una tercera vía entre el capitalismo y socialismo, simplemente porque tal vía no existe. Es así como parte de la izquierda ha llegado a defender a los regímenes de corte fascista (que gozan del respaldo de sectores de la población), con sus horteras cultos a la personalidad, porque reparten algo de caridad entre los pobres, mientras en su pantomima lanzan gritos antiestadounidenses (¡convertido en el principal criterio de ser considerado “progresista”!).
- Con la caída de la URSS en 1991, el efecto mariposa de la Perestroika también lleva el neoliberalismo a Libia: la privatización de las empresas estatales, los recortes, el despido de decenas de miles de funcionarios, la liberalización de los precios, el paro, la inflación y, por ende, el descontento popular. La receta a la crisis fue aplicar “más capitalismo”, y de ello se encargaron Seif al-Islam Gaddafi y el economista estadounidense Michael Porter, contratado por Gadafi.
- La invasión liderada por EEUU de Irak en 2003 servirá como “pedagoga del terror”: “cuando ves la barba del vecino cortar, pon la tuya a remojar”, agilizando el giro de 180 grados de Libia hacia el imperialismo: Gadafi renuncia a las armas de destrucción masiva (y se desarma), se apunta a la ficticia guerra de Bush contra el terror, reabre la embajada de EEUU en Trípoli, deja entrar a petroleras como Chevron, BP, TOTAL, Agyp y Repsol, financia —según la prensa francesa— la campaña electoral del derechista Nicolas Sarkozy con 50 millones de euros, y regala a José María Aznar el caballo Rayo del Líder, valorado en dos millones de euros antes de comprarle armas por el valor de 3,83 millones. Era el mismo año que el primer ministro italiano, el mafioso Silvio Berlusconi, le encarga ser el Gendarme del Mediterráneo”, reteniendo a los desesperados africanos que huían de las guerras y la pobreza en sus terribles campos de detención a cambio de 5.000 millones de dólares (¡ahora tendrán que pagar más a Erdogan!). Nos topamos entonces con el otro Gadafi, un líder de férreas convicciones anticomunistas que en 1971 no duda en devolver el avión de los dirigentes comunistas sudaneses que huían del dictador Yaffar al-Numeiry para ser ejecutados. Dos años después, declaró el marxismo como la principal amenaza para la humanidad, y pidió que el Yemen socialista del Sur se disolviera en el Yemen capitalista del Norte. Se sintió frustrado cuando los ayatolás de Irán se negaron a invitarle al país. Le acusaban de ¡comunista! y de haber matado en 1980 al clérigo iraní Musa Sadr, líder de los chiitas libaneses durante su viaje a Trípoli. En 1987, con el fin de promocionar su nombre, patrocinó con 9.00.000 dólares al equipo alemán de hockey ECD Iserlohn, en quiebra, a cambio de llevar en sus camisetas el logo de su “Libro Verde”. Obviamente no tenía nada de “socialismo” ni de reivindicar el orgullo africano el plantar su jaima en el jardín de los palacios de los presidentes europeos, patrocinadores de los peores crímenes contra la humanidad en Irak y Afganistán. Total, su dictadura no tenía nada que envidiar a la de los regímenes europeos “libres” con su corrupción, leyes mordaza, centro de detención de inmigrantes e hipocresía. Entre los motivos de la matanza de civiles libios por la OTAN no está el evitar la masacre cometida por Gadafi. Las fuerzas especiales de la Alianza ya estaban en el país en enero del 2011, dos meses antes del inicio de las protestas. Los matices del ‘mea culpa’ de Obama por la actual guerra civil en Libia, así como la “Operación Nueva Normalidad” del Pentágono en Libia son anuncios de futuras agresiones militares al estratégico país africano, y la muerte de otros miles de personas en el Mediterráneo. La Libia de la “octava maravilla del mundo”, dejó de ser en 2011 el país con mayores servicios sociales de África donde no se veían niños malnutridos. El asesinato del jefe de Estado libio, organizado por Hilary Clinton, fue celebrado por todos los gobiernos de Oriente Próximo -desde Israel hasta Arabia Saudí, Qatar, Irán o Turquía. Así es la soledad de los dictadores independientes.