Los cubanos han empezado a vivir el primer día del 2017. Este domingo primero de enero La Habana durmió hasta pasado el mediodía. La resaca de las fiestas dejó las calles vacías, los negocios cerrados –muchos no abrirán hasta el jueves cinco de enero- y todo tipo de basura por recoger.
En las aceras abundan botellas y latas vacías, ya sean de ron, cerveza o vino, cajas con restos de comida y cubiertos desechables o papeles manchados de grasa.
Pero no solo los desechos han sido producto de las festividades: el culto a los dioses africanos y la práctica de múltiples culturas cruzadas se manifiestan con fuerza frente al comienzo del nuevo año.
En plena medianoche del 31 de diciembre, los practicantes de las religiones afrocubanas toman cocos o huevos, se lo pasan por el cuerpo y en el encuentro de cuatro esquinas, lo hacen estallar de un golpe seco contra el piso: es un rito de limpieza espiritual ante el nuevo año.
Por ello, en cada esquina hay una mancha de yema amarilla y las cáscaras quebradas del coco. Muchos, aun y sea solo por superstición, evitan pasar por esos lugares, los bordean o dan un ligero salto para no pisarlo.
Otra tradición heredada del continente negro es servir un plato de comida a los muertos de la familia o al espíritu –eggún– que guía al religioso. Este espíritu que casi siempre tendrá nombre de esclavo africano, o también de gitanas e indios, se personificará en un muñeco vestido con la ropa que debió llevar en vida, la cual es descrita previamente por un sacerdote afrocubano en alguna de las llamadas misas espirituales.
La comida estará ante la imagen tantos días como lo diga el espíritu, quien se comunicará a través de los métodos adivinatorios conocidos por los practicantes de dichas religiones animistas.
También se acostumbra echar a la calle dos o tres cucharadas de sobras de comida, aunque las fuertes campañas de higienización y su consiguiente concientización en un amplio sector social hacen que esto sea menos abundante.
Salvo los miembros del neoprotestantismo que derivan en posturas casi fanáticas, la mayoría de la población -muchas veces por simple curiosidad-, aguarda que el principal templo de la Regla Osha –nombre que lleva esta culto afrocubano- emita la famosa letra del año, un documento de dos cuartillas, con refranes africanos en lengua yoruba y traducidos al español, donde se lanza una profecía general de cómo evolucionarán los próximos doce meses.
Para muchos, la letra del año puede ser tan infalible que ha anunciado, incluso, guerras o muertes como la del mismo Fidel Castro.
Por este documento se anuncia también cuáles deidades –orishas– regirán el año. Siempre se hacen acompañar dos dioses y con los colores atribuidos a cada uno se dibuja una bandera que los devotos la reproducen en dimensiones variables y pequeñas, ya sea para colgar en las casas, autos, ómnibus e incluso oficinas.
También aquí se orientan los componentes del eggbó, otra limpieza espiritual mucho más profunda que los babalawos –sacerdotes- realizan a su feligresía. Aquella del huevo y coco en la última medianoche del año, ha sido solo algo para poder soportar lo malo que puede suceder entre el primero de enero y este rito, que no habrá de esperar a febrero.
El eggbó del año va dirigido a los verdaderos fieles y no quienes van casi en secreto para satisfacer sus dudas y solucionar sus problemas.
Ya no tan dentro de lo afrocubano, es la quema del muñeco representativo del año viejo y lo negativo que se vivió. Para exorcizar la mala suerte justo a las cero horas, se lanza a la calle un cubo de agua u orina y se grita que se vaya lo malo.
Pocos minutos después -para evitar ser mojado de un líquido maledicente- quien tiene ansias de viaje al extranjero corre por la calle con un maletín, mínimo dando una ronda a la manzana.
Esta es Cuba, una isla que aun y regida por un partido comunista durante más de cincuenta años, vive en el realismo mágico.