Es el último día de 2016. Se acerca el mediodía y un aguacero furioso arremete sobre el casco céntrico de la ciudad de Posadas. Allí, en la plaza 9 de Julio, el agua de lluvia rebota sobre las carpas de nylon que desde hace doce días sirven de resguardo para las familias tareferas que se encuentran acampando. El chaparrón no detendrá el guiso que las mujeres están cocinando, ni impedirá que en cada esquina, grupos de niños y mayores continúen con su colecta, solicitando a los transéuntes algo de dinero para seguir bancando el acampe ante la creciente y perversa indiferencia del gobierno provincial. “Colabore con los tareferos de Oberá” rezan las cajitas de cartón que las manos sostienen.
Las personas que están acampando, son cosechadores manuales de yerba mate, y provienen mayoritariamente del barrio San Miguel, de la ciudad de Oberá. Pero también hay quienes han llegado desde Campo Viera, Campo Grande y San Martín. La decisión de acampar se originó luego de que el gobierno provincial –encabezado por el gobernador Hugo Passalacqua–, a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia –encabezado por el ministro Lisandro Benmaor– ejecutara salvajes recortes en las tarjetas de ayuda social que reciben muchas de las familias tareferas, y que el mismo gobierno se negara a brindarles la ayuda económica necesaria para que los tareferos y tareferas que trabajan en negro –la gran mayoría de los casi 15 mil trabjadores del rubro en la provincia– puedan afrontar el durísimo periodo conocido como “interzafra”, que es el cese de la cosecha prácticamente desde octubre a marzo. “Además a muchas mujeres nos sacaron la tarjeta del Programa Hambre Cero que recibíamos como ayuda a nuestros hijos desnutridos” cuenta Sandra Vera, una de las mujeres tareferas que se encuentra en el acampe.
La perversión del gobierno provincial no se limita a estos macabros recortes. Además, por las noches cortan la energía eléctrica de la plaza, y todas las canillas de agua potable alrededor de Casa de Gobierno fueron cerradas para que ninguna de las y los acampantes puedan hacer uso del servicio elemental. “Después de mucho pedir se consiguió agua de la canilla de la Catedral” cuentan las tareferas.
“Una compañera embarazada casi da a luz en la plaza ayer (por el 30 de enero). Estaba con síntomas y fuimos a Casa de Gobierno y ahí la guardia policial no hizo caso. Gracias a la gente que colaboró para el remise, la llevamos al hospital y ahí tuvo su bebé. En asamblea decidimos que se fuera a su casa porque acá ella y su bebe corren riesgos. Nos mojamos, estamos mal alimentadas, los niños sufren mucho y los grandes igual, es como estar en un campamento en el yerbal” cuenta Sandra.
La de los Tareferos es una historia de explotación e injusticia que lleva más de cien años. En 1875 se habilitó la extracción de yerba en el actual territorio de Misiones. Irrumpieron entonces los cosechadores llamados mensú. Muchas de las condiciones laborales que sufrían persisten hasta hoy en la piel de tareferas y tareferos sin distingo de sexo ni edad.
En 1894 se publica el libro “Segundo viaje a Misiones por el Alto Paraná e Iguazú”, obra de Juan Bautista Ambrosetti, se incluye una copia de lo que en aquella época de los mensú se conoce como “formulario de conchabo”, que era el contrato que unía al mensú con la figura del patrón. Se aprecia, cómo el peón empezaba el vínculo adquiriendo deudas con el patrón por adelantos económicos y en mercadería. Se lee en parte de la cláusula: “el peón se compromete a pagar los adelantos de ya sea en dinero o mercaderías que recibiese de su patrón en los trabajos generales de yerbales o en cualquier otro trabajo que su patrón le ordenare (…) el patrón se compromete a abonar al peón quince centavos por cada arroba de hoja verde overeada y cinco centavos por cada arroba que tostare en el barbacoa”.
Para el investigador Víctor Rau, autor del libro “Cosechando yerba mate. Estructuras sociales de un mercado laboral agrario en el nordeste argentino” (2012), este sistema de “conchabo”, sujetará al trabajador a “una relación de peonaje o esclavitud por deudas con el empleador”.
Si se compara esta situación laboral con la que atraviesan hoy la mayoría de los tareferos, hay similitudes en cuanto a la marcada precarización. Incluso, hoy en día el peón muchas veces no firma papel alguno, y todo se desarrolla en la más absoluta informalidad, manteniéndose las condiciones de explotación y magros salarios, características que ya padecían los mensú.
Rau aporta que “la denominación tarefero, identificación actual del asalariado cosechero de yerba mate, se extendió en la provincia a partir de la tercera y cuarta década del siglo veinte, eso es, luego de la prohibición de la actividad extractiva en los yerbatales naturales y contemporáneamente con el avance de la colonización agrícola”.
Sobre las condiciones de trabajo de los tareferos desde aquel periodo fundacional hasta el presente, hay un arsenal de material escrito, incontable cantidad de testimonios y registros, expedientes judiciales y actas laborales, movilizaciones y protestas sociales, que marcan a las claras que la explotación que nació con el origen mismo de la cosecha de yerba mate, todavía se mantiene firme en nuestra provincia.
María Nuñez, una de las mujeres tareferas que acampa en la plaza 9 de Julio, relata en pocas palabras parte de su historia, dando así un testimonio que sirve para entender el pasado y presente de muchos de quienes cosechan la infusión insignia de la Argentina. “Soy tarefera desde que tengo memoria. Me crié en los yerbales, trabajando, sin poder ir a la escuela, ayduando a mis padres. Perdí a mi marido en le yerbal hace doce años. El estaba tarefeando y se engripó. Llovía y llovía y se mojaron todito los colchones donde dormían. Le pidió al capataz que le lleve al hospital. Pero nada. Hasta que sus compañeros le juntaron una plata para llevarle. Murió a los dos días de llegar al hospital. Tenia neumonía, que se había agarrado en el yerbal. Quedé sola con mis hijos, no me dieron nada porque él estaba en negro. Tengo hijos nacidos en los yerbales. Y crío a mis nietos en la tarefa. Toda una vida trabajando y cosechando yerba, y hoy, 31 de diciembre de 2016 cuando deberíamos estar en nuestras casas esperando Año Nuevo, estoy acá en la plaza acampando porque tenemos hambre y nada que darles a nuestros hijos”.