Por Darío Aranda
Aloisio Baumgratz, productor de yerba ecológica de San Martín (Misiones) nos cuenta cómo es posible producir yerba sin usar agrotóxicos porque: “el mate es otra cosa si no tiene veneno”. Su clave es carpir con cuidado, podar con paciencia los árboles y no dejar el suelo al descubierto.
La clave es no escaparle al trabajo. Que, en el campo, es muy similar a no tener miedo a carpir. Esa práctica tan antigua como la agricultura misma. Tomar la azada, sumergirla en la tierra y retirar la vegetación que interfiere como la planta que se quiere preservar. Aloisio Baumgratz transitará toda la entrevista en el yerbal, con la azada en mano, por momentos enseñará cómo utilizarla de la manera más efectiva y mostrará cómo se puede producir yerba sin usar agrotóxicos. “Claro que el mate es otra cosa si no tiene veneno”, aclara e invita a probar.
La chacra queda en el departamento de San Martín, 35 hectáreas. Aloisio era techista. Trabajó durante décadas en la construcción hasta que la crisis económica lo dejó sin el oficio. No se quedó de brazos cruzados, se dijo que algo debía hacer. Fue a la chacra, bajó con machete y motosierra dos hectáreas de monte y plantó yerba. Avisa que los plantines no crecen de un día para el otro. Se necesitan cuatro años para, tijera mediante, dar forma a la planta. Y recién luego de eso comienza a entrar en producción.
Aloisio tiene sombrero de ala ancha, remera gris y pantalón de grafa color claro. La vestimenta, con manchas de tierra colorada, da cuenta de que hasta hace minutos estuvo trabajando.
Explica que es productor biodinámico y forma parte de la Cooperativa La Abundancia. Y, de inmediato, confiesa que nunca había escuchado esa palabra “biodinámica”. La aprendió junto a su hijo. Se trata de una forma de agricultura agroecológica que busca el equilibrio e interrelación entre suelos, plantas y animales, que rechaza el uso de pesticidas y que tiene en cuenta el movimiento de los astros (la luna y los planetas).
Por el sistema biodinámico se produce en ciclos, en relación con la constelación, que señalan cuándo es mejor sembrar, podar y cosechar. Explica que incluso hay un “calendario biodinámico”. No lo aclara, pero da a entender que desconfiaba del sistema. Por eso hizo pruebas con lechugas. Algunas plantas las sembró cuando indicaba el saber biodinámico, otras cuando él quiso. Creer o reventar: las del sistemática biodinámico crecieron rápido, abundantes y tiernas. Al resto tuvo que regarlas, cuidarlas por demás y aún así no hubo buena producción. Conclusión: se convenció del sistema que tiene relación con los astros. Y realizó cursos para aprender.
Cuenta que conoce muchas personas que han probada su yerba y se muestran conformes. Reconoce que el gusto no cambia mucho, pero si “otros detalles”. Afirma que no hay más acidez ni dolor de cabeza. Y no tiene dudas que siempre es más sano un alimento sin químico que otro con veneno.
Azada o venenos
“No trabajamos con herbicida. Nosotros carpimos. Pero a muchos no les gusta carpir… si no quiere carpir que no plante”, sonríe, mientras sostiene a la azada de mango largo, casi dos metros de longitud. Se pone más serio y sincera: “Muchos no quieren carpir. Creen más fácil pasar con la mochila (recipiente plástico que se ata a la espalda y con un pico aspersor en la mano) con veneno”. Asegura que al paso de los años los yerbales sienten el maltrato. Ha visto árboles jóvenes (diez años) que parecen de 70 y lo atribuye al uso indiscriminado de químicos.
Explica que otros productores suelen usar mucho herbicida, sobre todo Roundup (marca comercial del glifosato de Monsanto), sobre el que además pesan muchas denuncias de sus efectos en la salud. Sólo en Argentina hay más de cien estudios científicos que confirman los efectos nocivos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo calificó probable cancerígeno. En la escala de 1 a 5, lo ubica en el segundo escalón de peligrosidad.
“Hay muchos yerbales que son plantas raquíticas por los venenos”, lamenta Aloisio. Resalta que la yerba es una planta fuerte, que cada año se la corta e igual se repone, pero el agroquímico es lo que más le afecta. “El herbicida no queda solo en el suelo, transmite hacia abajo por la planta que muere, por las raíces”, afirma. Las hojas se ponen amarillas y “retroceden hasta que no pueden más”.
Muestra como opción que se puede evitar los químicos con buen manejo del suelo. Y cuidando los cortes que se le hace al árbol. De eso depende la vida y la producción del árbol. De inmediato señala una planta que está a media metro de distancia. Con los brazos se hace lugar entre las ramas, como sumergiéndose en la yerba y explica que el árbol tiene que crecer desde bien abajo y abrirse, hay que cortar algunos gajos desde adentro y muestra dónde se debe aplicar el corte. Esa acción se llama, según los tareferos (cosechadores de yerba) “viruteada”. Y es todo una técnica que debe hacerse bien.
Precisa cómo debe ser el corte para que el nuevo brote crezca de manera correcta y que no nazca hacia lo alto (sí a lo ancho), que lo abre. Da unos pasos hacía atrás y toma a otra planta como referencia, con brotes nuevos. Pide un serrucho pequeño y curvo, de mango corto. Señala el tronco lastimado, dice que ha sido “maltratado”, siempre le dio el sol de manera directa al tronco y se debilitó. Muestra otros brotes sanos. Lo palpa con las manos y analiza como un médico a un enfermo, con paciencia. “Hay muchas cosas para corregir en este árbol”, avisa.
Corta algunos gajos grandes y viejos, para que deje crecer a los más jóvenes. Siempre se maneja con el serrucho, aunque cuando son muy gruesos debe recurrir a la motosierra.
“El pulmón es la hoja, siempre”, explica y señala que un gran error de muchos productores es pelar casi todo el árbol. Luego a la planta le cuesta reaccionar. Precisa que lo ideal es dejar al menos el 30 por ciento de las hojas, así el árbol se recupera más rápido. La planta así respira mejor, es más fuerte ante las heladas y también ante el calor, que en Misiones llega fácil a los 40 grados.
Muestra una rama con tronco bien verde y otra casi blanco. La más clara indica madurez. Si corta brotes de la rama blanca, de seguro tardarán más en crecer. Entonces le da con el serrucho a las ramas más verde, que crecerá más rápido. Avisa que el árbol no debe pasar lo siete metros de alto.
Remarca que la clave es carpir. El cuerpo levemente inclinado hacia adelante. La azada a un metro y medio de altura, cae sobre la tierra y arranca de raíz las plantas no deseadas que avanzan sobre el yerbal. Todo el trabajo se realiza alrededor de los árboles. Muestra que algunos pastos se dejarán en el suelo, pero también muestra qué rápido se expande lo vegetación que queda. La base del tronco debe estar libre de pasto. “Acá hay una planta que fue maltratada con la azada. La fueron raspando y la raíz quedó casi al aire. La carpida hay que realizarla con cuidado”, enseña. Y de inmediato vuelve a carpir. La azada cae con fuera sobre la tierra, pero precisa, no toca la planta. Y arranca el pasto hacia afuera.
Otra particularidad, los pasillos en el yerbal no deben ser de tierra pelada, como sucede en la producción convencional. Se debe dejar “cubierta”, algún cultivo que proteja de la lluvia y el sol. También puede haber otros árboles, por ejemplo laurel, que crece rápido, da sombra a la yerba y también brinda madera que sirve para usos diversos de la chacra.
“Nunca trabajé con venenos y voy a morir sin venenos”, afirma Aloisio Baumgratz, integrante de la Cooperativa Biodinámica La Abundancia (produce la yerba Arapeguá). Aunque trata de comprender al productor convencional. Afirma que el agricultor es el peor pago de la cadena yerbatero (donde molinos y mercados se quedan con la mayor parte) y “tiene que inventar algo” para que le den los números. “Pero es comida para hoy y hambre para mañana. Y las empresas se aprovechan y le vende todo el paquete (químicos, semillas)”, advierte.
El sol ya está bajando en Misiones. “El atardecer nos quiere decir algo”, avisa y comienza a despedirse. Da un apretón de manos y se interna en el yerbal, caminando despacio, con la azada al hombro, listo para seguir carpiendo.