Por Tomás Viú/enREDando
Suelo Común es un proyecto agroecológico que se inició hace dos años en Lucio V. López, a 45 kilómetros de Rosario. Con el objetivo de volver a poblar los campos, el foco está puesto en la dinámica polimodal, con una huerta, un vergel de frutales, el trabajo de apicultura y un bosque de árboles nativos. La idea es que la gente que trabaja en la tierra consuma los alimentos que produce. Ir desde adentro hacia afuera para establecer una cadena productiva con valor agregado en origen. Proyectan un banco de semillas como un sistema solidario que interpela al patentamiento. Suelo Común nos obliga a pensar qué comemos y cómo producimos. Desde el proyecto plantean “trabajar desde el presente, enriqueciéndolo y generando vida”.
Inicialmente Suelo Común surgió como un proyecto personal pero después se fueron sumando otras personas. Hoy el núcleo duro es un tridente: Laura, Marisa y Carolina. Las tres están sentadas en la mesa. Cuando pregunto en qué consiste el proyecto, Laura toma la posta.
–La idea es que sea polimodal, que tenga muchos pies. Quería hacer lo opuesto a lo que se ve en Argentina como predominante: el monocultivo.
Laura Blaconá es artista plástica pero siempre estuvo interesada en el mundo vegetal. Estudió permacultura y horticultura. Vivió y trabajó en Estados Unidos y desde allá pensó y armó una búsqueda de fondos, a través de una red de financiación colectiva, para iniciar en Argentina su primera experiencia en terreno: Suelo Común. “A mí me interesa el policultivo y la integración de la gente. Desde que arrancó este modelo sojero las personas se fueron yendo del campo. Hay estancias donde trabaja una persona cada quinientas hectáreas. La idea era revertir eso, no para cambiar el mundo pero sí nuestro mundo. Sentir que estamos haciendo la realidad que queremos vivir”.
Hace dos años Laura empezó a pensar el proyecto con un amigo y los ejes que trazaron fueron la co-existencia de una huerta, un vergel de frutales, una zona de observación con bosques de árboles nativos y un trabajo de apicultura. “Hoy el proyecto se va haciendo más sólido y se suma gente. Pero un proyecto agroecológico lleva tiempo. Tenemos cien frutales pero fruta hay muy poca”.
Lucio V. López es un pueblo de 500 habitantes que está a 45 kilómetros de Rosario, yendo por la ruta 34 saliendo en Ibarlucea hasta el río Carcarañá. En esta localidad está prohibido el uso de pesticidas. Y en esta localidad está Suelo Común. “Cuando buscábamos un pedazo de tierra, queríamos un lugar cerca del pueblo de Lucio V. López porque había una ordenanza que decía que no se podía fumigar. Tardamos dos años en encontrarlo. Está pegado al pueblo, a 300 metros”.
–Cuando Laura lo compró era un campo de la pampa húmeda. Y ahora ya se ve todo el vergel- dice Marisa Fogante, otra integrante del tridente agricultor. Marisa es Trabajadora Social y siempre estuvo vinculada a la investigación del desarrollo rural. Desde el 2006 produce frutas tropicales en Formosa. ´Isla Puen´, como se llama el proyecto, es el único lugar donde se producen bananas orgánicas en el país. “El emprendimiento está en Formosa en el límite con Paraguay. Empezamos en 2006 haciendo plantación de bananas y terminamos plantando otras frutas tropicales. Está certificado orgánico desde hace siete años. Hay mango, banana, papaya, maracuyá, lichi y toronja japonesa. Es un paraíso”, cuenta Marisa. Hasta hace tres años ella vivía casi todo el tiempo en Formosa pero ahora va y viene entre las frutas tropicales del norte y la huerta, el vergel y los frutales de Lucio V. López.
Carolina Dei-Cas, la otra pata del núcleo, también es artista plástica devenida en agricultora biodinámica. “Donde ahora está Suelo Común antes era un campo que venía de ser fumigado. Se lo compró como tierra improductiva para poder recuperarlo. Y esa recuperación lleva hasta cinco años. En este momento estamos tratando de recuperar el suelo que es muy arcilloso porque está cerca del río Carcarañá”.
Un alambre nos separa
A pesar de la ordenanza municipal que prohíbe la fumigación en Lucio V. López, desde Suelo Común advierten que una vecina cuyo campo está pegado a la ruta, a 50 metros del pueblo, fumiga constantemente. “Nadie la para. Nosotras le hemos hecho nueve denuncias. Por orden jerárquico la Ley provincial es la que gana. No tenemos protección. Tenemos que hacer un recurso de amparo que en una de esas ganemos dentro de dos o tres años. Estamos atrapados en el sistema y, mientras tanto, ella fumiga”, relata Laura.
Con el campo vecino hay un alambre de separación. Por eso han puesto en tres oportunidades barreras forestales pero ninguna sobrevivió a las fumigaciones. “Ya hemos puesto 275 estacas de árboles y todas se murieron. Más de 300 cortaderas y no prendieron. Ella está fuera de la ley pero a nosotros nadie nos va a proteger. Nosotros somos los locos que denunciamos”, desliza Laura, irónica.
Carolina cuenta que “los únicos que han resistido como barreras forestales son los árboles nativos, que son chicos y están un poco más lejos del límite con la vecina”. “Y las moras”, agrega Laura, al mismo tiempo que dice que ya no quieren perder el tiempo con las denuncias. “Hemos tenido otras tácticas que funcionaron mejor. Queremos activar en positivo”.
–Después de la moha, que también controla muy bien las malezas, podemos meter la avena con vicia. Y si usted quiere podemos dejar una parte para cosechar y tener semillas, para llevar al tambo y a los otros lotes. Y sino vamos controlando el yuyo, vamos controlando el campo.
–Yo tengo una pala para sacar la muestra.
–Mire la diferencia. Recién entramos en otro lote. Donde usted saque la muestra, enseguida siente el olor a tierra. Ésta muestra tiene muy poco olor a tierra. Eso significa que está hecha pelota.
Este diálogo pertenece a una charla entre el Ingeniero Eduardo Cerdá, miembro fundador de RENAMA (Red Nacional de Municipios que apoyan la Agroecología), y Atilio Carletti, el mayor productor agropecuario de Lucio V. López. El contexto donde transcurre el diálogo es la pampa húmeda. Están en el campo de Carletti y acaban de sacar una muestra de tierra para evaluar el estado del suelo que viene siendo fumigado con agrotóxicos desde hace mucho tiempo.
La Aurora, en donde trabaja como asesor hace muchos años Eduardo Cerdá, es un campo de 650 hectáreas que está en Benito Juárez, provincia de Buenos Aires, en el cual se produce agroecológicamente de manera extensiva. Según la FAO, está dentro de los 20 en el ranking mundial como uno de los modelos de agricultura agroecológica extensivo que funciona perfectamente.
“Eduardo Cerdá es amigo nuestro y nos propuso que habláramos con el productor para convencerlo de que probara cosechar de otra manera. Empezamos a accionar desde ese lugar”, cuenta Marisa.
El campo de Atilio Carletti es el más grande de Lucio V. López y uno de sus lotes está dentro del pueblo, a 500 metros del campo de Suelo Común. Hay una línea de casas, una calle y empieza el campo de Atilio. Él produce soja y los demás cultivos convencionales. Como estaba la ordenanza vigente y no podía fumigar, puso una franja de 24 hectáreas, las más cercanas al pueblo, en alquiler.
– Hagan lo que quieran. Es una tierra improductiva. Cómo hacés para sembrar si no te dejan fumigar – dice Laura recordando el diálogo con Atilio.
“Nos interesamos en alquilárselo para intentar producir trigo de forma agroecológica. En el momento el campo no estaba en condiciones de ser sembrado”, cuenta Marisa. Atilio tiene 80 años .Su mujer se murió de cáncer hace un año, y tiene un hijo que es ingeniero agrónomo y trabaja en un semillero importante. Laura, Carolina y Marisa recorrieron con Eduardo el campo de Atilio, quien les terminó confesando los costos que tenía, “que no le alcanzaba la plata y que debía del año pasado”. “Además él también tenía denuncias y estaba en conflicto con el pueblo”, agrega Laura. Para ella, una de las cosas más difíciles es establecer la relación con la gente del lugar. “Ellos tienen una manera y nosotras somos las que venimos de afuera, las extranjeras, las hippies, las fanáticas. Es muy importante hacer ese acercamiento para que sea real el cambio. Si no somos nosotros y ellos”.
Organización y mingas
La huerta de Suelo Común tiene tres objetivos: el inicial es que la gente que trabaja coma de esa huerta; el segundo es que si hay excedente se reparta en las dos verdulerías del pueblo; y el objetivo a más largo plazo es vender los productos en Rosario. “Primero queremos hacer el impacto en lo local. Si crecemos buenísimo. Todavía es un proyecto joven, tiene dos años. Pero la idea es crecer desde adentro hacia afuera”, dice Laura, mientras dibuja con las manos dos círculos en el aire.
Una de las modalidades que vienen desarrollando para generar el encuentro con la gente del lugar son las mingas. Son jornadas de trabajo colectivo que se organizan en base a un objetivo concreto. Han organizado mingas de riego por goteo, para construir cercos para las vacas y también para construir un almácigo, que es un túnel para sembrar en invierno. “La minga surge para no hacer la huerta sola. Es más comunal. La idea es que cuando la huerta de sus frutos la comida se comparta. La gente se suma porque también busca esa manera distinta de producir”, dice Laura.
A las mingas que han hecho han ido en promedio 30 personas de Lucio V. López pero también de Rosario y de los pueblos vecinos como Totoras o Salto Grande. “Se genera un gran vínculo porque se trabaja, se come y se proyecta una acción en común. Todos quieren aprender algo de esa acción”, explica Carolina.
Otra de las formas de incorporar a los habitantes del pueblo fue a través de distintos talleres que organizaron junto con el INTA en relación a la huerta. “Cuando hay talleres hay mucha gente que se acerca”, dicen. “Hasta fue el intendente”. Para el año que viene están proyectando talleres de huerta orgánica que los va a coordinar un ingeniero agrónomo del INTA. La idea es que se acerque la gente para aprender cómo se hace para tener una huerta sin usar ningún tipo de veneno.
Biodinámica y semilla
En 1920, Rudolf Steiner, uno de los fundadores de la Antroposofía, desarrolló la biodinámica aplicada a la agricultura. Es una mirada filosófica profunda que incorpora a las plantas como parte de un universo mucho más grande. “Es una mirada holística que implica no mirar solamente la planta que tenemos cerca”, explica Marisa.
En Suelo Común están intentando trabajar desde ese paradigma. “Lo que plantea la biodinámica, que tratamos de incorporar de a poco, es el ciclo completo. Todos los reinos en conjunto comparten el espacio: el ser humano, el animal, el vegetal y el mineral”, dice Carolina. La idea que tienen es incorporar otros animales además de las abejas, como gallinas, ovejas y conejos.
Uno de los mantras que tienen en Suelo Común es la idea de la semilla como el inicio y el final de un ciclo. “La semilla es lo que viene y lo que fue. Siempre trabajamos desde ese presente, enriqueciéndolo y generando vida”, plantea Laura.
Otro proyecto que tienen a futuro es generar un banco de semillas y un banco de herramientas para que las puedan utilizar las personas que colaboran y la gente del pueblo que necesite. El banco de semillas consiste en recolectar semillas orgánicas, juntarlas y clasificarlas para que estén disponibles. Laura grafica la situación de la siguiente manera: “Yo te doy una semilla de calabaza, vos la sembrás y cuando tengas el fruto traeme un poquito así la ponemos en el banco y la gente sigue teniendo. Es un sistema de solidaridad. Vos ponés calabaza y te llevás tomate, lechuga y albahaca”. El objetivo es la reproducción de semillas orgánicas que después tengan un manejo sin agrotóxicos. “Nadie es dueño de las semillas”, asegura Marisa, y agrega: “es una forma de discutir el patentamiento”.
Hacer sostenible lo sustentable
La huerta tiene 20 metros por 15 y hay veinte canteros armados. Actualmente, toda la verdura que producen es para el consumo de la gente que trabaja en el lugar. Hay tomates, melones, albahaca, zapallito, zanahoria, repollo colorado, cebolla, ajo, amaranto, mandioca, girasoles, lechuga, rúcula y achicoria, entre otras verduras. Pero también producen kale. Laura cuenta que lo trajo de Estados Unidos pero dice que acá ya se empieza a conocer. “Es una verdura de la familia del brócoli y de la acelga. Un vegetal muy alcalino y muy sano. Ese es el caballito de batalla”.
Una de las estrategias que pensaron para potenciar Suelo Común fue asociarlo con el proyecto de frutas tropicales ´Isla Puen´. “El objetivo es generar asociaciones entre dos proyectos que buscan más o menos lo mismo. Creamos la Tienda de Suelo Común para vender los productos de Isla Puen y nuestros productos. De esa manera tenemos más diversidad y más fuerza”, explica Laura. Marisa entiende que es una forma de “generar cooperación con alimentos sanos en los que creemos. La idea es que lleguen a la mayor cantidad de gente posible y que tengan precios accesibles”.
Como parte del trabajo conjunto entre Isla Puen y Suelo Común, proyectan generar valor agregado a partir de las frutas de Formosa. Piensan hacer dulces y mermeladas con los mangos, utilizando la fruta que queda como “descarte” y que no se vende como fresca. “Todo el tiempo estamos pensando opciones y viendo cómo sostenemos esto. No es fácil pero es un desafío”, dice Marisa. Para Laura, comercializar junto a Isla Puen es una pata económica importante. “El desafío es sumar gente a trabajar con alguna regularidad en un lugar que está lejos de la ciudad”.
La prioridad de Suelo Común es que siempre consuman primero los que trabajan la tierra. Laura aclara que no están cerrados a ningún proyecto mientras sea orgánico, sin veneno y en baja escala. “Cuanto más diverso sea, más rico va a ser. Tenemos producción de cosas que no necesitamos comprar como por ejemplo miel, propoleo y todos los derivados de las abejas, como también nueces, almendras y avellanas”. Para la iniciadora del proyecto, la palabra sustentabilidad “está muy de moda”, pero entiende que “sí es cierto que se puede consumir mucho de lo que uno genera”. Marisa dice que “está la idea de que para tener rentabilidad hay que producir de determinada manera. Pero cuando empezás a levantar la alfombra te das cuenta de que en realidad es al revés”.
Para el año que viene están proyectando también una pata pedagógica y una vinculación pueblo-ciudad. Desde Ecoalimentate pensaron unos talleres que van a dar durante el año, y la idea es que la gente que participe conozca la experiencia de Suelo Común.
El eje principal que está en discusión y en disputa es qué comemos y cómo lo producimos. Generalmente no sabemos lo que estamos comiendo. Carolina dice que “volver a producir los alimentos uno mismo tiene otro potencial”. Por su parte, Marisa cree necesario “poner sobre el tapete qué estamos comiendo. Qué clase de alimento estamos consumiendo. Por qué y para qué”.