Adoptar posturas claras, tajantes, sin medias tintas, consistentes y consecuentes tienden a ser buenas señales, cuando se trata de propuestas positivas, en favor del ser humano. No lo son cuando tales posturas están dirigidas contra grupos de personas, incriminándolas, discriminándolas aduciendo los más diversos motivos.
En USA acaba de triunfar un candidato a la presidencia, Trump, con un discurso basado, entre otros, contra los inmigrantes, en específico, “los ilegales”, sin importar el tiempo que llevan como tales, sus lazos familiares, sus aportes, ni los motivos de su situación, ni que USA fue construido por inmigrantes y arrinconando a los nativos.
Desde antes de Trump, pero especialmente desde su triunfo electoral, las banderas del nacionalismo están recuperando terreno alentadas por las crisis económicas, las incertidumbres, los temores “al otro”, “al distinto”. Olvidamos nuestra común condición humana buscando un chivo expiatorio. Así lo hizo Hitler en la primera mitad del siglo pasado cuando puso la mira en los judíos, los gitanos y todo aquel que no fuese ario, a quienes sindicó como responsables de la crisis económico-financiera en que estaba sumergida Alemania; así lo hizo en la segunda mitad del siglo XX el innombrable y sus compañeros de ruta latinoamericanos vía operación Cóndor, cuando puso el foco en los marxistas, los comunistas, como los responsables de la crisis económico-política que vivía Chile.
Así se está haciendo en el presente siglo en los más diversos rincones del mundo, ahora con el foco puesto en los inmigrantes. En Europa contra quienes provienen de países africanos y de Medio Oriente escapando del hambre y de la guerra en Siria; en USA contra los latinos y musulmanes. En Chile, la derecha se está agarrando de esta veta que le permite emborrachar la perdiz y entroncar tan bien con su filosofía de generar crisis y luego inculpar a terceros.
En Alemania, para frenar a una ultraderecha nacionalista que está tomando vuelo, Merkel ha resuelto repostularse sobre la base de ideas positivas, del aporte de los inmigrantes, de su condición humana, del derecho de todo hombre y mujer a vivir en paz en cualquier lugar del mundo. En Austria, a duras penas acaba de evitarse el triunfo de ese nacionalismo rancio fundado en el temor a quien ve como un enemigo. En USA el nacionalismo está contenido en el reciente triunfo de Trump al amparo del eslogan “para volver a ser grandes”, donde una de las medidas para su logro reside en la expulsión de los millones de inmigrantes ilegales que residen en ese país.
No olvidemos que ante todo somos personas, con iguales derechos y deberes, que habitamos un mismo mundo, que no elegimos la familia ni el país en que nacemos. No olvidemos que la inmensa mayoría de las migraciones no son voluntarias, sino consecuencia de circunstancias, persecuciones o en busca de un trabajo esquivo en la tierra que nos vio nacer.
No olvidemos que los delitos son cometidos tanto por chilenos como extranjeros y que los chilenos no tenemos más “derechos” para delinquir que los inmigrantes. No discriminar es de la esencia del verdadero desarrollo. No olvidemos que la tasa de delitos cometidos por inmigrantes no es mayor que la de los chilenos. No nos dejemos llevar por titulares efectistas que ya se están enarbolando en los medios de comunicación.
El nacionalismo es expresión de subdesarrollo, de la explotación del miedo. Resistir esta tentación es uno de los grandes desafíos que tenemos por delante. El nacionalismo ignora los aportes y la riqueza que traen consigo los migrantes.
Por ello, con mucha fuerza proclamo: ¡todos somos migrantes!