A pesar de la firma del acuerdo de paz, uno de los enemigos de los indígenas del Cauca se desvanece pero piensan que otros grupos armados ilegales pueden ocupar el hueco de las FARC.
«Cuando había hostigamientos de la guerrilla, nosotros íbamos a dialogar con ellos. Llamábamos a varios compañeros, a los que hablaran mejor», recuerda uno de sus miembros.
Por María Rado para Desalambre
«Uno ingresa en la guardia porque le nace», responden de forma prácticamente unánime los miembros de la guardia indígena del norte del Cauca, en Colombia. Tener que enfrentarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al Ejército nacional o a delincuentes comunes sin armas de fuego, y gratis, no pesa tanto a la hora de tomar la decisión.
Ahora, tras la firma del nuevo acuerdo de paz entre el Gobierno y la guerrilla uno de los enemigos se desvanece, pero existe la preocupación de que otros grupos armados ilegales copen el hueco que las FARC dejan.
El norte del Cauca es una región predominantemente indígena, de etnia nasa, que goza de un régimen administrativo especial y paralelo al estatal: los resguardos indígenas, regidos por los cabildos. En 1701, Felipe V decidió otorgar a los indígenas esta condición después de haberlos colonizado.
Aunque ya existía en las décadas anteriores con el nombre de guardia cívica, la guardia indígena se estableció de forma oficial en el norte del Cauca en 2001. Entonces, la guerra entre las FARC y las fuerzas estatales entró con toda su crudeza en los resguardos de los indígenas, cuyo movimiento político reclamó el abandono de todos los actores armados de su territorio.
«Desde los años 70, durante las recuperaciones de tierras de los campesinos de las manos de los terratenientes, la guardia ya funcionaba», dice Ricardo Jembué, ex alcalde de Jambaló. La guardia era la encargada de avisar a los comuneros si venía el terrateniente, «pero fue con el conflicto armado cuando empezó a visibilizarse y a estructurarse como una organización», añade.
Ahora, tras firmarse el nuevo acuerdo de paz aprobado por el Congreso de Colombia este miércoles, las FARC comenzarán a trasladarse a las »zonas veredales transitorias de normalización. Estas áreas tienen como función garantizar el cese al fuego bilateral y definitivo, la dejación de armas y la preparación de los guerrilleros para el tránsito a la vida civil y a la legalidad, todo monitoreado por un mecanismo tripartito formado por el Gobierno, las propias FARC y un componente internacional desarmado.
El hecho de que las FARC abandonen los territorios donde siempre han tenido influencia ha causado temor entre las poblaciones, que sospechan que otros grupos armados copen el espacio que esa guerrilla ha dejado. Por ello, ya han comenzado a organizarse y han reforzado la guardia campesina, otro mecanismo de control territorial.
La cuestión espiritual
Uno de los hitos que más recuerdan los miembros de la guardia es la liberación del Cerro Berlín, en el resguardo de Toribío. El Ejército estaba ubicado en esa zona protegiendo una antena de comunicación y los nasa lo querían recuperar. «El cerro de Berlín es un filo sagrado. Elaboramos un plan para entrar tratando de confundir al Ejército, diciendo que íbamos a hacer algo distinto a lo que hicimos», cuenta Uriel, coordinador de la guardia indígena de la vereda La Espensa y con 16 años de experiencia en la organización. Lo que al final hicieron fue congregar a toda la comunidad que participó «coordinada por la guardia, los cabildos y los espíritus de la naturaleza».
Obeiman, guardia indígena de 18 años, asegura recibir señales de los espíritus de la naturaleza que le guían y protegen. «Las señales proceden de sensaciones físicas que me suben por el cuerpo, cantos de pájaros, la forma de las nubes o sueños y los mayores espirituales me ayudan a interpretarlas». Estos ‘mayores y mayoras espirituales’ existen en toda comunidad y, ayudados por los espíritus, desempeñan funciones medicinales y tienen la potestad de designar a los gobernadores de los cabildos y los miembros de la guardia indígena.
Toda autoridad indígena y todo miembro de la guardia porta una ‘chonta’ o bastón de mando hecho de madera y adornado con los colores de la guardia, el verde y el rojo. «La ‘chonta’ ritualizada me da fuerza para seguir y me protege», asegura Obeiman.
Los ‘Kiwe Thegnas’ —miembros de la guardia— no tienen ni el porte ni el material de un cuerpo de seguridad, pero la comunidad y los grupos armados les respetan. Según defienden, existe paridad en la organización aunque en la reunión de coordinadores a la que accedió eldiario.es, la representación femenina era muy escasa.
Carmelina, guardia con 14 años de experiencia, prefiere no hablar mucho pero insiste en que «hay paridad entre hombres y mujeres en la base» pero, justifica, «las mujeres no quieren se coordinadoras». Se muestra orgullosa de que, según dice, las mujeres de la guardia son igual de respetadas que los hombres, por sus compañeros «y por el enemigo también».
Un sistema de justicia propio
Su forma de enfrentarse al enemigo es el diálogo y por eso no portan armas de fuego, aseguran. De esta forma, la guardia indígena se ha enfrentado tanto a la guerrilla de las FARC como al Ejército colombiano. «Cuando había hostigamientos de la guerrilla, nosotros íbamos a dialogar con ellos. Llamábamos a varios compañeros y enviábamos a los que hablaran mejor, porque por una ‘berraquera’ puedes acabar perdiendo la vida», cuenta Uriel.
Reconocen que dialogaban con ambos bandos del conflicto para que no los acusasen de colaborar con ninguno de los dos. En uno de estas intervenciones dos guardias fueron asesinados por las FARC tras retirar unas pancartas que la guerrilla había colocado en su territorio.
«Eso no lo permitimos, dos guardias fueron a controlarlo y los acribillaron a balazos», rememora José Dionel, cooordinador de la guardia indígena en Toribío. Cinco de aquellos guerrilleros, siete en total, fueron condenados a 40 y 60 años de cárcel por la justicia indígena, los otros dos eran menores.
En los resguardos existe un acuerdo con el Gobierno denominado «patio prestado» por el que los indígenas juzgan a los criminales y, si resultan condenados a prisión, cumplen en las cárceles del Estado. Existen otros castigos —o remedios, como ellos los llaman—, que consisten en latigazos o ‘fuetazos’ y trabajos forzados. También existió el cepo, pero, según reconoce Gabriel Páez, gobernador de Toribío, se eliminó porque era «demasiado duro».
La guardia indígena se caracteriza por ser un esfuerzo voluntario. Uriel afirma que «la organización es el camino que nuestros padres y mayores nos han dejado trazado. Si uno no lo sigue se pierde y otro le come la cabeza con ideas como ‘no te metas a la guardia, no van armados, no cobran…’.
Algunos guardias, entre ellos Uriel, portan un machete que, según explica, emplea para abrirse camino entre la maleza. «El machete es un arma ‘voluntaria’. Si uno se ve amenazado la puede usar para defenderse. Yo la utilicé contra un antidisturbios que me tenía agarrado y a punto de atraparme. El trató de echarme plomo, pero luego recapacitó y yo creo que pensó: ‘no, a este ‘man’ no le puedo matar´».
El hecho de no ir armados no les ha supuesto demasiados problemas. Esa parece ser la estrategia de la guardia indígena: la implicación de toda la comunidad. «La unidad mueve más que un fusil, para nosotros un fusil es como un juguete», concluye José Dionel.