En el marco del seminario internacional “Educación emancipadora y garante de derechos: retos para América Latina y el Caribe”, realizado por la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE) en Ciudad de México el pasado 11 de noviembre, se desarrolló la mesa de trabajo: Hablemos de paz, democracia y retos para la educación.
En la mesa participaron Patricia Jaramillo, colombiana y coordinadora de la Red de Educación Popular entre Mujeres de Latinoamérica y el Caribe (REPEM), Emilio Álvarez, sociólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Luis Araujo, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Brasilia. Este breve escrito es un intento por recuperar algunos de sus planteamientos y compartir con nuestros/as lectores/as preguntas y reflexiones que me hice al escucharlos/as.
Primer tiempo
Dos semanas antes del evento, un 51% del pueblo colombiano que acudió a las urnas, votó NO a los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC. ¿Qué significó, educativamente, ese voto?, se preguntó Patricia Jaramillo.
La respuesta, desde mi punto de vista, es múltiple y es compleja. Ese voto pudo significar que, en realidad, el pueblo colombiano no ha sido aún educado para la paz. Pudo significar también, considerando que más del 60% de la población habilitada para el voto no salió a decir sí o no, que tampoco los esfuerzos de educación para la participación ciudadana y para la democracia (parientes muy cercanas de la paz), han rendido frutos: la indiferencia campea, incluso frente la opción de iniciar un nuevo momento histórico, con las armas silenciadas. Y por supuesto, también pudo significar que el trabajo de educación popular, necesario para comunicar, generar reflexión y construir criterio de manera adecuada en torno a los contenidos de los acuerdos, no solo fue insuficiente sino, además, poco pertinente: le habló a unos sujetos desconocidos, los sujetos que le temen a la paz.
En fin. Aquí lo que nos interpela no es la respuesta, lo que nos interpela es la pregunta porque, en democracias en las que el acto fundamental de participación es el voto, los procesos que conducen a la decisión sobre ese voto tendrían que leerse, sin duda, en clave educativa.
Segundo tiempo
Nuestro continente se ha modificado muy rápidamente. Se modificó hace quince o diez años atrás y hoy, nuevamente, nos sorprende. El débil pacto democrático vigente en nuestros países queda, tras los hechos en Brasil, todavía más debilitado. Cabría preguntarse de qué han servido los esfuerzos en torno a la educación para la paz y los derechos humanos. Y la pregunta cabe más allá de nuestro continente, dice Emilio Álvarez. Cabe para preguntarnos por qué ganó el Brexit o por qué es posible que en Filipinas, hace cuatro meses y medio, gobierne un presidente que dice públicamente que ya han asesinado a 4500 personas.
Y aunque, como bien lo recupera y valora Emilio en su intervención, nuestros pueblos dan señales de indignación y de búsqueda real de sociedades en paz, tal como lo ha hecho Guatemala al llevar a juicio a un dictador o al fallar, en tribunales nacionales, a favor de las mujeres de Sepur Zarco; o como lo han hecho los jóvenes estudiantes a lo largo y ancho del continente, hartos de corrupción y ávidos de sociedades nuevas, la pregunta cabe, y nos interpela. ¿En dónde quedan todos los esfuerzos de educación para la paz, la democracia y los derechos humanos?
Y bueno. Puedo pensar que, tal vez, cuando educamos para la paz, los derechos humanos, la convivencia democrática, los vínculos que establecemos con el hecho político, no son los suficientemente claros, precisos, poderosos. Quizás son categorías que se conocen, se entienden racionalmente y hasta se sienten, afectivamente hablando. pero la pregunta por cómo operan en el cotidiano social, político, económico, cultural de nuestras sociedades, es una pregunta insuficientemente observada, analizada, respondida.
Nuevamente, no es la respuesta la que nos interpela. Es la pregunta por lo sentidos que le estamos dando a nuestros esfuerzos de educar para la paz. ¿Qué es la paz? ¿En dónde se concreta? ¿Cómo se expresa y más aún, cómo se construye, cómo la construimos?
Tercer tiempo
Brasil parece condenado, pero, dice Luis Araujo, con mirada crítica y ponderada, que los derechos y la democracia siempre, a lo largo de la historia, han tenido momentos de mayor vulnerabilidad. Momentos donde la correlación de fuerzas no es favorable a los avances democráticos y al ejercicio de derechos. ¿Qué le corresponde a la educación para la paz en momentos como este?
Su respuesta proviene de la reivindicación del aprendizaje colectivo, es decir, proviene una vez más de la educación y, más específicamente, de la educación popular y de la construcción de modelos alternativos reales.
Mi respuesta, sumando a la de Luis, agrega que toda educación para la paz y su metodología indispensable, la no violencia activa, nos exige trabajar en un doble movimiento simultáneo, dinámico y estructural: un movimiento hacia adentro de cada sujeto que aprende y que no puede escapar del aprendizaje de sí mismo, del conocimiento de sus temores y el modo de superarlos, de sus propias violencias internas y el camino para superarlas; un movimiento hacia afuera, hacia el lugar de la transformación social, política, cultural, siempre en vínculo con otro que a su vez me transforma. Desconocer la necesidad del primer movimiento nos conduce a un intento vano de cambiar el mundo sin cambiar a quienes los sostienen, es decir, los seres humanos. Desconocer la necesidad del segundo movimiento nos conduce al aislamiento y al individualismo, columnas del sistema violento al que buscamos cambiar.
Pero bueno. Una vez más, la interpelación no proviene de la respuesta sino de la pregunta. ¿Qué le corresponde a la educación para la paz en este momento histórico de nuestro continente?
La respuesta es suya, querido lector.