En este año 2016, diversos acontecimientos en el mundo han puesto en tela de juicio la capacidad de los pueblos para tomar decisiones acertadas. En este artículo se hará una defensa de una democracia cuanto más real y participativa mejor, y, en última instancia, de la soberanía absoluta de las personas para tomar todas las decisiones, sean éstas acertadas o erróneas.
Entre las personas con talante progresista, siempre se ha apostado por una mayor democracia y participación populares. No obstante, en estos ámbitos he escuchado últimamente algunas dudas sobre las “virtudes” de dejar las decisiones en manos del pueblo, desconfiando de la capacidad de todas las personas para tomar siempre las mejores decisiones. Algunos de los hechos que han favorecido esta postura han sido, por ejemplo, el rechazo en referéndum al acuerdo de paz en Colombia, la elección del multimillonario Donald Trump como presidente de EE.UU. (todo y que la elección de Hillary Clinton no parecía mejor), o el rechazo a la propuesta de Renta Básica Universal en Suiza. Son los ejemplos más claros, pero no los únicos. Finalmente, la reciente muerte de Fidel Castro vuelve a abrir el debate entre la justicia social y la libertad. Un gobierno cubano que ha sido y sigue siendo ejemplo en muchos avances sociales, pero que sin embargo ha tenido una asignatura pendiente en el tema de las libertades. ¿Deben los pueblos ser guiados hacia el bienestar, o bien se les debe entregar la capacidad total de elegir, asumiendo el riesgo de que dichas elecciones tengan consecuencias nefastas para la misma población?
Los pueblos que viven bajo regímenes democráticos representativos, al estilo europeo o norteamericano, no son el mejor ejemplo de libertad, puesto que, en primer lugar, se trata de libertades mucho más declamadas que reales; en segundo, estas libertades están siendo recortadas aprovechando las “guerras contra el terrorismo” y la crisis de la última década, y en tercero, la pobreza es un gran coartador de la libertad: quien debe dedicar sus mejores energías para la simple supervivencia no tiene libertad alguna, y la mayoría de la población se encuentra en esta situación. Las democracias representativas de los últimos dos siglos deberían ir avanzando hacia una democracia cada vez más real, pero lo cierto es que van en dirección opuesta en casi todo el mundo; no asistimos ya al debate entre justicia social y libertad, puesto que cada vez hay más injusticia social y menos libertad.
En el plano personal, en términos generales, prefiero equivocarme en mis decisiones a que otros acierten decidiendo por mí. Esto mismo, llevado al terreno social, quiere decir que prefiero que los pueblos se equivoquen decidiendo por sí mismos a que algún “iluminado” decida correctamente en su nombre. Para mí, la frase de que “los pueblos nunca se equivocan” es una falacia, pero prefiero un error del pueblo al acierto de un gobernante.
Después del fracaso del referéndum por la paz en Colombia, el gobierno ha llegado a un nuevo acuerdo con las FARC, el cual esta vez no será sometido al veredicto popular, sino refrendado en sede parlamentaria únicamente. Desde el punto de vista de la eficacia, seguramente esta decisión es correcta; así se podrá firmar la paz, que dará término a medio siglo de conflicto armado, y esto es bueno para todo el pueblo en conjunto. No obstante, no hay consenso, ni hay crecimiento del pueblo como conjunto. Un gobierno bondadoso ha tomado las mejores decisiones en nombre del pueblo, al cual se considera inmaduro para ser consultado nuevamente.
Diferente del caso colombiano, a lo largo de la historia hay una gran mayoría de decisiones tomadas por gobernantes que claramente han ido en contra del beneficio de la población. Pero no son estos casos los que quería destacar, porque es fácil estar en contra de decisiones injustas; lo difícil es preferir las decisiones populares incluso cuando no estamos de acuerdo con ellas.
Cuando los niños nacen no pueden tomar decisiones; una parte fundamental de su crecimiento consiste en ir tomando decisiones por sí mismos a la vez que haciéndose responsables de sus consecuencias. Todos los padres sabemos lo difícil que es delegar responsabilidades en el niño, sobre todo cuando creemos que podemos tomar mejores decisiones que él. Pero también sabemos que tarde o temprano ese niño será un adulto que deberá enfrentarse a la vida sin más armas que su propia capacidad, y que ésta se va desarrollando desde pequeño, haciéndose cargo de su propia vida paulatinamente.
Así pues, un pueblo que toma decisiones, y además se hace cargo de las consecuencias de éstas, es un pueblo que puede ir creciendo y haciéndose más adulto. No tengo la menor duda de que éste es el mejor camino posible que tiene una sociedad para desarrollarse hacia la libertad y la felicidad. Para quienes aspiramos a una Nación Humana Universal la elección parece obvia: contando con la gente todo es posible; si no contamos con la gente, no habrá futuro humano.