Lo primero, lo más importante -lo más fácil también- fue corroborar la noticia. Luego, hacer silencio en su memoria, revisar las vivencias propias y desde allí evocar una existencia ausente que seguirá viva en acciones que modificaron personas e influyeron en el rumbo de la historia de los pueblos del planeta.
Luego, decidir en principio que no había que sumar palabras a las millones que se estarían y estarán diciendo y escribiendo durante días, semanas, meses -muchas de ellas preparadas desde hace años en las redacciones de los medios de comunicación-. Porque ¿qué decir que no se haya dicho sobre Fidel Castro, una de las figuras cumbres en la historia del siglo 20?
Es seguro que ahora no habrá dique de contención a las alabanzas y a las diatribas de los intelectuales, opinólogos, políticos, y un largo etcétera de desarmadores de cadáveres interesados en obtener un pedazo de prestigio de quien es un paradigma de una revolución vigente.
Lo único que nos anima a manifestarnos ahora es sumarnos al dolor del pueblo cubano, sólo eso.
Un pueblo que lo amó sin retaceos aun cuando debió pasar años duros de privaciones por la impiedad de la potencia dominante que bloqueó una isla pequeña y pobre en sus recursos naturales, impidiendo la llegada de alimentos, medicinas, tecnología y otras cosas esenciales. Impiedad porque causaron conscientemente el sufrimiento a miles y miles de seres humanos buscando justamente que se sublevaran contra su líder.
Impiedad imperial que provocó daños en las cosechas -lo prueban documentos desclasificados y sesiones del Senado de EE.UU con un jefe de la CIA-; una invasión -rechazada valientemente-; atentados a la vida de Fidel Castro y campañas periodísticas nunca vistas durante más de 57 años. Porque todo eso sigue, apenas maquillado por un restablecimiento de relaciones que parece un caballo de Troya.
Una isla “pobre en recursos naturales” acabamos de escribir -su símil es Haití- pero con una incalculable riqueza humana que nos autoriza a decir que la revolución cubana fue un triunfo de la intencionalidad y de los valores humanistas. La revolución marxista en Cuba puso en el centro de las preocupaciones al ser humano, peraltó la solidaridad, estableció la igualdad social, destacó el avance de la ciencia por sobre lo dado como verdades absolutas en el pasado y logró los mayores índices de educación masiva y de asistencia en salud. Todo ello sin alterar ni un rasgo propio de la “cubaneidad” ancestral como su música, sus bailes, su humor y, sobre todo, su alegría.
Fidel Castro fue el líder de una revolución que formó cuadros de alto nivel pero estuvo siempre en contacto con la masa y principalmente con los jóvenes. De ahí que su enorme aporte inicial estuvo siempre vigente.
Creemos que el mejor homenaje a este hombre excepcional está en el cariño de los suyos, en el amor de su pueblo. Y eso es todo lo que importa, lo demás es para los historiadores – que no son estos que opinan ahora buscando volar con plumas ajenas.