«El viejo mundo está muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos»
Antonio Gramsci
La novela se publicó en 1986. «It», del bueno de Stephen King fue llevada al cine en 1990 bajo la dirección de Tommy Lee Wallace y se convirtió en un clásico del género terror. El tío Google me cuenta que para 2017 se anuncia una nueva versión, esta vez dirigida por Andy Muschietti. Los yanquis son así, tanto en el espectáculo y el cine como en la política. La simbiosis entre industria cultural y manipulación política no es una novedad. Hay bibliotecas que lo confirman.
It quiere decir «Eso» en inglés. Entonces, podemos conjeturar que un Eso ganó las elecciones en Estados Unidos. En realidad, no ganó, pero ganó. Cosas del supuesto paradigma de la mayor democracia occidental. El carácter monstruoso de su personalidad parece que está fuera de discusión.
He leído, visto y escuchado explicaciones varias. No es para menos. El Eso yanqui tiene desde ahora un peso específico digno de tener en cuenta por el resto de los mortales. Es sintomático quizá que el subtítulo de aquel film de los noventas sea «El payaso asesino». Otra vez el arte como herramienta anticipatoria de la realidad por venir.
Desde el temprano artículo de Michael Moore, el muy inteligente razonamiento de Rafael Correa, los textos de Atilio Borón e Ignacio Ramonet y el flamante retorno del mejor Horacio González (felizmente superado su problema de salud para regocijo del pensamiento latinoamericano y la alegría de nosotros, sus amigos), cada uno con su estilo tratan de explicarnos el fenómeno. Pero explicar no es justificar, saludar o aplaudir el advenimiento de personajes dantescos que, con suficiente poder, son capaces de terminar con la vida tal como la conocemos.
Digo, porque también he visto, leído y escuchado alabanzas al Eso rubio yanqui porque le hizo pito catalán a los medios, a los encuestadores y a la madre que los parió. ¿Era mejor la señora Hillary? La pregunta, contrafáctica a esta altura del vermú, encierra una trampa.
La mina es parte del aparato timbero internacional, tuvo participación activa en varias masacres perpetradas por el complejo militar e industrial de su país. Pero es prolijita, se peina lindo y perdonó a Bill aquella pornográfica lección de fellatio con la pasante Lewinsky.
Si trabajadores, inmigrantes y mujeres humilladas por Sucundún Sucundún Trump votaron a Eso allá ellos, pero yo no puedo sumarme al festejo del Ku Klux Klan ni al acomodamiento farandulesco de nuestro propio Eso.
No me jodan, Trump no es un personaje antisistema. Es, si quieren, un modelo casi caricaturesco de un sistema que hace aguas, pútridas y malolientes, pero uno más en un surtido que incluye a Peña Nieto en el México «lindo y querido», Rajoy en la España envejecida, Temer en el Brasil de Chico y Ellis arrasado por los canallas y, para escarnio de nuestra dignidad como sociedad, este zángano mafioso e ignorante que compró buena parte de compatriotas enfermos de odio y ceguera cultural.
Donaldo se nota más porque se trata de uno de los jefes del mundo y es capaz de hacernos papilla con solo apretar el botón equivocado, pero a no confundirse por sus alabanzas al líder de Corea del Norte, o a su desprecio al Tratado Transpacífico o matoneos así. Son estrategias de un grupo mafioso de los tantos que ocupan los resortes estatales en tantos países.
Como bien lo explica el marxista italiano, un muestrario patético de monstruos. Una colección de Esos depredadores.