En la Parroquia Javier Loyola-Chuquipata-Azogues, al sur del Ecuador, funciona la Universidad Nacional de Educación – UNAE. Allí nos recibió su rector, el Dr. Freddy Javier Álvarez González, doctorado en Filosofía en la Universidad París 8 y con una amplia trayectoria académica. Con una enorme amabilidad y en tono calmo y apasionado al mismo tiempo, Freddy le contó a Pressenza-Ecuador, aspectos importantes de este proyecto emblemático de formación de docentes en el país. Aquí, la entrevista

P: ¿Por qué una Universidad Nacional de Educación?

FA: Hay una respuesta política, otra jurídica y otra más filosófica y geográfica.

En lo político, la educación es un ámbito de transformación de las sociedades. Podríamos decir que las cambia a largo término. Podríamos decir también que cuando uno se pregunta por fenómenos como la violencia, el narcotráfico o cualquier problema social, nos reenvía a la educación.

«Cuando la historia tiene un carácter subversivo,
revolucionario, piensa en la educación.»

Todas las cosas importantes en esta vida normalmente suceden a partir de la lucha de los pueblos. Hay una asimetría entre el pensamiento de los gobernantes y la aspiración de los pueblos y con esto no quiero sacralizarlos pero sí considero que cuando uno piensa en la democracia, es el espíritu de una nación el que permite tener esperanza. Y la educación ha sido siempre esto, una reivindicación, una lucha a través de la historia. Cuando la historia tiene un carácter subversivo, revolucionario, piensa en la educación.

Jurídicamente, la Constitución del 2008 queda establecida explícitamente la Universidad Nacional de la Educación. Los constituyentes tenían claro que cualquier cosa que se decidiera en relación con el Buen Vivir o la interculturalidad, tenía que pasar por la educación. Fue creada a fines de 2013 por la Asamblea Nacional y se constituyó a inicios del 2015, con la conformación de una comisión gestora.

La universidad fue pensada desde una geografía inversa. Por eso está aquí, en un lugar de 5000 habitantes, alejada de los centros urbanos. La universidad fue pensada para un lugar muy humilde; es nacional porque en ella converge la diversidad del país, la diversidad humana y cultural. Esto nos obliga a pensar desde esa geografía inversa y diversa, en la perspectiva de la construcción de lo común tanto aquí, en la universidad, como en cada escuela. ¿Por qué lo común es importante? Porque en el SXXI está marcado por una proliferación de conocimientos muy rápidos. En lapsos muy cortos de vida, el corpus de información cambia, cambian las referencias y pensar lo común en todos los lugares del planeta es un trabajo que le corresponde al maestro.

P: ¿Qué es lo que define la formación que la UNAE quiere para las docentes, tanto para los que ya están en ejercicio como para las nuevas generaciones?

FA: Aquí hay cerca de mil estudiantes de 22 de las 24 provincias del país. ¿Qué tenemos claro hasta este momento?

Tenemos claro que nosotros estamos formando a los docentes del SXXI. Estamos convencidos de que los docentes que están acá tienen que ser absolutamente nuevos. La historia nos ha colocado hoy ante la necesidad de hacer una ruptura, un punto de inflexión, sin dejar de usar nuestro “espejo retrovisor”.

Hace veinte años las ciencias sociales vienen diciendo que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Eso significa que las respuestas que demos hoy en términos de ética y responsabilidad para las nuevas generaciones son inéditas, inauditas, nuevas. Significa que no podemos dejar el pasado porque el pasado nos enseña pero significa también que hay un punto de ruptura.

Por otra parte, también hay un grupo de profesores que están en actividad, que pertenecen a una tradición, bajo condiciones que vienen de hace veinte y más años, que tienen diplomas y cartones pero que no se hacen la pregunta central de la educación: ¿para qué mundo educar? También a ellos los tenemos que formar. Aceptamos el reto.

No hay nada de lo que hacemos nosotros que no sea dentro del ámbito de la escuela porque el profesor está dentro de ese ámbito, en vínculo con las familias y las comunidades.

En términos de temporalidad también es distinto. Estamos preparando lo nuevo, con la certeza de que estos chicos van a ser realmente diferentes, pero también preparamos lo existente. Por ello, “pedagogizamos” al matemático, al biólogo, al ingeniero. ¿Y por qué hay que pedagogizarlo? Porque el profesor no es solo el que garantiza que niñas y niños lean, sino el que garantiza que el mundo de prolongue en lo que el mundo ha construido históricamente, que se prolongue en su humanidad. Esto es lo que entendemos de manera profunda.

También hay un asunto relacionado con la temporalidad. Nosotros tenemos carreras que existen en muchos lugares, como Educación Básica, Educación Inicial, Educación Especial, en la que nosotros hemos hecho una apuesta porque la educación ha progresado cuando educa a los que la ciencia y las sociedades declaran anormales e ineducables. Pero también tenemos carreras estratégicas, porque los estudiantes que están acá van a trabajar con niños y niñas que aún no han nacido. Es una apuesta sobre una generación que viene, que está por nacer. Preparamos a nuestros estudiantes para un mundo que todavía no existe pero que ya vemos venir. Un mundo que tendrá condiciones absolutamente distintas.

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P: En ese mundo futuro, desde nuestro punto de vista, el signo de las relaciones entre los seres humanos, tiene que ser la noviolencia. ¿Cómo se preparan las nuevas generación de docentes para incorporar ese modo de las relaciones en su práctica educativa y entre esos niños y niñas que aún no han nacido?

FA: Aquí hay un modelo pedagógico, que no es “un traje de caballero de la edad media”, sino que es una serie de pistas. Aristóteles decía que para aprender a tocar la cítara hay que tocarla. Pues bien, para ser profesor hay que “hacer” de profesor. Nuestros chicos desde los primeros días van a las escuelas de la zona. Lo hacen de manera progresiva. Hay una práctica permanente.

La educación tiene que ver con la libertad de la gente. Intencionalmente, no le damos la ciencia la posibilidad sobre el saber de la educación. Hacemos la apuesta por la práctica, por el trabajo en grupo, por el cambio de roles dentro del aula, por el saber vinculado a la transformación. Siguiendo a Levinás, estoy convencido que el acto de la educación no puede ser coartado por el saber. Las sociedades que se educan necesitan hacerse la pregunta desde la ética, una ética a partir del otro, del otro como diferencia, como cultura, como inclusión, como alguien que me reta de manera permanente porque tienen otra forma de ser.

En ese sentido me parece que el cambio fundamental está en términos de inclusión, de la democratización del aula, en un sentido de vida y de educabilidad. Necesitamos una forma distinta de comprender el aprendizaje. Lo mejor que esta universidad tiene, son sus estudiantes. Son una maravilla.

P: Los más chicos comienzan su carrera en la escuela con miles de preguntas, quieren saber cómo funciona todo, tienen una curiosidad impresionante. Quince años después, la gran mayoría no quiere saber más de este tiempo escolar. ¿Cómo la nueva forma de educar y esta universidad trabajan para mantener esta curiosidad? ¿Cómo se está transversalizando el tema de la paz, que consta en la Constitución del 2008?

«Los chicos hoy en día pasan mucho tiempo en sus dispositivos electrónicos, manejan de otra manera su atención.»

FA: Cabe preguntarse si el problema es la pedagogía o qué es lo que está ocurriendo. Yo pienso que los fenómenos de la educación tienen que ver con los fenómenos de la sociedad. Los chicos hoy en día pasan mucho tiempo en sus dispositivos electrónicos, manejan de otra manera su atención.

Hay una inversión antropológica. La Edad Media dominó el cuerpo y el pensamiento fue siempre un motivo de liberación; los grandes cambios pasaban necesariamente por la mente, por el espíritu. Esto hoy ya no existe. Para las nuevas generaciones, el pensamiento aparece como lo que esclaviza y lo que libera es el cuerpo. Estos son fenómenos que tocan directamente a la escuela.

Las escuelas deben tener una función termostática con respecto a la sociedad. Si la sociedad empuja a no pensar, la escuela tiene que pensar. Si la sociedad nos da la virtualidad, la escuela tiene que darnos la presencialidad. Si la escuela no juega un rol termostático, abandona un rol fundamental.

En términos de responsabilidad social, la escuela no puede estar a la medida de lo que pidan los estudiantes. La motivación tiene que estar dentro de la escuela, pero no es condición para que los niños aprendan. Yo necesito que cuando un chico aprenda el Teorema de Pitágoras, quede tan motivado que quiera saber más cosas. La escuela es un escenario abierto, poroso.

Nosotros apostamos al Buen Vivir y el Buen Vivir no es bienestar y no es socialismo del siglo XXI. Creemos que es necesario desde allí rescatar la posibilidad de encontrarnos desde los diversos: si nos interesa aprender cómo cuidar la naturaleza, hablaremos con nuestros indígenas, porque ellos saben de esto; si nos interesa saber cómo llegar a Marte, hablaremos con las grandes universidades que saben de ello; y si queremos saber de medicina, hablaremos con Cambridge y con Oxford, pero también hablaremos con los yachas. Esto es diálogo de saberes.

Y no es una cuestión simplemente racional. El Buen Vivir nos recuerda que no hay pensamiento sin emoción, sin sentimiento. Que la emotividad no puede quedarse fuera. Que no es malo decir que estamos frustrados, o sentir rabia, eso es parte de la vida. De una vida que florece. Yo pienso que la concepción del Buen Vivir, la búsqueda de la armonía, son fundamentales en la comprensión de la paz, en una comprensión diferente del mundo, de las relaciones que debemos tener.

«No puede haber paz sin gente que tenga una estética distinta, que ame el mundo, la música, los colores. Estos aprendizajes replantean la nueva condición del ser humano.»

P: ¿Cuáles son los desafíos inmediatos de la UNAE?

FA: Estamos abriendo cuatro nuevas carreras, una de ellas la de Artes, con la Universidad de las Artes, haciendo que los estudiantes pasen temporadas en esa universidad. Hay que aprender como los grandes. No puede haber paz sin gente que tenga una estética distinta, que ame el mundo, la música, los colores. Estos aprendizajes replantean la nueva condición del ser humano.

Las nuevas carreras que vamos creando garantizarán que en el país haya profesores capaces de enseñar física cuántica, por ejemplo. Estos son retos muy grandes.

El reto es hacer cada vez más propuestas en relación con el Buen Vivir. Hay carreras nuevas, hay maestrías. Esto es hacer una universidad de otro modo y ahí adentro hay muchos desafíos.