Anoche soñé con mariposas amarillas. Fueron muchas, aparecían de las rojas grietas en la tierra, y yo en medio tratando de tomarles fotos para esta nota. Cuando abrí los ojos desaparecieron. Seguramente les ahuyentó el frío amanecer de los Andes.
Durante esta última semana en Colombia pasaron demasiadas cosas y todavía no es el momento para ordenar y analizarlas bien. Pero podemos ver algunas de las piezas, que aún quedan sueltas alrededor de este frágil e incómodo mueble, llamado la Mesa del Diá logo.
Estuvimos en Colombia el día 24 de agosto cuando el presidente Santos anunció al país y al mundo el acuerdo definitivo logrado con la guerrilla. Creímos ingenuamente presenciar el momento más feliz del último medio siglo de la historia colombiana. Pero no sólo no hubo celebraciones espontaneas del pueblo. En el momento del anuncio estábamos en la casa de la familia de una guerrillera. Y la primera división de la familia unida frente a la pantalla de la tele se produjo cuando todos los hombres prefirieron ver el fútbol que el anuncio de Santos.
El 26 de septiembre en la histórica, turística y telegénica Cartagena con bombos y platillos se firmaba el acuerdo de paz. En el momento más emotivo, cuando el jefe de las FARC comandante Timoleón Jiménez “Timochenko” evocó las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, que ya podían ser soltadas, porque por fin llegó la paz, el denso cielo del crepúsculo caribeño fue rajado por dos aviones de guerra israelíes Kfir, soltados por las Fuerzas Aéreas. Los Kfir, que se destacaron por los bombardeos más mortales de los campamentos guerrilleros, pasaron sobre las cabezas de los invitados VIP y las víctimas del conflicto, dejando por unos segundos al Timochenko mudo y con la cara desconfiguarada. Firmando la paz, el poder necesitaba recordar a los presentes quien a partir de ahora manda y mostrar al país y al mundo al jefe guerrillero asustado. El futuro premio Nobel Juan Manuel Santos presentó este episodio como una gracia, algo que me hizo recordar los canibalezcos chistes de Pinochet.
No sé qué obligó a los mandos de la guerrilla de las FARC aceptar el plebiscito, impuesto desde la ultraderecha y absolutamente innecesario desde el punto de vista jurídico. Tampoco entiendo por qué se apresuraron tanto en entregar al ejército las listas completas de sus combatientes, quedándose totalmente expuestos frente a un adversario que todavía no pasó de la categoría militar a político. Tengo la sensación que la guerrilla, agotada por la guerra desigual y por cuatro años de muy difíciles negociaciones simplemente bajó la guardia y cometió una serie de graves errores de seguridad. Las numerosas encuestas que daban al Sí al acuerdo con una amplia ventaja, fueron otro factor del irresponsable e ingenuo triunfalismo de los partidarios de la paz.
Lo sucedido el día del plebiscito se conoce bastante bien, y a pesar de una enorme diferencia en las lecturas, todos coinciden en una cosa: ni el gobierno, ni las FARC, ni los opositores a la paz esperaban ese resultado. Fue una historia muy macondeana, incluido el nacimiento de un huracán con largas lluvias durante todo el día. Si García Márquez estuviera vivo, no dudo que el cuento de este plebiscito quedaría inmortalizado en la literatura. Como es la tradición latinoamericanas, los cataclismos naturales suelen buscar la compañía de los desastres políticos.
Siguiendo las reglas del realismo mágico, los primeros que reaccionaron al dramático desenlace del plebiscito no fueron los involucrados directos, sino la siempre presente y siempre invisibilizada, por los grandes protagonistas de los diálogos en La Habana, la segunda fuerza guerrillera del país, el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), los elenos.
El ELN en un escueto comunicado hizo un llamado de insistir en la construcción de la paz.
Desde el inicio del diálogo entre el gobierno y las FARC, los elenos fueron muy claros en su respeto y apoyo al proceso, a pesar de una serie de discrepancias con las FARC respecto a como se hizo. Su principal crítica apuntaba a la no participación de la sociedad colombiana en la construcción del acuerdo, decían que este proceso se daba sólo entre el gobierno y las FARC y la gente común no se sentía protagonista. Creo que el desenlace del plebiscito en el que se obstuvieron casi un 63% de los colombianos da mucha razón a esta mirada del ELN.
En triunfo del No se debió a muchos factores, pero el principal fue una fuerte estigmatización mediática de la guerrilla que formateó la opinión pública de las grandes ciudades donde vive la mayoría de los votantes y cuyos habitantes prácticamente desconocen la gran parte de las realidades de esta guerra.
Los medios de comunicación dominantes lograron totalmente descontextualizar las razones de la existencia de la resistencia armada, igualarlos en inconsciente colectivo al fenómeno del paramilitarismo y a la delincuencia común y aislarlos en este sentido de la sociedad, por lo menos en las zonas urbanas y alejadas del conflicto. La izquierda colombiana, fariana y no fariana, literalmente desangrada en las ultimas décadas, al perder a sus mejores intelectuales y referentes, simplemente no tuvo fuerzas ni recursos para contraponer su visión al muy eficiente aparato propagandístico del estado avalado por cientos de “bandas criminales” – que no son otra cosa que una nueva imagen corporativa del paramilitarismo – hoy como ayer dispuestos a acallar a cualquier voz disidente. En el proceso de la construcción de la paz, este tema, seguramente, será el más difícil de resolver.
El reciente premio Nobel de paz para Juan Manuel Santos, más allá del dudoso criterio de su entrega a un personaje inconsecuente y mediocre, es una poderosa herramienta del apoyo al proceso de paz colombiano y casi un salvavidas personal a Santos, que hace solo un par de días se ahogaba en el mar de problemas generados por el plebiscito.
Entendemos que este afán pacifista de los EEUU y sus aliados en Colombia no es exactamente prueba de su humanismo; las trasnacionales están ansiosas para, sin estorbo de las guerrillas, tomar control sobre el resto de las riquezas naturales, despejar de la insurgencia la frontera con Venezuela para facilitar una todavía posible invasión militar norteamericana y por fin desocupar de la guerra interna a miles de soldados colombianos para que en la misma calidad de carne de cañón, puedan ser enviados a otros puntos del planeta, ya que Colombia es el primer país latinoamericano que está entrando a la OTAN. Seguramente habrá también otras razones que todavía no sospechamos.
Pero junto y a pesar de todo eso, la paz es la única opción y condición posible para el futuro avance de la izquierda en Colombia. Y también la salvación de miles de vidas de guerrilleros, soldados y sobre todo los civiles a quienes siempre toca la parte más dura. Algunos diarios escribieron irónicamente, que “la izquierda colombiana se enamoró de la paz”. Me pregunto, ¿puede haber una noticia mejor que esta?.
Después de tantas décadas de coqueteos, amoríos y largas convivencias con la muerte, prácticas dudosas y fracasadas, que a pesar de tanto sacrificio de miles de personas valientes y valiosas, sólo alejaban la posibilidad de una revolución verdadera.
Confieso que durante esta semana pasé bastante susto por varios compañeros y amigos colombianos, a quienes más que nunca siento hermanos. Temí que los sueños con las mariposas amarillas ya se acabaron y por primera vez me pregunté si quiero de nuevo volver a Colombia. Pero no. De a poco las cosas y los sueños están volviendo a su lugar. Las últimas declaraciones de las FARC desde la Habana han sido muy atinadas, racionales y contundentes. Por fin hay indicadores que el ELN y el gobierno también están por iniciar un nuevo proceso de la paz que al concluirse significará el punto final a esta historia de tantos años de sangre y soledad. Cierro los ojos y sé que de nuevo está por volver el susurro amarillo.