El Obispo de Tánger recuerda, en su homilía del domingo, las condiciones en la que viven los migrantes  en los campamentos de Beliones (Frontera de Ceuta).

El pasado domingo 8 de octubre, el sermón pronunciado por el Arzobispo de la diócesis de Tánger, Monseñor Agrelo, ha servido de aviso para advertir a las autoridades españolas y marroquíes, que las adversidades y las miserias que sufren los migrantes que se encuentran escondidos en los montes próximos a Ceuta, no son, en ningún caso, obstáculo para que estas personas sigan intentando dar el salto a Europa. El jefe de la iglesia en Tánger recuerda que “la fe y el sentimiento de unión entre ellos, hace  que el frio y las necesidades sean más llevaderas a la hora de seguir optando por encontrar un futuro, que Europa les niega”.

De sus palabras se desprende la teoría de que no se pueden poner guardianes al hambre. La nefasta política de inmigración que la Unión Europea aplica en la frontera sur, no solo deja al descubierto la carencia de valores en derechos humanos de occidente, si no que delata la falta de sensibilidad de los cada vez más conservadores gobiernos del viejo continente hacia África.

La depresión económica fustiga a los migrantes. La vida es cada vez más precaria para miles de personas que están malviviendo fuera de sus hogares. Se postula que la migración es una forma de violencia en sí, para los que se van y los que se quedan. De esta perspectiva resulta una doble mirada geográfica que incluye el lugar de partida y el lugar de destino. Dentro de ambos espacios, para los individuos, las familias, las comunidades, las condiciones migratorias constituyen un marco de violencia que resulta de las estructuras económicas (la pobreza, el paro), sociales y/o políticas (la represión, la guerra), insuperables, las cuales representan una amenaza o un peligro. No hay que diferenciar entre refugiados económicos y refugiado por causa de la guerra. En ambos casos, obligan a los seres humanos a renunciar y abandonar todo lo que tienen.

Reproducimos el texto íntegro de la alocución del domingo en la Catedral de Tánger.

Fe contra el mal

Hoy en Tánger sopla con fuerza el viento, llueve y hace frío.

Y viene al pensamiento Beliones, los chicos de aquel bosque donde no hay protección contra el frío, la lluvia y el viento.

Esta vez el coche sube lleno de plásticos y de mantas.

Pero en Beliones, además de los proscritos necesitados de protección, acampaban las fuerzas del ejército con la misión protocolaria de impedir que se le ofrezca.

La legalidad había declarado la guerra a los pobres y cercado sus míseros campamentos. Asombra ver a un ejército desplegado para que los pobres no tengan pan y tengan frío.

La tarde de Beliones se me hizo por dentro un clamor de ira y de fe.

El mal se me apareció como un monstruo, un poder sin nombre que se burla de la justicia –ignora los derechos del hombre- e impide el ejercicio de la caridad.

Todo mi ser se presentó en rebeldía delante de Dios: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?” Y dado que mi fe callaba, me respondió la fe de los emigrantes: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.  Ellos, a su manera, aun sin conocer las palabras del salmo, las han pronunciado muchas veces en mi presencia: “Dios nos ayudará”; “confiamos en Dios”…

Los que “se hacen llamar bienhechores” de las naciones, lo que ejercen la autoridad sobre ellas, pueden privar de pan y de abrigo a los pobres, pero no pueden quitarles la fe. Y eso quiere decir que el mal está vencido aunque parezca un monstruo vencedor. Furgonetas, hombres y armas desplegados en los claros del bosque son la evidencia de su fracaso.

Para ser más fuertes que un ejército, más fuertes que el frío, la lluvia y el viento, más fuertes que el hambre y las enfermedades, más fuertes que la desdicha y la muerte, a los pobres les basta la fe. Esa fe mantiene en alto los brazos para la lucha. Esa fe hace perseverante la palabra que reclama justicia. Esa fe mueve montañas.

Y si todavía me pregunto: “¿de dónde me vendrá el auxilio?”, alguien -¿el salmista?, ¿los emigrantes?, ¿la comunidad eclesial?, ¿mi propio yo?, ¿Cristo resucitado?- pronunciará un oráculo de respuesta a la pregunta: “No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme… El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha… El Señor te guarda de todo mal”….

Y el que ha cruzado la frontera del enigma, añadió: ¡Dios les hará justicia sin tardar!