El domingo pasado, la población colombiana rechazó sorpresivamente el acuerdo de paz firmado por el gobierno y las FARC que ponía fin a medio siglo de conflicto armado. El No ganó por muy poca diferencia, y además apenas votó el 40% del padrón. Pero los resultados son vinculantes y Colombia se enfrenta al peligro de volver a lo peor de una guerra que se ha cobrado ya demasiadas víctimas.
No vivo en Colombia, y por lo tanto no puedo saber cuáles son las causas por las cuales tanta gente votó No. ¿Es un simple reflejo de venganza, que dice que quien la hace la paga y no puede quedar impune?, ¿es el rechazo a la letra pequeña del acuerdo? En cualquier caso, será necesario conocer la opinión de quienes han votado en contra.
Me enteré de los resultados el lunes por la mañana. Los días anteriores no había prestado atención al referéndum, porque entendía que era un mero trámite democrático. Tan convencido estaba de que nadie en su sano juicio se opondría al acuerdo, por mucho que hubiera aspectos que a uno no le gustaran. Creo que es mucho más preferible una paz «injusta» que una guerra «justa» (se entiende que lo que para unos es justo para otros puede no serlo, y por tanto el sentimiento de justicia es muy subjetivo).
Me quedé de piedra al enterarme que había ganado el No. Máxime porque el fin de semana había participado en el Congreso Internacional por la Paz en Berlín, y el domingo había asistido al estreno mundial del documental «Más allá de la venganza», en que a partir de testimonios se explora el deseo personal de venganza, y las posibles vías de superarlo por un más elevado sentimiento de reconciliación. ¿Cómo podía ser que el pueblo colombiano hubiera dicho que no a la paz? Con el correr de los días los adjetivos se matizan. No es el pueblo colombiano en su conjunto, sino apenas la mitad más uno del 40% que fue a votar. ¿Por qué se abstuvo el otro 60%? ¿Tal vez, como yo, daban por sentado el triunfo del Sí?, ¿tal vez no estaban bien enterados de lo crucial de la votación?, ¿o es que realmente no les importaba? Posiblemente, viendo los resultados, si se repitiera la votación la participación aumentaría. Pero esto ya no es posible, al menos en los mismos términos.
Dicen que quienes han votado No también quieren la paz, pero con otros matices. Ojalá esto sea así. Pero haciendo campaña por el No estaba nada menos que Uribe, quien gobernó Colombia con mano de hierro, contribuyendo a reforzar las bandas paramilitares. Personalmente no creo que Uribe quiera la paz; más bien creo que es alguien que se siente reforzado cuando hay conflicto. Ahora Santos ha ido a hablar con Uribe, intentando llegar a algún acuerdo para salvar el proceso de paz. De momento las FARC no se han movido de su postura y siguen apostando al acuerdo.
¿Qué nos pasa a los seres humanos, cuando una compulsión que surge de las vísceras nos impulsa a la violencia? Sin tener grandes deudas que cobrarme, reconozco en mí los registros de venganza que tensan mis órganos internos. Cuando estoy tomado por la venganza siento que «me salgo de mí», me ubico mentalmente en el borde de mi cara, casi cayendo hacia adelante. Dicen que en estos casos a uno parece que se le salieran los ojos de las órbitas; esta es una imagen muy acertada, porque siento que me salgo, me desboco. Y todo esto me pasa sin tener grandes conflictos pendientes, sólo con pequeñas cosas, pero suficientes para notarlo cuando estoy atento. En mi cabeza no puedo permitir que alguien que hizo algo que me parece que estuvo mal salga indemne. Debe recibir algún castigo, aunque sólo sea en la forma en que dejo de saludarlo. Ensueño con que así «se dará cuenta» de lo que hizo, pero no es cierto, en el fondo sólo quiero satisfacer mi deseo de venganza. Si de verdad quiero que sepa lo que pienso, se lo tengo que decir sin ambigüedades, y a partir de ese momento dejarle al otro la posibilidad de elegir su conducta, igual que espero que me dejen a mí esa libertad.
Superar la venganza no es fácil; reconociliarse es extremadamente difícil. Es aprender a ver más allá de la Tierra y de los ojos humanos. Es dejar de lado los ensueños más burdos, aquellos que trajeron miseria y destrucción a la humanidad, y embarcarnos en la aventura de la liviandad, del amor y la compasión. Quien se reconcilia, con otros y consigo mismo, está alumbrando al nuevo ser humano que necesitamos, al ser del futuro que nos muestra el camino a seguir. No sólo su dirección es de una nobleza extraordinaria, sino que como consecuencia será mucho más feliz y hará mucho más felices a quienes lo rodean.
Ojalá el referéndum del domingo pasado en Colombia nos permita ver las consecuencias de nuestros actos, de todos ellos, y ponernos «más serios» en la dirección de una humanidad reconociliada, en paz y cooperación. Entonces habremos de agradecer al pueblo colombiano la lección aprendida.