Un par de amigos dictaba un taller literario en un café del centro mendocino. Carlos Levy, un grandioso poeta urbano, y Emilio Fernández Cordón, el Emilio, tremendo cuentísta que tuvo la pésima idea de irse de este mundo antes de tiempo.
La juntada bohemia se llamaba «El adjetivo asesino». Juguetones los tipos. Es que el término adjetivo es sustantivo y asesino es un adjetivo que no siempre mata. «Cosas así siempre tan tristes», decía el cronopio.
Escribo estos delirios a raíz del discurso que Mempo Giardinelli pronunció en su nombre y en el de nosotros, sus compañeros del Manifiesto Argentino, en el estadio cerrado del club Atlanta para conmemorar los primeros cien años de democracia representativa en el país. En realidad, la excusa fue homenajear a Hipólito Yrigoyen. El gran chaqueño universal hizo un extraordinario uso y abuso de los calificativos. Flechas luminosas contra el blanco, rayos de dignidad dirigidos al corazón y el hígado de esta caterva de malandrines que se subieron al gobierno en diciembre pasado por obra y desgracia de las urnas infectadas.
Por eso, porque Mempo me abrió la puerta para ir a jugar, voy a hacer lo que no se hace. Agregaré un surtido de mi propia cosecha, de mi mejor ira, de lo que me brota desde las vísceras. El autor de «La revolución en bicicleta», «Luna caliente» y «Visitas después de hora», entre algunos de sus novelas emblemáticas, les dijo estafadores, mentirosos, autoritarios y otros piropos catárticos. Sumo y sigo.
Cínicos, hipócritas, xenófobos, discriminadores, soberbios, inútiles, impúdicos, rapaces, caraduras, corsarios, ladinos, taimados, fanáticos, basuras, violentos, patéticos, odiosos, obtusos, avaros, ignorantes, estúpidos, temibles, siniestros, infectocontagiosos, horribles, caretas, falsos, truchos, mojigatos, revanchistas, inhumanos, corruptos, nauseabundos, asquerosos, antipopulares, homofóbicos, delincuentes, mediocres, malparidos, represores. En fin, macris.
Dedico esta descarga ética («Diatriba por la patria», un Giardinelli que alguna vez le regalé a Volodia Teitelboim, es otro de sus títulos imprescindibles) a todos y cada uno de los funcionarios nacionales, provinciales y municipales, a los legisladores de cualquier jurisdicción y aún a quienes colaboran con el régimen so pretexto de ganarse la vida sin contaminarse, dicen, de la pus neoliberal. Ellos creen que son una isla, un coto blindado al que no le llega la mierda explotadora. Son los judenrath del siglo XXI. Cada nuevo pobre, cada pibe perseguido, cada mujer maltratada, cada plato de comida vacío, cada escuela convertida en merendero, cada andamio mudo, cada comercio cerrado es una cachetada explícita a los militantes del yonofui.
Claro, ya sé, esto no se hace. Por eso lo hago.