Esta tendencia a eliminar las «banderas de la verdad para Giulio Regeni» (simultáneamente con Trieste, la misma decisión también se ha tomado en la ciudad de Cento, en la provincia de Ferrara, y no se dice que no seguirá ocurriendo) nos hace pensar y preocuparnos, al menos, por un par de aspectos.
La primera – y es incluso la más inocente – es que quien elimina la bandera convierte la búsqueda de la verdad en algo temporal, reduciendo así a los edificios institucionales a simples espacios para avisos publicitarios. Primero fueron los marinos, luego Giulio, después será otra historia, una diferente de las demás. La remoción de la bandera transforma intempestiva e irresponsablemente la historia de Giulio en la historia, en la memoria, en el recuerdo. Un descuido que produce que no tengamos acceso a la verdad, la que venimos buscando desde hace más de ocho meses.
Luego está el segundo aspecto. La eliminación de la bandera es parte, no de manera tan simbólica, de aquel acto de eliminar todo disturbio y clamor, que cada vez más parecen ser producto de las acciones por parte del gobierno italiano. Buscar la verdad, algo de verdad, sin perturbar al aliado de El Cairo. A través de la negociación, sin iniciativas fuertes. Exaltando los pequeños pasos que se den hacia adelante.
Estos días triestinos muestran como Giulio sea popular, parte del pueblo, así como el hecho de que miles y miles de ciudadanos hayan llenado la Plaza de la Unidad de Trieste en varias ocasiones durante los últimos meses. En aquella plaza, en verdad, me gustó que hubiera dos banderas desde el principio, es decir, que no se esperase a la eliminación de un edificio para colgarlas en otro.