Por Pedro Campos, campesino baleado por sicarios de Manaos para La Garganta Poderosa
Desde que nací, vivo acá, en nuestra tierra, en la comunidad de Bajo Hondo, Santiago del Estero, donde también se criaron mis padres, mis abuelos, sus chanchos, sus vacas, sus cabras, sus principios, sus valores, sus creencias, sus gargantas. Y sus gritos.
Por las reiteradas denuncias del Movimiento Nacional Campesino Indígena, ahora tenemos una garita con uniformados y un patrullero alerta siempre, salvo cuando nos visitan los matones asalariados de Orlando Canido, dueño de la empresa Manaos, que hace tres años siembra soja en estas tierras. Soja para el “progreso” de otros, no de nosotros, ni de la tierra, ni de nuestra cultura. Soja para el progreso de la mano dura.
Y entonces sí, hace tiempo nos hostigan, nos persiguen, nos cagan a palos. Nuestros hijos no están yendo a la escuela, ni a ningún otro lado, porque los amenazan en el camino, mientras nos cortan los alambres para que se escapen las vacas y perdamos lo que tenemos. Digan que, por suerte, la dignidad nunca se escapa.
El último sábado, a las 8 y media de la mañana, iba en busca de leña cuando escuché a los policías de guardia, que gritaban de alegría. Me pareció raro, pero al regresar entendí todo. Como carrozas de un corso, llegaban las camionetas con los sicarios de Orlando Canido… Intentamos hacerles frente, pero empezaron a los tiros. Y ahí nomás, les dije a los changos que nos fuéramos al monte, para no quedar expuestos. Sin pensar en nada más, corrimos, corrimos, corrimos, hasta que sentí algo en la pierna derecha. Una bala.
Cuando me di cuenta, quise esconderme detrás de un árbol para que los chicos no se asustaran, pero me brotaba demasiada sangre de la pierna, a punto tal que ayer los médicos decidieron no pasarme a quirófano para sacar el perdigón alojado, porque temían que pudiera salir mal la operación. La mía. La operación de Canido salió redonda.
Con la marca de otro disparo a la historia de nuestro pueblo, pude comprender todavía mejor por qué razón se reían los guardias: pocos minutos antes, nos habían quemado la camioneta y el galpón comunitario que armamos después de los últimos ataques sufridos en julio, cuando nos envenenaron el pozo de agua y nos mataron a seis animales, con el fin de amedrentarnos. No lo lograron. Y no lo van a lograr.
Algunos compañeros ya perdieron toda la paciencia, pero no podemos abandonar esta lucha pacífica, contra una empresa inescrupulosa, custodiada por la Justicia y las Fuerzas de Seguridad. Pues no queda otra que enfrentar a ese Poder Judicial tan jodido, que pareciera ser apenas otra oficina de Canido. Como sea, seguiremos firmes, resistiendo por nuestros derechos, en esta batalla ancestral, para que nadie, nunca, jamás, pueda venir con un falso papel que simula legalidad, para presentar su ilegítima amenaza de muerte, de saqueo y de caos, camuflada en su más siniestro envoltorio…
Hoy más que nunca,
¡fuera Manaos de nuestro territorio!