«Que no es lo mismo, pero es igual»
Silvio Rodríguez
Trataré de ser breve. Hay otras urgencias. Por ejemplo, el machismo, la cosificación de las mujeres y la defensa irrestricta de la propiedad privada las están matando a mansalva. Ahí voy.
Cuando la escuela primaria me recibió, a los seis años de edad, mi madre y mi hermana se esmeraban en proteger cuadernos, libros y carpetas con esos papeles verdes o azules, con dibujos y guardas que semejaban arañitas. A mí nunca me gustó tapar los libros. El colorido de sus tapas y lomos eran, y son, un regalo para mis ojos. Los veo como un arco iris, reflejo de lo múltiple y lo diverso que encierra su interior. Pero los cuadernos y carpetas sólo tienen la marca comercial al aire y eso siempre me importó un bledo.
Cuando entré en la pubertad y la adolescencia, es decir, cuando perdí la inocencia y gané el placer de sentir placer por el roce de los cuerpos, por las caricias cómplices, la búsqueda gozosa de las humedades sexuales compartidas aprendí, me enseñaron, a cuidarme de contagios peligrosos. Llegó la época del sida, pero también el riesgo de un embarazo no querido y la responsabilidad irresponsable de traer un bebé a este mundo sin estar preparados, ella y yo, para esa maravilla. Entonces había que aprender a utilizar ese látex, ese capuchón que nos preservaba de esos riesgos y nos permitía disfrutar de los cuerpos. Terminada la fiesta había que retirar el globito impregnado de esa «gelatina de sexo pegajoso», como escribió Armando Tejada Gómez.
Hace unos días el presidente argentino que supimos conseguir viajó en transporte público de pasajeros como uno más. Sonriendo (él con la dentadura blanca y completa, ellas y ellos no), tomado del pasamanos y en pleno diálogo con sus compañeros de viaje. Eso pareció. La cuestión es que todo fue mentira. Ni los pasajeros eran pasajeros, incluido él, ni el viaje era un viaje. Montaron la escena para difusión. Un acting, le dicen los chetos. En agosto pasado sucedió algo similar durante su visita, la visita de él como dicen los mexicanos, a Mendoza. Pidió permiso para ir al baño en una casa de Luján de Cuyo. También mintió. Los dueños de casa confesaron que sabían desde el día anterior que la vejiga presidencial iba a protagonizar esa performance. Estrategias de comunicación.
El senador bonaerense del PRO, Juan Pablo Allan, dijo ante la evidencia que era «nueva forma de comunicar». Lo dijo en televisión sin que se le mueva ni un pelo ni un músculo. También eso es falaz. Durán Barba, el estratega del asunto, es un buen alumno de un tal Goebbels. Nada nuevo.
De usted, lectora de mis amores, depende encadenar los relatos etarios del concepto que nos ocupa. Una misma palabra, pero significados distintos. La riqueza de nuestro idioma lo permite.