Este lunes 26 de Septiembre quedará estampado en la memoria histórica como el día en que se sellaron formalmente en territorio colombiano los Acuerdos para una Paz estable y duradera entre el gobierno y la principal fuerza guerrillera beligerante, las FARC-EP. Dicha firma será sin duda festejada por la población en las distintas regiones, población que ha sido la principal víctima del conflicto armado a lo largo de más de cincuenta años.
Según la información del Registro Único de Víctimas, la cifra total de víctimas del conflicto entre desplazados, desaparecidos y asesinados, supera los ocho millones de personas. Las estadísticas desagregadas indican que más de un millón murió y casi siete millones han debido abandonar sus hogares debido a la guerra. El horror padecido durante más de medio siglo se completa con desapariciones forzadas, delitos contra la integridad sexual, tortura, abuso infantil, pérdida total de bienes, secuestros y tierras minadas. La vida ha estado amenazada de forma permanente en Colombia y de allí que el pueblo celebrará, desde lo más hondo de su sentir estos Acuerdos como un primer escalón hacia la posibilidad de una vida mejor.
El acto oficial se realizará en la ciudad de Cartagena y contará, entre otros, con la presencia de dignatarios de países que han tenido mucho que ver en la consecución de este acuerdo. Tales los gobiernos de Cuba, Noruega, la República Bolivariana de Venezuela y Chile, en calidad de garantes y acompañantes del proceso respectivamente.
Por otra parte, quince presidentes de la región, junto a una treintena de cancilleres y personalidades de la diplomacia internacional han confirmado su asistencia, dando un fuerte espaldarazo público a la ratificación de los Acuerdos, que se saldará el próximo 2 de Octubre mediante un plebiscito nacional. Incluso la presencia de aquellos presidentes ideológicamente cercanos al derechista Uribe – opositor a los Acuerdos con las FARC-EP – como el argentino Macri, el paraguayo Cartes, el guatemalteco Morales o el hondureño Hernández servirán paradójicamente para sepultar las posibilidades del No en dicho plebiscito.
Aunque no sea más que para la foto de ocasión, habida cuenta de los recientes cambios de gobierno que han dividido el signo político de la región, América Latina y el Caribe mostrarán una vez más su compromiso como Zona de Paz, según fuera proclamado en la II Cumbre de la CELAC en La Habana en 2014.
La algarabía y la esperanza que los Acuerdos de Paz despiertan en la población acelerarán también las negociaciones pendientes entre el gobierno y el último bando contendiente, el Ejército de Liberación Nacional, que no tendrá espacio político para resistirse a esta posibilidad de un futuro diferente para colombianas y colombianos. De este modo, en una suerte de carambola política, la rúbrica augura su ratificación y el fortalecimiento de otra paz posible con el ELN. Varias paces en una misma paz.
Sin embargo, la presencia en el acto de Cartagena de otras figuras como los presidentes del Banco Mundial, del FMI o el secretario de la OEA, sumado al respaldo a los Acuerdos del gobierno norteamericano – principal financista del ejército colombiano y parte esencial del conflicto a través del Plan Colombia – dejan entrever que esta paz, que es la única paz posible – al menos de momento – no es una paz óptima.
La desmovilización de una de las últimas fuerzas guerrilleras, surgida en la onda expansiva que supuso el triunfo de la revolución cubana, seguramente resulta a ojos de la diplomacia norteamericana un botín codiciado durante largo tiempo. Del mismo modo, la posibilidad de incidir en el descenso de áreas dedicadas al cultivo de coca y menguar el principal corredor de narcotráfico y migraciones que atraviesa la región centroamericana y México, sin duda que han sido motores importantes para respaldar el proceso. El peligro que acecha es que se quiera reemplazar la injerencia armada por un control imperial sobre la paz, una suerte de Pax Augusta, que opere un nuevo desequilibrio político regional, especialmente pensando en el asedio estadounidense a Venezuela.
Al mismo tiempo, son conocidas las apetencias de distintas corporaciones multinacionales, en consonancia con la visión dominante en la Casa de Nariño, de pacificar el país para poder instalar con mayor comodidad megaproyectos mineros, hidroeléctricos, agrícolas o forestales.
Si tales designios se verificaran, no se sentarán las bases para la paz, sino que se avivarán renovados conflictos.
Pero la peor amenaza a la paz es que se olvide la raíz del conflicto y se incumpla con los Acuerdos. El origen de la guerra en Colombia ha sido la imposibilidad de que el campesinado colombiano acceda a la tierra y la proscripción – por la ley y la violencia – de movimientos o partidos progresistas para evitar su ingreso a espacios de decisión política.
Más allá de la letra, será imprescindible trabajar en la reconciliación directa en los territorios, cimentando a su vez en el nivel simbólico nacional la firme voluntad de no retroceder a una época dolorosa, cualesquiera sean los escenarios. Desde un análisis dinámico, para evitar retrocesos, el imperativo deberá ser avanzar hacia una sociedad no violenta que apunte al descenso de los altísimos niveles de desigualdad y posibilite el crecimiento del diálogo entendiendo que la única salida posible a los conflictos es que el progreso sea de todos y para todos.
Será el pueblo el que deba velar por ello, desconfiando de intereses internos y foráneos alejados de su seno. La paz entonces no será una foto, un simple apretón de manos de personajes sonrientes, sino un proceso de liberación de toda forma de violencia. Una paz que no se gana de una vez, aunque haya que ganarla esta vez.