Se llama Miguel Ponce y dice ser radical. Radical, el término, viene de raíz, pero en este caso se refiere al partido político que tiene su origen en Leandro Nicéforo Alem y su secuencia histórica en Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y en esta absurda muestra de vasallaje neoliberal que tiene en su muestrario destacado a Ernesto Sanz y Luis Brandoni con sus «tres empanadas».
Ponce se reivindica como militante de los ’70. Hace gala de haber pertenecido a la generación de los soñadores por un mundo más justo, los revolucionarios, los «hombres nuevos». Es casi un panelista de las tardes domingueras de C5N. A veces parece un hombre sensato, equilibrado. Suele criticar al gobierno nacional por no acceder a las propuestas «sociales» de su Partido. Algo así como esas amantes clandestinas que le reprochan a su macho alfa que no le pongan el departamento prometido. Despecho, que le dicen.
Cuando se refiere a los gobiernos de Néstor y Cristina, Miguel se transforma. Parece brotarle espuma por la comisura de los labios y uno tiene la impresión de que se le va a romper la camisa, le van a empezar a crecer pelos en la espalda y las manos, los ojos se le van a salir de las órbitas y la piel se le pintará de verde hasta remedar la imagen del Increíble Hulk. en versión porteña. Toda la mesura, racionalidad y equilibrio se le van al carajo. El hombre, ya transformado en un personaje de Lovecraft, colapsa. Su Yo, su Ello y su Superyó se retuercen en una danza diabólica que hace las delicias de Freud, que fuma su pipa con sonrisa socarrona desde su tumba – diván.
Doy un ejemplo reciente.
Se debatía el tema de la seguridad cotidiana. Alguien dijo que hay una relación directa, pero no única, entre la desigualdad creciente y los casos, también crecientes, de inseguridad. Don Miguel aprovechó la volada para volcar todo su odio simiesco hacia el gobierno anterior. Que se habían robado todo (¿le suena?), un PBI y medio, dijo. Y remató con el sonsonete de que los 12 años anteriores habían sido de los gobiernos más corruptos de la historia argentina. El conductor del programa, Nicolás Magaldi, que a veces hasta parece un periodista, le preguntó de inmediato si el gobierno actual era o no corrupto. Ponce, rápido de reflejos, respondió que habrá que investigarlo. Como al anterior, a los dos, dijo.
O sea, un segundo antes afirmó, muy suelto de bigotes, que era el más corrupto, pero que había que investigarlo.
Nadie le hizo notar la contradicción. Síntoma elocuente de que se ha incorporado al inconsciente colectivo la versión Bonadio del pasado reciente. Total, ya está naturalizado el chisme del robo del PBI, a imagen y semejanza de los bolsos de guita sobrevolando a las monjitas del convento.
Todo se naturaliza así, sin anestesia. Que las tarifas de los servicios públicos había que actualizarlas y eliminar los subsidios. ¿Por qué? Porque las empresas concesionarias no tenían rentabilidad. Que Macri y los suyos no necesitan robar porque eran ricos desde antes de llegar al gobierno. Aunque también se naturaliza no preguntar cómo se hicieron ricos. Que la vicepresidenta Michetti es honesta porque vive en silla de ruedas. Como si la historia de la humanidad no desbordara de ejemplos de discapacitados corruptos. Papas, monarcas, empresarios y dirigentes políticos, por ejemplo. Que matar a quien te roba es natural, como síntoma inhumano de la preeminencia de la defensa de la propiedad privada por sobre la vida. La naturalización de la venganza que ignora que nadie nace chorro, así como ninguna mujer nace puta.
Una flamante publicidad del Banco Hipotecario promueve las ventajas de depositar nuestros dineros bajo la modalidad de plazo fijo. En una anécdota proselitista a tal fin se ve a una señora retirar su plata de debajo de la cama mientras la voz en off la asusta respecto de los peligros de robos y esas travesuras capitalistas. O sea, promueve un afano para evitar otro. Si la vista no me engaña la actriz en cuestión se parece bastante a Michetti, pero no se observan ni la silla de ruedas ni al generoso novio empresario protagonizando la escena. En fin, coincidencias tal vez. Ya se sabe, el mundo del marketing tiene estas preciosuras.
Desnaturalizar tantas mentiras nos llevará la vida, supongo. Para cuando mis nietos desenmascaren las bravuconadas de los Ponce de entonces no habrá sillas de ruedas que amparen a ningún Ministro de Trabajo que ponga a disposición de los empresarios lo que fue creado para defensa de los trabajadores, ponele. Espero.