Por Anselmo F. Caballero.
Las fronteras delimitan los confines de un estado, pero no son sólo esto. En muchas ocasiones, constituyen un espacio de tránsito entre dos realidades socioeconómicas diversas, un territorio que da cabida a intensos procesos de discriminación y violencia. Una realidad que, a pesar de ser tan cercana, resulta ajena a buena parte de la población ceutí.
“Las fronteras son baluartes de la desigualdad, y las mujeres, las que viven en una situación de exclusión más poderosa”, explica la socióloga y politóloga Cristina Fuentes, miembro del Observatorio de Análisis de la Realidad Sociofronteriza del Mediterráneo de la Universidad de Granada. Fuentes trabaja sobre el terreno desde hace tres años en su tesis doctoral, un trabajo que pretende desentrañar la realidad de las miles de mujeres que a diario cruzan la frontera de El Tarajal para trabajar como porteadoras.
La línea fronteriza entre España y Marruecos es un escenario de discriminación donde la mujer emerge como una de sus principales víctimas. Abocadas a una economía de supervivencia, las porteadoras viven su día a día sojuzgadas por la dependencia material que mantienen respecto de la actividad que se ha convertido en su fuente de ingresos y la estructura que sostiene la economía informal del tráfico comercial a través de la frontera.
“Hay una férrea estructura de género que define lo que yo denomino el circuito de las porteadoras. Las mujeres son apenas un medio de transporte, mulas. Sin embargo, la estructura, el caparazón, es lo que está masculinizado. Las mujeres ocupan el eslabón más bajo de la cadena del comercio atípico. Integran el sector más débil, el más vulnerable, con menos derechos”, explica Fuentes.
“Existe una red invisible bajo las porteadoras. Una serie de hilos masculinizados que dirigen todo el polígono de El Tarajal. Hay agentes que dinamizan la situación de las porteadoras. Pero tampoco es que ellas se quejen de esa articulación invisible, de lo que se quejan es del paso de la frontera. En una economía del día a día, tener un contratiempo como que te requisen la mercancía constituye una tragedia”.
La investigación de campo ha permitido a Fuentes establecer los perfiles de las mujeres marroquíes que atraviesan la frontera de El Tarajal en un peregrinar diario. Las porteadoras y las empleadas domésticas constituyen el grueso de las aproximadamente 20.000 personas que cruzan cada día hacia el lado español. Pero junto a ellas, también lo hacen mujeres dedicadas a ejercer la prostitución. La investigadora granadina maneja en uno de sus estudios un dato aterrador aportado por la Fundación Cruz Blanca. Según la entidad, el cien por cien de las mujeres que se prostituyen en Ceuta son de nacionalidad marroquí.
Trabajo y familia
Fuentes precisa las ventajas que ofrece el empleo de porteadora a mujeres obligadas a compatibilizar su vida laboral y familiar en un entorno social y económicamente deprimido.
“La mujer marroquí tiene un sentimiento muy acendrado de familiaridad. Por eso este trabajo de porteadora es apreciado ya que les facilita compatibilizar su vida familiar y laboral. Finalizan su jornada a la una hora española y llegan a sus casas a la una hora tetuaní. Si trabajaran como empleadas domésticas les resultaría mucho más difícil poder atender a las tareas de la casa, porque en ese caso terminarían al caer la noche. Y si lo hicieran en alguna fábrica de la zona franca de Tánger, por ejemplo, tendrían que afrontar jornadas laborales de hasta 16 horas. Cuando vuelven a casa hacen de madres, esposas y cuidadoras”.
Las porteadoras proceden, en su mayoría, de Tetuán, Martil, Rincón y Castillejos, aunque también existe un número no desdeñable de mujeres que, atraídas por las oportunidades que les ofrece la frontera, se desplazan desde el sur de Marruecos para empadronarse en Tánger-Tetuán. La residencia en la provincia marroquí vecina exime de la obligación de disponer de un visado para acceder a Ceuta.
“Las porteadoras suelen ser mujeres con edades comprendidas entre los 35 y los 55 años –continúa la investigadora granadina- Divorciadas o viudas, pero también casadas con maridos que no pueden o no quieren trabajar o que lo hacen también en una economía de supervivencia. Son mujeres de capital social y cultural bajo, apenas han ido a la escuela un par de años. Y, sobre todo, tienen cargas familiares, hijos o padres a los que mantener. El perfil de mujer que se hace porteadora para subvenir a sus propias necesidades, para alimentarse a sí misma, no existe. No hay mujer que venga aquí a pasar lo que pasa para alimentarse sólo a sí misma”.
Un tráfico opulento
Las porteadoras subsisten en la periferia de un tráfico comercial transfronterizo opulento. Hace dos años, el Gobierno ceutí valoró el volumen de mercancía que transita anualmente hacia Marruecos desde la ciudad en 266 millones de euros, un movimiento indiferente al hecho de que Ceuta carece de aduana comercial. La administración local precisaba entonces que toda esta actividad equivaldría al 38,2% de las compras al exterior de productos no energéticos que cierra la ciudad. “Hay un dinamismo empresarial que si no fuera porque se trata de una economía informal nos haría creer que estamos viviendo en Las Vegas”, ironiza Fuentes.
“A las porteadoras les pagan en función de las mercancías y del tamaño. La calidad de la mercancía también determina el precio. No es lo mismo transportar mantas, que se pagan a 50 céntimos cada una, que acarrear artículos de tecnología. En todo caso, ellas desarrollan un instinto para saber de antemano qué bultos van a pasar y cuáles no. Porque es cierto que, a veces, las autoridades marroquíes se ponen muy cabezonas…”
Fuentes se queja de la invisibilidad a la que se ha condenado a estas mujeres, el producto de una indiferencia que resulta particularmente notable en la ciudad que alberga lo que es, sin duda, un fenómeno que va más allá de la meras consideraciones económicas. “De La Almadraba para arriba, las porteadoras no existen -lamenta la investigadora de la Universidad de Granada- Pero no es algo exclusivo de Ceuta. Si tenemos en cuenta que, probablemente, el 70% de los universitarios del país no sepan ubicar la ciudad en el mapa nos haremos una idea de que los españoles no sabemos nada de estas realidades. Por eso, el objetivo de nuestro trabajo como investigadores es conseguir que todo esto se haga visible”.