El presidente Macri busca instalar la imagen de un gobierno poseedor y conocedor de una supuesta verdad, y solo a través de ella, legitima sus políticas, sin importar las instancias democráticas.
Como si pesara sobre el pueblo argentino la maldición china, hoy parece tocarle transitar tiempos interesantes, donde sus condiciones de existencia están siendo diezmadas por las políticas de gobierno que transfieren a las corporaciones todo el esfuerzo nacional, ya sea por vía de la eliminación de retenciones o bien por tarifazos, sin mencionar la inflación creciente y el aumento del desempleo.
Pero para llevar a cabo la entrega, el gobierno debe crear tigres de papel que desvíen la atención, cosa de que pueda llevarlo a cabo sin impedimento alguno.
En ese sentido, el presidente Macri busca instalar la imagen de un gobierno poseedor y conocedor de una supuesta verdad, y solo a través de ella, legitima sus políticas, sin importar las instancias democráticas. Asumió bajo el lema de la «democracia», el «consenso» y el «dialogo», pero a poco andar, DNU mediante, mostró lo que desde el campo nacional se venía denunciando: ser un gobierno de las minorías privilegiadas, de los grupos económicos concentrados, del imperialismo.
Macri y sus publicistas saben que para que haya un ejercicio efectivo del poder, es preciso que haya «verdad». No importa si es una verdad verdadera o –como en este caso- la que emana desde el vértice del poder en donde ellos se ubican. Los discursos contra la corrupción se encarnan en la «pesada herencia», y esa es la verdad primera. «Pesada herencia» que para los agoreros del odio tiene nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner.
Desde que asumió Macri la presidencia, esa ha sido la «verdad» a validar, ya que el objetivo no es ni más ni menos que hacer que el pueblo argentino sienta vergüenza por haber acompañado durante doce años al gobierno que los sacó de la pobreza, como alguna vez sintió vergüenza por haber apoyado al país en una guerra contra la OTAN para recuperar territorio nacional ocupado por Gran Bretaña.
Decimos entonces, que esa «verdad» no requiere una validación. Ellos son el Estado y desde ahí dicen representar los intereses del pueblo – ese es el sentido del republicanismo que profesan. Es una «verdad» producida, elaborada y magnificada por los medios hegemónicos-oligárquicos, que adquiere la forma de una sentencia moral; sentencia que establece el grado cero desde donde se debe tomar posición respecto al gobierno anterior.
La «pesada herencia» sería por tanto el lugar privilegiado, el topos, de la corrupción. Entonces todo lo que huela a kirchnerismo (de igual forma hicieron con Perón tras el golpe del 1955) será índice de corrupción; y si esa indicación de la verdad se hace de manera suficientemente demostrativa, todos estarán de acuerdo con ella. Es decir, no basta con señalar que el kirchnerismo es corrupto, tienen que fabricar la imagen que lo demuestre: una imagen vale más que mil palabras.
Y en este punto vale la pena recordar algunas imágenes que se repitieron y se siguen repitiendo en la pantalla colonizada por el grupo Clarín, y reproducidas por el sistema hegemónico en su conjunto, a fin de instalar y fijar la idea que «evidencia» y «señala» el hecho de la corrupción: la escavadora buscando la plata de Lázaro Baez; los billetes de la cuenta legítimamente declarada de Florencia Kirchner; las monjas del convento al que asistía José López; etc, etc.
Sin dudas asistimos a la efectivización de una de las máximas del nazismo – «miente miente miente, que algo quedará, mientras más grande sea la mentira, más gente la creerá»- actualizada con los dispositivos del siglo XXI. Desde ahí buscan generar un imaginario social de lo que es la corrupción, donde ellos, el gobierno PRO-Cambiemos, no aparecen, porque efectivamente es su verdad la que se impone y no la verdad del pueblo saqueado.
Pero el pueblo no sabe de imaginarios, eso es cosa de sociólogos. Entonces no queda más que mirar al pasado para encontrar en nuestra rica historia de luchas y resistencias, los elementos que hacen a la conciencia de nuestras clases populares: la de saberse dignificadas en el que fue el mejor de los gobiernos de los últimos cincuenta años.