Al fallecer el papa Clemente VI en 1268, los cardenales se reunieron en Viterbo para escoger al sucesor. Fueron tres años de cónclave sin resultado. Los habitantes de la ciudad no los soportaron más. Llegado el invierno dejaron de enviarles alimento y los más osados destejaron el techo de la iglesia donde estaban reunidos. El resultado fue inmediato, los deliberantes escogieron a Gregorio X como nuevo pontífice.
En La Habana, después de tres años, once meses y veintiocho días, la guerrilla latinoamericana más antigua de la historia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-Ep) y el Estado de la nación sudamericana, han firmado la paz. Si bien nadie les dejó de pasar comida ni bebida, parte de la ciudadanía cubana y colombiana estaban agotadas de tanto parlamento.
Los de la isla, porque aun y después de 1959 los cubanos fuimos educados honrando el accionar de Che Guevara, sucedía que no quedaban claros ciertos procederes por parte de esa guerrilla.
Los cubanos nunca entendimos el secuestro como un arma ética. En todos los años de guerra de guerrillas en Cuba (1956-1959), solo se acometieron por el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) dos hechos de este tipo, con una libertad inmediata y sin saldos lamentables.
El 3 de julio del 2008, al referirse a la liberación de Ingrid Betancourt, tres ciudadanos norteamericanos y otros secuestrados por las Farc, Fidel Castro sentenciaba: “Nunca debieron ser secuestrados los civiles, ni mantenidos como prisioneros los militares en las condiciones de la selva. Eran hechos objetivamente crueles. Ningún propósito revolucionario lo podía justificar[1].”
Cabe recordar que la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt estuvo secuestrada en la selva por más de seis años. Ese aspecto hizo que buena parte de la sociedad cubana se desmarcara de los guerrilleros y a la vez, no encontraba empatías en un Estado como el colombiano que se asesora militarmente con generales norteamericanos.
En cambio, la prensa cubana, se posicionaba a favor de la insurgencia. Criterios aparte, esta última se seguía vindicando comunista, se fundó entorno al Partido Comunista de Colombia y cuando este entró en crisis en los años noventa, creó su propia organización política comunista.
Por su parte, la sociedad colombiana, que sí tenía el dolor abierto y querían resultados en tiempos razonables, veían en la dilatación de los diálogos cierto olvido de sus necesidades de paz y justicia, en tanto, los más egoístas, se detenían en el uso desmedido de sus impuestos para mantener en la capital cubana a ambas delegaciones.
Pero el verdadero júbilo en Bogotá fue el 23 de junio pasado cuando ambas partes suscribieron el alto al fuego definitivo. En la mañana comenzó en las catedrales el repiqueteo de campanas y la gente llana y sencilla salió a las calles. En Colombia ese fue el último día de la guerra. En contraste, La Habana vivía un día más de junio.
Restan otros seis meses para eliminar el armamento irregular que después de fundido, dará paso a tres monumentos por la paz que se erigirán, el primero, en la sede de las Naciones Unidas, el segundo en Colombia y el tercero en La Habana.
En la novela Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, el insurgente coronel liberal Aureliano Buendía tras el Tratado de Neerlandia, al no poder suicidarse, se sumió en la tristeza haciendo pescaditos de oro. En otra de las narraciones más famosas del mismo autor, otro coronel, este sin nombre y también con dignidad, vivía en el hambre esperando que el gobierno central le enviara la pensión prometida tras los años de la guerra. Ambos encarnaban la realidad del abuelo del escritor, el coronel Nicolás Márquez y de sus correligionarios.
Existe en Caldas, Colombia, un municipio llamado Viterbo. Ojalá sus habitantes no tengan que vivir otro concilio de tres años para lograr la paz con el ELN, ni el mal destino de los coroneles del Premio Nobel.
[1] Fidel Castro Ruz. Reflexiones. Tomo II. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana. 2013. p. 317.