Por Rodolfo Schmal S.
Así como en la primera parte hice un racconto histórico, ahora escribiré sobre lo que vi, lo bueno, lo malo y lo feo, dentro de lo que he alcanzado a percibir durante mi estadía en Cuba.
Respecto de lo bueno, difícilmente pueden haber dos opiniones: la gente, los niños, los cubanos y las cubanas, acogedores, amables, alegres, expresivos, expansivos, pareciera que hablaran con los ojos y que sus cuerpos bailaran al son de la música tropical, como si nacieran con ella. Así como en otros países pocos saludan, acá todos saludan como si te conocieran de siempre. Hospitalarios, buena onda.
Parece un país congelado en el tiempo, en hace más de 50 años, sin congestión vehicular, con calles amplias, por donde circulan “guaguas”, que no son sino camiones habilitados, acondicionados para el transporte de pasajeros. Las calles parecen verdaderos museos por donde circulan vehículos de antes de los 60. La gran mayoría de ellos funcionan como taxis para pasear al creciente número de turistas que visitan la isla desde la reanudación de las relaciones con EEUU.
Lo malo tiene que ver con las comunicaciones, las colas y la política. En efecto, las comunicaciones son un desastre. Para conectarte con internet tienes que adquirir una tarjeta que te habilita para navegar por el lapso de una hora, pero en la práctica es una odisea porque cuesta hacer la conexión, y cuando te conectas, la bajada de las páginas es lenta en extremo. Una vez que te conectas, el tiempo empieza a correr irremediablemente, con lo que no alcanzas a hacer ni la mitad de lo que harías en tu país. Por tanto, hay que encomendarse al Señor para que a uno le vaya bien. Lo único decente en este tema es que la velocidad de la navegación es independiente de si eres pobre o rico, revolucionario o contrarrevolucionario. Claro que si eres pobre lo más probable que te importe un comino conectarte. Dicen que en las plazas existe wifi para conectarte, lo que no pude comprobar porque mis intentos en este plano fueron absolutamente infructuosos, aunque sí he visto a muchos extranjeros haciendo como que estaban conectados o intentando conectarse.
Colas hay para todo. De partida, al llegar en el aeropuerto había cola para cambiar la moneda. Así como en Chile cuando hay una persona atendiendo allí donde se necesitan dos, en Cuba parece existir la política contraria: allí donde se necesita una persona, hay dos o tres o cuatro. Así y todo hay colas, por lo general, porque uno es el que está atendiendo, otro está ordenando la cola, y los otros dos conversando. Consecuencia de dos modelos económicos diametralmente opuestos. Uno neoliberal, que busca maximizar utilidades sacándole el jugo a los trabajadores; y el otro, que no posee incentivo alguno para trabajar ni para mejorar la productividad o la eficiencia. Para consumir un helado en el Coppelia, también había una cola sideral, de más de una cuadra! Adonde vayas, te encontrarás con alguna.
Y en lo político resulta vergonzoso que a más de medio siglo de la revolución, Fidel no haya tenido más remedio que delegar su poder en Raúl, su hermano. Después de él ¿quién? Más parece dinastía. Uno de los mayores dramas no resueltos por las dictaduras pareciera ser el de la sucesión.
De lo feo ya escribiremos la próxima semana, mientras estoy gestionando una conversación con Fidel ad portas de su cumpleaños número 90, que estoy seguro será sabrosísima y de cuyo contenido espero poder rendirles cuenta.