Por Rodolfo Schmal S.
Tal como en una primera columna me centré en el contexto en que se sitúa mi actual visita a Cuba, y en una segunda en torno a lo bueno y lo malo, en esta ocasión lo haré sobre lo feo. Me limitaré a dos aspectos que más me llamaron la atención: uno, las colas (filas), y dos, a un ambiente de deterioro, particularmente de la infraestructura física.
Apenas llegué, por el calor reinante, intenté ir a comer un helado al Coppelia, una cadena estatal de heladerías, en una plaza que está entre las calles 21 y 23. Vi una gran fila que abarcaba más de una cuadra, y que no sabía para qué era. A la entrada me atajaron y quisieron encaminarme hacia un lugar donde no había nadie, pero donde vendían helados a extranjeros, porque la fila era para pagar con moneda nacional. Yo andaba con cucs, moneda paralela que dan a quienes venimos de afuera. El mismo helado tenía dos precios, uno en cucs, otro en moneda nacional; uno para extranjeros, otro para los cubanos.
Finalmente me desistí de comerme el helado porque no me interesaba comerme un helado solo, sin conversar con los cubanos, y tampoco estaba disponible para hacer una fila. Discriminación odiosa que no se condice con la hospitalidad intrínseca a ellos. Cuando intenté consultar en torno al origen de esta discriminación, la respuesta general era el silencio, o simplemente afirmaban “no me meto en política, yo solo trabajo”; unos pocos la explican por el bloqueo norteamericano (el famoso embargo).
Lo expuesto revela la parcelación del país en dos: uno para los cubanos, y otro para los extranjeros. Para estos últimos, lugares resorts para los turistas de los distintos confines del mundo, construidos por cadenas internacionales, donde trabajan cubanos que residen en los poblados cercanos, cumpliendo labores domésticas –atención de público, aseo de habitaciones, mantención de jardines, servicio de vigilancia, cocineros, mozos y lavaplatos-, quienes viven esencialmente a partir de las propinas antes que de sus sueldos. Cubanos y cubanas sobrecalificados para los puestos de trabajo que ocupan. Me encontré con que una mucama era profesora de matemáticas.
También llama la atención el deterioro de las propiedades, particularmente las que parecen haber sido mansiones pertenecientes a una aristocracia, que con la revolución agarró sus pilchas y se fue a Miami. Propiedades que desde entonces, inicios de los 60 han sido ocupadas por quienes no disponen de recursos para su mantenimiento, y que las ocupan como cités. Es particularmente llamativo porque se trataría de construcciones que tuvieron un pasado esplendoroso.
Actualmente, el gobierno encabezado por Raúl, el hermano de Fidel, está haciendo esfuerzos, después de más de 50 años de revolución, mediante un programa de viviendas sociales que facilite la salida de las familias que los ocupan, para recuperar estos edificios con propósitos turísticos. En este plano no deja de ser una paradoja que la recuperación económica de Cuba pase por el turismo, especialmente del proveniente de su vecino del norte, EEUU, en circunstancias que estuvieron enfrentados por más de medio siglo, y que justamente uno de los fundamentos de la revolución cubana se asentaba en que los gobiernos de entonces, no eran sino gobiernos títeres que habían hecho de Cuba el prostíbulo de los norteamericanos.
Quizá la diferencia ahora resida en que el gobierno tenga la manija, la capacidad para regular el flujo turístico e imponer las condiciones, antes que se las impongan. Vamos a ver cuánto le dura esta capacidad, porque el poder que tiene el capitalismo para corromper es meridianamente alto. Ahí está lo que ocurrió a fines de los 80 al derrumbarse el imperio soviético, cuando las mafias y los más altos jerarcas comunistas privatizaron a su favor gran parte de las empresas del Estado, siguiendo el modelo de los Ponce Lerou en Chile. Ahí está lo que viene ocurriendo en China, donde a los que pillan corrompiéndose los fusilan ipso facto.
Disponer de un sistema económico basado en el capitalismo conviviendo con un sistema político totalitario no es sino una bomba de tiempo a favor de la corrupción, de la que ni siquiera se libran las democracias. Bien lo estamos palpando por doquier.
De todo esto tuve ocasión de conversar con Fidel, a semanas de celebrarse un aniversario más de la revolución, a un año de la reanudación de relaciones diplomáticas con EEUU, y a días de la celebración de sus 90 años. Una conversación imaginaria, de la cual espero dar cuenta fragmentos, en una próxima columna.