Llegué a conocer personalmente a Tony Henderson, en un ascensor. Era el ascensor de un hotel donde se desarrollaba la Reunión Semestral del Movimiento Humanista: no me preguntes dónde, después de un tiempo los hoteles son iguales, mientras que las ciudades varían. Ninguno de los dos pudo averiguar a qué piso tenía que ir, y, por supuesto, teníamos que ir ambos al mismo. Mas Tony era, y se mantuvo hasta el final, uno de los raros humanistas que no hablaban español, idioma casi «oficial» de un movimiento cuyos orígenes están profundamente arraigados en América Latina. En cambio, yo soy uno de esos hijos de los 70 que se negaron a aprender inglés.
Esto quiere decir que el primer encuentro con Tony fue con gestos, sonrisas y humor, la ironía sutil que siempre emanaba, bastante anglosajón.
Resuelto el problema del ascensor, nos dimos cuenta de éramos aquel Tony y aquel Olivier que se escribían correos electrónicos desde dos extremos del mundo, dos de los pocos humanistas que en ese momento tenían un correo electrónico y lo utilizaban. Creo que Tony tenía un récord: el que por primera vez envió un boletín humanista por el Internet, el Boletín de la Asociación Humanista en Hong Kong.
No volví a ver a Tony desde aquel encuentro surrealista en el ascensor hasta hace dos años, en la reunión de Pressenza en Berlín, cuyos saludos se representan en la foto que ves arriba. Una auténtica foto familiar. Él no está ahí, es el autor de la imagen. No lo he visto más, pero nuestra relación ha continuado, a partir de las dificultades lingüísticas que se convirtieron en la exploración de nuevas formas de comunicación. Creo que también he aprendido un poco de inglés gracias al deseo de intercambiar puntos de vista con él.
Tuvimos que vernos de nuevo en Alemania, hace dos meses, pero poco antes el primer síntoma de partida había llegado, y un médico le prohibió tomar el avión.
Cuando empezó a correr la noticia me conecté con él, en ese torbellino de pensamientos que vienen cuando muere un ser querido; aquel renovado intento de comprender lo absurdo de la muerte, aquel estado que te hace recordar el destino común. ¡Que allá en el horno nos vamos a encontrar…!, canta un famoso tango.
Me acosté en el colchón de mi tienda de campaña, me relajé e hice una experiencia de fuerza, tratando de conectar con él. Ha sido fácil, «llegó» inmediatamente. Estaba allí, y resonaban en mí sus virtudes: militante, generoso, divertido, tenaz; sus virtudes resonaban con mí, con lo que incluso a miles de kilómetros de distancia siempre habíamos compartido: el deseo de un mundo mejor, el horror de la injusticia, la pasión por contarle al mundo (lo que llamamos periodismo), el impulso de difundir la buena nueva a los demás, de manera que, si quieren, lo hagan suyo.
Al final de esta breve pero intensa experiencia, he considerado necesario saludarlo: Hasta luego,Tony. De alguna manera, que no tengo clara, nos encontremos de nuevo, de una forma que no puedo imaginar, aunque sé que la luz tendrá algo que ver.