Por Manlio Dinucci
Petróleo, gigantescas reservas de agua, fondos soberanos multimillonarios: el botín que subyace bajo las bombas.
“Italia evalúa de manera positiva las operaciones aéreas lanzadas hoy por los Estados Unidos sobre ciertos objetivos del ISIS en Sirte. Surgen por pedido del gobierno de Unidad Nacional, en apoyo a las fuerzas fieles al gobierno con el objetivo común de contribuir a restablecer la paz y la seguridad en Libia”, ese fue el comunicado difundido por la Farnesina (ministerio de Asuntos Extranjeros italiano) el 1° de agosto.
Aquellos que piensan en “la paz y la seguridad de Libia” en Washington, París, Londres y Roma son los mismos que, luego de haber desestabilizado y destruido al Estado libio por medio de la guerra, van a recoger los restos con la “misión de asistencia internacional a Libia”.
La idea que tienen se transparenta a través de voces autorizadas. Paolo Scaroni [1], quien a la cabeza del Ente Nacional de Hidrocarburos (ENI, por sus siglas en italiano) manejó en Libia facciones y mercenarios, y hoy se encuentra en la vicepresidencia del Banco Rothschild, declaró en el Corriere della Sera que “hay que terminar con la ficción de Libia”, “un país inventado” por el colonialismo italiano. Hay que “favorecer el nacimiento de un gobierno tripolitano, que convoque a fuerzas extranjeras para que le ayuden a ponerse de pie”, impulsando a las regiones de Cirenaica y Fezán a que creen sus propios gobiernos regionales, eventualmente con el objetivo de federarse en el largo plazo. Mientras tanto, “cada uno administraría sus recursos energéticos”, presentes en Tripolitana y Cirenaica.
Es la vieja política del colonialismo del siglo XIX, puesta al día en modo neo-colonial por la estrategia EE.UU./OTAN, que demolió Estados nacionales enteros (Yugoslavia, Libia) y fraccionó (o intenta fraccionar) otros Estados (Irak, Siria), para controlar sus territorios y sus recursos.
Libia posee casi el 40 % del petróleo africano, buscado por su alta calidad y su bajo costo de extracción, y grandes reservas de gas natural cuya explotación hoy puede significar a las multinacionales estadounidenses y europeas una rentabilidad mucho más elevada que la que obtenían anteriormente del Estado libio. Además, eliminando el Estado nacional y negociando separadamente con los grupos en el poder en Tripolitana y Cirenaica, pueden lograr la privatización de las reservas energéticas públicas y por ende su control directo.
Además del oro negro, las multinacionales estadounidenses y europeas quieren ampararse del oro blanco: la inmensa reserva de agua fósil de la napa freática nubiense, que se extiende debajo de Libia, Egipto, Sudán y Chad. Las posibilidades que esta ofrece fueron demostradas por el Estado libio mediante la construcción de acueductos que transportaban el agua potable y para la irrigación, millones de metros cúbicos por día extraídos de 1300 pozos en el desierto a lo largo de 1600 km hasta las ciudades costeras, fertilizando las tierras desérticas.
En las actuales incursiones aéreas estadounidenses sobre Libia, participan simultáneamente caza-bombarderos que despegan de portaviones en el Mediterráneo y probablemente de bases en Jordania, y de drones Predator armados con misiles Hellfire que salen de Sigonella (base estadounidense en Sicilia, NdT). Interpretando el rol del Estado soberano, el gobierno de Renzi “autoriza caso por caso” la salida de drones armados estadounidenses de Sigonella, mientras que el ministro de Asuntos Extranjeros, Gentiloni, precisa que la “utilización de las bases no requiere una comunicación específica al parlamento”, y asegura que esto “no es un preludio de un intervención militar” en Libia.
Cuando en realidad, la intervención ya comenzó: fuerzas especiales estadounidenses, británicas y francesas –como lo confirman el Telegraph y Le Monde– operan en Libia desde hace tiempo en secreto para apoyar al “gobierno de unidad nacional del primer ministro Sarraj”.
Al desembarcar oficialmente tarde o temprano en Libia con el pretexto de liberarla de la presencia de Isis, los EE.UU. y las grandes potencias europeas pueden de esta manera reabrir sus bases militares, cerradas por Gadafi en 1970, en una posición geoestratégica importante en la intersección del Mediterráneo con África y el Medio Oriente.
Por último, con la “misión de asistencia a Libia”, los Estados Unidos y las grandes potencias europeas se reparten el botín de la mayor rapiñada del siglo: 150 mil millones de dólares de los fondos soberanos libios confiscados en 2011, que podrían cuadriplicarse si la exportación energética libia regresara a los niveles anteriores.
Una parte de los fondos soberanos, en la época de Gadafi, se invirtió para crear una moneda y organismos financieros autónomos para la Unión Africana. Estados Unidos y Francia –como lo comprueban los e-mails de Hillary Clinton- decidieron bloquear “el plan de Gadafi de crear una moneda africana», alternativa al dólar y al franco CFA. Fue Hillary Clinton –según documenta el New York Times– quien convenció a Obama de actuar. “El presidente firmó un documento secreto, que autorizaba una operación encubierta en Libia y el suministro de armas a los rebeldes” incluso a grupos recientemente clasificados como terroristas, al tiempo que el Departamento de Estado dirigido por Clinton los reconocía como “gobierno legítimo de Libia”. En el mismo momento la Otan bajo las órdenes de Estados Unidos efectuaba el ataque aeronaval con decenas de miles de bombas y misiles, que desmantelaron el Estado libio, atacado simultáneamente desde el interior con fuerzas especiales, incluidas las de Qatar (gran amiga de Italia) [y de Francia, NdT].
El desastre social que siguió, dejando más víctimas que la propia guerra, sobre todo entre los migrantes, abrió la puerta a la reconquista y al reparto de Libia.
Editorial del miércoles 4 de agosto de 2016 de il manifesto
Traducido del italiano por Marie-Ange Patrizio
Este artículo retoma también dos secciones L’art de la guerre (El arte de la guerra) publicadas en marzo y abril de 2016. El título (y subtítulo) es el del autor. (NdT)
Fuente inicial: http://ilmanifesto.info/la-grande-spartizione-del-dopo-gheddafi
[1] Paolo Scaroni es uno de los más grandes aficionados italianos del Grupo Bilderberg. Artífice durante sus dos mandatos encabezando el ENI de su privatización (parcial por el momento), en 2011 está en la tercera línea de los gerentes de sociedades italianas que cotizan en bolsa, con un salario anual de 6,4 millones de euros. Ver Le Groupe Bilderberg, de Domenico Moro, Ediciones Delga, 2014, p. 180, 201, 203 y 205. NdT.