Por Mauricio Becerra Rebolledo
Más del 80 por ciento de los brasileños no desean que el presidente interino Michel Temer ocupe el cargo, revelan encuestas recientes. Su ascenso al poder fue después del impeachment a Dilma Rousseff realizado el 12 de mayo pasado. Una oscura trama con fiscales anticorrupción, una prensa partidaria, una clase política corrupta y traiciones de telenovela. Esta es la primera parte de la historia:
Era el momento más esperado. Los 513 diputados que componen el parlamento brasileño tenían que decir sí o no a la propuesta de destitución de la presidenta. Por más de un año cada día los principales noticiarios de televisión y los diarios paulistas noticiaban casos de corrupción que afectaban al gobernante Partido de los Trabajadores. Pero a la hora de presentarse pruebas, no había ninguna. Dilma no había cometido ningún delito. Los diputados votaban una propuesta de impeachment contra Dilma Rousseff presentada por tres juristas de derecha que consideraban que era un ‘crimen de responsabilidad’ unas reasignaciones presupuestarias entre bancos públicos y pagos del Estado que no habían pasado por el Congreso y que eran declaradas en el año fiscal siguiente.
Cada parlamentario tenía escasos segundos para hablar al momento de emitir su voto. Los canales de televisión transmitían en directo. Millones de brasileños veían el futuro del país en esa votación. Era un momento histórico cuyo posicionamiento exigía argumentos. Los que votaron contra la destitución acusaba un golpe de estado, que la presidenta no había cometido delito alguno y que era una maniobra del presidente de la mesa para tapar sus propios casos de corrupción. Los que aprobaban la caída de Dilma dedicaban el voto a su familia, a sus hijos y hasta a sus abuelos. Uno le mandó hasta un saludo de cumpleaños a su nieta. Varios decían que votaban la destitución por el renacer de Brasil, por la esperanza y hasta por Dios. “Lo que Lula y Dilma hacen es un verdadero tiro de muerte. Un tiro al corazón, al alma del pueblo brasileño”, diMás del 80 por ciento de los brasileños no desean que el presidente interino Michel Temer ocupe el cargo, revelan encuestas recientes. Su ascenso al poder fue después del impeachment a Dilma Rousseff realizado el 12 de mayo pasado. Una oscura trama con fiscales anticorrupción, una prensa partidaria, una clase política corrupta y traiciones de telenovela. Esta es la primera parte de la historia:
Era el momento más esperado. Los 513 diputados que componen el parlamento brasileño tenían que decir sí o no a la propuesta de destitución de la presidenta. Por más de un año cada día los principales noticiarios de televisión y los diarios paulistas noticiaban casos de corrupción que afectaban al gobernante Partido de los Trabajadores. Pero a la hora de presentarse pruebas, no había ninguna. Dilma no había cometido ningún delito. Los diputados votaban una propuesta de impeachment contra Dilma Rousseff presentada por tres juristas de derecha que consideraban que era un ‘crimen de responsabilidad’ unas reasignaciones presupuestarias entre bancos públicos y pagos del Estado que no habían pasado por el Congreso y que eran declaradas en el año fiscal siguiente.
Cada parlamentario tenía escasos segundos para hablar al momento de emitir su voto. Los canales de televisión transmitían en directo. Millonejo un parlamentario, disparó una pistola de confeti y se puso a cantar contra el expresidente y la mandataria. Un diputado votó por “la nación evangélica y por la paz de Jerusalén”; otro en nombre de los militares que en 1964 dieron el golpe de estado y dedicó su voto al militar que torturó a la presidenta Dilma cuando estuvo presa bajo la dictadura.
“Creo que nunca vi tanta hipocresía junta por metro cuadrado”- fue el comentario de la diputada Marcivania (PcdoB) al momento de votar.
Al final por 367 votos a favor, 137 en contra, ganó la destitución de la mandataria. La votación debe ser ratificada por el Senado, donde el PT tiene menos adhesiones que las que contaba en la Cámara.
El teólogo y lulista Leonardo Boff comenta que son los mismos argumentos del golpe de Estado dado en 1964: marchas de la religión, familia, Dios y contra la corrupción.
Transparencia Brasil indica que 60% de los parlamentarios enfrentan algún tipo de acusación, como cohecho, fraude electoral, deforestación ilegal, secuestro y hasta homicidio.
El proceso contra Dilma pone punto final a más de una década de gobiernos del PT. Un gobierno que disminuyó considerablemente la pobreza de los brasileños, abrió cuotas para pobres y negros en educación, dio estabilidad y proyección internacional a Brasil, integrando los BRICS y proyectando un banco en común y una moneda única junto a otras potencias emergentes y cuyo primer líder, Lula da Silva, abandonó su gobierno con un 86% de popularidad, no ha sido capaz de sortear esta zancadilla. Se abre así un nuevo ciclo para Brasil y para América Latina.
TEMER Y CUNHA: LA TRAICIÓN GOLPISTA
Hasta diciembre el equilibrio político que había llevado a Lula al gobierno en 2003 sentado en la alianza electoral con el centrista Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMBD), estaba intacto. Fue la fórmula electoral para el PT ganar las elecciones y contar con apoyo en el parlamento. Para el PMBD le significaba ocupar la vicepresidencia, usar la popularidad de Lula para elegir algunos caciques locales, sobre todo en Rio de Janeiro, y ocupar varios ministerios. Como partido tenía experiencia en eso. Fue la comparsa de quien gobernara desde 1985, cuando finalizó la dictadura militar. Sobre ese eje se erigía la hegemonía del PT, al que se sumaban colectividades de izquierda menores, como los comunistas y partidos del nordeste.
Pero el PMBD es un partido que hace rato huele a corrupción. A fines de 2015 se formó una comisión del Consejo de Ética de la Cámara de diputados para investigar las denuncias que apuntan al ex presidente de los diputados, Eduardo Cunha, uno de los líderes del PMBD. El procurador general de la República pidió al Supremo Tribunal Federal (STF) su destitución del cargo por varios delitos que se le imputan, como recibir dinero del esquema montado en la estatal Petrobras para pagar campañas políticas. Hasta ahora se ha comprobado que Cunha recibió más de $ 52 millones de reales. Sólo fue apartado del cargo y sometido a proceso después de conjurado el golpe de estado parlamentario.
Además, en los últimos meses le fueron detectadas al parlamentario cinco cuentas con depósitos millonarios en Suiza. Cunha negó todo en la Cámara hasta que las propias autoridades suizas mandaran el informe de una cuenta a su nombre con US$ 5 millones y sus gastos, los que dan cuenta de un nivel de vida imposible con su sueldo de diputado. Entre sus continuos viajes aparecen gastos como una cena por 2.500 dólares en París, compras por 5.400 dólares en tiendas de ropa de marca en New York, otra cena por 3 mil dólares en Rusia y una cuenta por U$ 6 mil en un hotel de Dubai.
Eduardo Cunha es representativo de no pocos diputados brasileños: Político sin muchas luces se mueve en la negociación baja y conoce los vericuetos del parlamento y las formas de negociación con sus aliados pagados por el agronegocio y la industria de armas. Es evangélico y sabe explotar muy bien el avance del pentecostalismo en Brasil y transformarlo en votos. Se comenta que es dueño de más de 150 dominios en internet con la palabra ‘Jesus’. Tiene un porsche registrado bajo una empresa llamada Jesus.com.
Cunha es contrario al aborto y a los derechos GLBT. Promovió un proyecto de ley para penalizar el prejuicio contra heterosexuales y cuando lo llamaron el Frank Underwood, en alusión al personaje de la serie House of Cards, respondió que el personaje “es ladrón, homosexual y asesino. Yo no”. Una de sus frases recientes fue que “estamos viviendo la fase de los ataques, como la presión de los gays, de los marihuaneros y de los abortistas. El pueblo evangélico tiene que posicionarse”.
Cuando llegó a sus manos la solicitud de impeachment de la mandataria, Cunha intentó negociar con los parlamentarios del PT que no se sumaran a la comisión en su contra. Los medios ya hacían noticias con sus viajes de lujo y olfateó que lo mejor sería era echar mano de la destitución para así tapar las denuncias. Como el PT se opuso, Cunha echó mano de la destitución de la mandataria presentado por tres juristas de derecha. Hábil negociador les dijo a los opositores a Dilma que “si derribo a Dilma al día siguiente ustedes me derriban a mí”, para iniciar una negociación en las sombras que lo salvara a él del proceso y contara con el apoyo de la oposición, fundamentalmente el PSDB: Toda la atención se concentraría en el juicio a la presidenta.
Pero no hay lista de pagos de coimas en las que Cunha no aparezca. Así fue cuando se divulgó una lista de pagos de la constructora Odebrecht en las que aparecen 200 políticos brasileños de gran parte de los partidos brasileños. Ni Lula ni Dilma aparecen en la lista.
A las pocas semanas su nombre apareció recientemente en los Panama Papers con empresas off shore administradas por Mossack Fonseca.
Aliado de Cunha es el vicepresidente Michel Temer, quien también figura en la lista de pagos de la constructora Odebrecht y según la investigación de Janot, habría recibido 5 millones de reales de la constructura OAS, vinculada con la corrupción en Petrobras.
Instalado en el Palacio do Jaburu Temer se siente gobernando desde antes de la votación. Con la destitución de Dilma, pasaría a ocupar el puesto de presidente hasta 2018 y Cunha quedaría como la segunda autoridad del país. Temer opera un gobierno de facto que negoció ofreciendo cargos en el Ejecutivo a los diputados que se sumaran a la destitución de Dilma. Días previos a la votación del impeachment emitió un audio en el que le habla a los brasileños como si ya fuera presidente. “Es necesario un gobierno de salvación nacional y, por tanto, de unión nacional”-sostuvo.
Para Temer, Cunha y el PSDB llegar al gobierno es la oportunidad para salvarse de los casos de corrupción en los que están involucrados. A todos les conviene parar el Lava Jato y la selectividad del juez Moro y del Ministerio Público juegan a su favor. El periodista Glen Greewald observa que “los líderes de la oposición brasileña esperan que, manipulados por los medios, la destitución de Dilma resulte ser de una catarsis para el público brasileño, que permitiría el fin silencioso de la operación Lava Jato”.
Según Greewald, “el impeachment está designado para proteger la corrupción, no para punirla o acabar con ella. Es el retrato más característico de una plutocracia que de una democracia madura”.
De los 65 diputados que habían revisado el primer informe del impeachment, 36 enfrentan procesos judiciales. Uno de ellos es Paulo Maluf, quien está siendo procesado por el Supremo Tribunal Federal (STF) por haber recibido US$ 40 millones en coimas. Maluf no puede salir de Brasil debido a que es procurado en Francia por lavado de dinero y en Estados Unidos por desviar dineros por más de US$ 11,6 millones. Su voto se sumó en contra de la mandataria.
LAS CULPAS DE DILMA
La defensa de Dilma sostiene que la destitución de un presidente sólo es posible si hay crimen. Y como a la presidenta no se le ha probado delito alguno, no hay razón para el impeachment. Acusan que en el fondo se trata de un golpe de estado.
El problema de Dilma es que no tiene respaldo popular. Una encuesta de Datafolha divulgada en abril recogía que un 61% de los entrevistados estaban a favor del impeachment y un 33% en contra. Su error fue responder a la crisis económica mundial con políticas de austeridad y recortes importantes de presupuestos. A diferencia de su anterior mandato, al momento de asumir nombró como ministro de Hacienda a un neoliberal de la Escuela de Chicago para complacer así al empresariado. Los mismos que hoy le dan la espalda llamando a su destitución abierta a través de las pantallas electrónicas que cubren todo el edificio de la FIESP en São Paulo y activando la economía en función de su caída. El resultado fue estancar aún más una economía ya en recesión lo que subió las tasas de desempleo, algo que los brasileños durante la época de Lula habían olvidado. Al malestar hay que añadir una campaña de los grandes medios empeñados en derrocarla.
La destitución de la mandataria por el parlamento es justificada en las llamadas pedaladas fiscales (bicicleta), mecanismo usado por los gobiernos brasileños para mantener caja. De esta forma se usa dinero de los bancos del Estado para pagar cuentas y prestaciones sociales y en el periodo fiscal siguiente se le devuelve. Los opositores a Dilma se basan en las objeciones dadas por el Tribunal de Cuentas (TCU) y acusan que sería un “delito de responsabilidad”.
Lo acostumbrado de dicha práctica para mantener los deberes y las cuentas pagas del Estado se evidencia en el hecho de que 16 gobernadores estaduales también realizaron en 2015 pedaladas fiscales, entre ellos el gobernador de São Paulo, el PSDB Geraldo Alckmin.
El segundo motivo de la destitución es que se acusa a la presidenta de firmar seis decretos de aumento presupuestario en 2015 sin la autorización del Congreso, los que no habrían respetado la meta de responsabilidad fiscal. El gobierno se defiende diciendo que no fue una ampliación de gastos, sino una reasignación. Agrega que la firma de la presidenta fue a pedido del TCU, tras la evaluación del personal técnico de dicha instancia.
El abogado General de la Unión, José Eduardo Cardoso, en su defensa de la presidenta ante el Congreso, sostuvo que la destitución de un presidente en un régimen democrático se usa “solo en casos excepcionalísimos. Es para actos graves, dolosos, que atenten contra los principios del país, pero meras operaciones contables, aceptas y hechas por todos los gobiernos, respaldadas por los tribunales de cuentas, aceptadas por los juristas y aprobadas por los funcionarios técnicos de carrera… que sean utilizadas como impeachment… Señores diputados y diputadas: me permiten utilizar una palabra que no es jurídica, pero es de la ciencia política: esto es un golpe”.
Cardoso advirtió que “cualquier gobierno que venga a nacer de una ruptura institucional no tendrá legitimidad para gobernar frente a la población”.
LOS MEDIOS Y LA NUEVA DERECHA
Desde que perdieron la última elección presidencial por pocos puntos, el Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB) apostó por la estrategia del golpe de estado blando. Para ello se valieron de la complicidad de los grandes medios, como el noticiario Globo y su diario del mismo nombre; la revista Veja y los periódicos Folha y Estadão de São Paulo. Todos se empeñaron en sacar del gobierno al PT.
Ya en los gobiernos de Lula los medios destaparon y publicitaron con fuerza el escándalo del mensalão, montado por el fundador del PT, José Dirceu, para comprar votos en el parlamento y así conseguir aprobar proyectos de ley. Dieron generosa cobertura y sentenciado el caso, Globo siguió el despliegue y convertía en tema del noticiero central hasta las visitas que recibia Dirceu estando preso.
Pese a que invirtieron grandes recursos y tiempos de sus equipos periodísticos, nunca lograron probar la conexión con Lula. Lo que sí consiguieron era que el brasileño común que no es crítico con los medios, relacionara la palabra corrupción al PT.
Un momento de eclosión fueron las masivas protestas de junio de 2013. Cuando Brasil se preparaba para la Copa del Mundo y luego las Olimpiadas, momentos simbólicos para estrenar al mundo el país que por una década había gobernado el PT, una protesta por el alza en algunos centavos del pasaje del bus en São Paulo organizada por el colectivo Passe Livre, sacó a las calles a los descontentos de Brasil, gran parte de ellos ligados a movimientos sociales con domicilio en la izquierda política. Si en un principio la red Globo criminalizó las protestas sociales, cuando estas se amplificaron, aprovecharon la oportunidad para su campaña contra del gobierno.
Los motivos de las protestas eran varios: el alto costo del transporte, derechos a vivienda o una salud de calidad, pero las cámaras de la Globo comenzaron a centrarse en sólo algunas pancartas que se confundían con miles de demandas. Se centraron en los carteles contra la corrupción que comenzaban a portar personas que salían a las calles con la bandera de Brasil. ‘Fuera Dilma’ y ‘Fuera el PT’ eran sus eslóganes.
Para la mayoría de izquierda en las calles fue sorpresivo ver como otros manifestantes comenzaban a pifiar primero y empujar después a militantes de movimientos cercanos al gobierno. Quien llevara una polera o bandera roja era chingado por esos grupos y varios colectivos de izquierda comenzaron a restarse de salir a las calles. Esta nueva derecha se apoderó rápidamente de consignas como #vempararua o el perfil de Anonymus Brasil y terminó apropiándose de la iniciativa. El periodista Raul Zibechi llama la atención sobre esta nueva derecha que se apropió de las calles cuando la izquierda se había refugiado en el Estado. “Es una nueva derecha: sin partido, de clase media alta (…) que acepta el aborto, el matrimonio igualitario, la despenalización de la mariguana y la gratuidad de los servicios públicos, pero se opone a las cuotas para estudiantes negros en las universidades y cree que Bolsa Familia la perjudica”.
Zibechi observa que ya en 2011 organizaron sus primeras grandes marchas en grandes ciudades y que cuando se tomaron las protestas en 2013, “la nueva derecha creó una cultura de protesta en la calle, lo que le permitió reconducir las marchas hacia sus objetivos. Sobre la base de esas experiencias, en 2014 nacen los grupos que hoy convocan millones: Movimento Brasil Livre, Vem Pra Rua y Revoltados On Line”.
La guerra que iniciaron fue sucia y esta nueva derecha se valió de cualquier mentira para instalar en los brasileños la idea de que todos los males de Brasil son causados por el PT. El ‘Fora PT’ lo reproducían en cuanto foro de internet había; en twitter hacían bullying contra cualquier opinión diferente tildándolos de rojos o ‘vai para Cuba’. Si compartías un grupo de whatsapp para conocer gente veías aparecer que ‘Dilma entró en el grupo’. “No hay nada para robar por aquí”- pregunta el personaje con la imagen de la presidenta. Luego aparece el mensaje ‘Dilma salió del grupo’.
Pocos días antes del impeachment 35 mil brasileños compartieron una foto falsa de Dilma en la que aparecía siendo niña junto a Adolfo Hitler con comentarios como si fuese real.
En marzo de 2014, el edificio World Trade Center en São Paulo fue sede del Congreso Brasileño de Encuestas, que reunía especialistas en datos estadísticos. En una mesa organizada por Emy Shayo, analista del banco J.P. Morgan, empresarios, periodistas y profesionales del marketing se dedicaron a discutir las debilidades de la campaña petista y como enflaquecerla. Entre las conclusiones obtenidas se reconoce que Petrobras, gigante estatal símbolo para los brasileños, era un tema para páginas económicas y no para el ‘bajo pueblo’ y que las protestas contra la Copa a realizarse pocos meses después, podían desestabilizar al gobierno siempre que se alcance el público deseado.
CONTINUARÁ….