Hoy la sociedad argentina se ha manifestado de un modo contundente, en todos los barrios de la ciudad de Buenos Aires y en las principales ciudades de las provincias del país: la gente no puede pagar el desmedido incremento de las tarifas. El mensaje es simple: no-se-puede.
No pueden las personas con las tarifas domiciliarias (luz, agua, gas) ni pueden las pequeñas y medianas empresas que están bajando las persianas y despidiendo empleados porque no pueden sufragar los gastos de energía que necesitan para mover sus máquinas.
El “tarifazo” fue una suerte de “pueblada” pacífica, que ningún partido político puede rescatar para su sector porque estaban presentes ciudadanos que también votaron al actual gobierno.
La democracia argentina tiene una historia discontinua, interrupta que sumada a la costumbre de ejercer un presidencialismo exacerbado hace que bordee peligrosamente la frontera de la tiranía. Lo menos que se puede decir del presidente Mauricio Macri es que -si bien fue elegido democráticamente- ha producido más decisiones arbitrarias -como designar jueces por decreto- o al margen de la ley -como la suba de tarifas que obviaron las audiencias públicas o ignorando la división de poderes que caracteriza una república (veto de leyes aprobadas por el Congreso o decisiones por fuera del mismo)-. La democracia argentina es frágil, sin duda, y la conducción política está de espaldas a la población porque sus decisiones benefician sólo a los ricos. Como corresponde a un gobierno clasista como no hubo otro en este país, donde el 90 por ciento de los ministros son gerentes (“CEOS”) de grandes empresas, expertos en ganar dinero para su beneficio personal.
La suba de las tarifas no es un hecho aislado. Es una medida que cayó después de una devaluación de los salarios agravada por una inflación creciente que generó 1,5 millones de nuevos pobres en sólo siete meses.
La lluvia fue intensa, las manifestantes no se amilanaron y el mensaje -como dijimos- fue claro. Sin embargo, las primeras manifestaciones de los funcionarios revelan que no quieren oír. Tampoco quieren ver. No han visto las manifestaciones, no han hecho la lectura política, no saben sus consecuencias. Contrariamente, el pueblo sabe por experiencia, que tendrá que gritar más alto y más fuerte. Sobre todo, sabe que puede hacerlo.