Por Rodolfo Schmal S.
En los tiempos actuales, se está observando una creciente mirada de las universidades como instituciones asimilables a organizaciones clásicas, empresariales, sin atender mayormente a sus singularidades. En efecto, las universidades poseen algunas características que las distinguen respecto de las organizaciones clásicas por estar constituidas por trabajadores (académicos) altamente calificados, por operar sobre un intangible como es el conocimiento, por el rol social que deben cumplir, y por la naturaleza de sus actividades conducentes a generar, transmitir y difundir el conocimiento en la sociedad en que se inserta.
El proceso de generación de nuevos conocimientos las realiza a través de la investigación; el de la transmisión de los conocimientos, a través de la docencia para la formación de profesionales; y el de la difusión a la sociedad en que se inserta por la vía de la extensión universitaria. A ello corresponde agregar que las unidades académicas que conforman una universidad (facultades, institutos, departamentos, centros) suelen operar con elevados grados de libertad e independencia por la alta calificación de sus miembros, difíciles de dirigir y exigentes en orden a trabajar sin interferencias.
De lo dicho se desprende que una institución cuyos trabajadores no son altamente calificados, y/o no son capaces de trabajar con plena libertad y autonomía, no es una universidad. Esta alta calificación exigida a los académicos de las universidades no ha de limitarse al ámbito de los conocimientos, sino que se extiende al plano ético-moral por la responsabilidad que les incumbe como formadores no solo de profesionales, sino de personas íntegras, intachables. No se trata tan solo de formar profesionales para tener más o ser más productivos; se trata de formar profesionales para servir a la sociedad antes que al mercado. La sociedad lo conformamos todos, donde cada uno “pesa” lo mismo, donde estamos entre iguales, a diferencia del mercado, donde cada uno pesa de acuerdo al tamaño de nuestros bolsillos.
En consecuencia, una universidad que es guiada por los requerimientos del mercado, es muy distinta de aquella que se orienta a servir a la sociedad. En el ámbito de la investigación el tema ético-moral se expresa en el objetivo que se persigue y a quien se sirve con la búsqueda de nuevos conocimientos. Se observan grandes progresos científico-tecnológicos, pero su dirección está dejando mucho que desear. La realidad está dada por una siempre creciente capacidad de destrucción de vidas humanas, pueblos y medio ambiente, por sobre la de la eliminación de pobrezas y desigualdades irritantes.
Se extraña una investigación orientada a revertir el proceso de degradación del medio ambiente, del cambio climático, del crecimiento de las desigualdades que posibiliten una vida de calidad para las generaciones que vienen.
En este plano, las universidades son insustituibles, por cuanto son las únicas instituciones que tienen la obligación, el deber, de abocarse a estos desafíos. Esta es su singularidad.