Por Hernán Coloma.-
El domingo 24 de julio de 2016, debiera postularse al calendario oficial patrio como el día en que ‘la gente’, apelativo otorgado a ese actor político nacional que mansamente conducían sus representantes hacia una democracia esquiva, murió.
Habitualmente, la muerte no es algo para celebrar. Pero, en este caso, sí, porque más que una muerte fue un renacimiento, ya que dio vida a un ser desaparecido por decenios del paisaje nacional: el pueblo.
Manifestaciones anteriores anunciaban esta transformación de crisálida a mariposa: las sucesivas movilizaciones de estudiantes secundarios y universitarios; las protestas por la privatización del agua y el abuso que hacen de ella los grandes consorcios que la expropiaron en todo el país; las protestas de los pescadores; las movilizaciones para que Luksic no termine con el último pulmón y el acuífero que abastece a la capital, el Cajón del Maipo; las movilizaciones de enfermos, de minorías sexuales, de pueblos originarios, encarando por grupos estancos a un poder mal administrado que les niega derechos, las protestas en contra de las colusiones descubiertas en distintos sectores de la economía nacional.
Entre los múltiples gritos se escuchaba uno repetido y coreado: “el pueblo unido jamás será vencido”. También el humor campeaba: “Andrade, cásate conmigo”; “AFP: Asociación Formadora de Pobres”.
Esta vez, el domingo 24 de julio, estuvieron todos: viejos, jóvenes y niños; inválidos y atletas; familias con hijos crecidos, guaguas y perros, organizados o como simples individuos, ciudadanos y proyectos de ciudadanos; profesionales, administrativos y obreros: todos. El abuso de las AFP operó el milagro. Según hemos conocido estos días, en artículos publicados por El Mostrador, el promedio de las pensiones que reparte el sistema bordea los $150.000. Y los salarios de sus ejecutivos superan con creces cualquier sueldo “reguleque” de tres o cuatro millones, llegando a cifras desvergonzadas para el nivel de vida del país.
En Santiago se desbordaron cientos de miles; las imágenes de las capitales regionales también mostraron movilizaciones de masividad poco corriente.
El pilar del modelo de concentración de riqueza sobre la base del despojo a la mayoría de la población, las AFP, está en cuestión. Nadie lo quiere, entre los que dependen de un salario o un sueldo para cubrir su vida.
Las proyecciones de esta movilización son incalculables: aseguraría que entre los manifestantes no había votantes de Lagos o Piñera, porque están claramente identificados, uno con la mantención del modelo y el otro con su creación. Tampoco esas inmensas marchas tienen en mente apoyar en las próximas elecciones a algún político coludido con el financiamiento empresarial. “Pueblo sin Partidos”, consignaba un letrero de un grupo de manifestantes. El tono general era de rechazo a los parlamentarios, a los partidos y a los “políticos”.
Hace años que los líderes partidarios hablan de “reencantar” a la “gente”. Esto ya no es posible. Cualquier promesa se escucha como un canto de sirena que hay que ignorar. La gente escuchaba promesas; el pueblo pide actos.
No hay tal que no quieren reformas: lo que no quieren es reformas de cocina.
El rechazo al modelo es masivo y total. Y la respuesta de las instituciones es vacilante y lenta. La clase política debe tomar nota.