La historia de los críticos de la sociedad y los pensadores progresistas comenzó hace mucho tiempo.
Entre los más conocidos, Karl Marx nos entregó una crítica al capitalismo, los anarquistas criticaron el estado, Mohandas K. Gandhi a la sociedad industrial, Sigmund Freud y Herbert Marcuse a la civilización y las feministas al patriarcado. Además, están las críticas a la sociedad colonialista e industrial que han hecho los pueblos indígenas, la crítica a la sociedad de los blancos realizada por las personas de raza de color, la crítica que hacen los ambientalistas e historiadores culturales a la sociedad industrial moderna y la crítica que han hecho muchos estudiosos a la sociedad tecnocrática.
Es cierto que estas críticas y muchas otras tienen mucho que ofrecer, sin embargo, si queremos llegar al origen de los comportamientos disfuncionales y violentos, que hoy en día son un peligro para la sobrevivencia del humano, creo que debemos examinar qué es lo que ha estado sucediendo desde la revolución neolítica de la agricultura, que ocurrió hace alrededor de 12.000 años.
Desde la evolución al homo sapiens hasta la revolución del neolítico los seres humanos vivieron como cazadores-recolectores, adaptándose a las estaciones del año. Durante este periodo, prácticamente todas las actividades, desde cazar y recolectar, a las varias actividades sociales y culturales, eran solo manifestaciones de un deseo de hacer algo útil, significativo y placentero. Aunque algunos aspectos de la sociabilidad sin duda controlaban el comportamiento individual en aras de lo que se consideraba el beneficio del grupo, la misma sociedad se encargaba de que este poder no fuera perjudicial.
Sin embargo, cuando descubrieron que las semillas se podían recolectar, almacenar, transportar, plantar y luego hacerlas crecer, la vida sedentaria se volvió posible, y surgieron actividades de otra naturaleza, como lo que hoy llamamos “cultivar”. Por supuesto que las actividades relacionadas con el cultivo también eran útiles, significativas y placenteras, y probablemente eran menos riesgosas, aunque los riesgos aparecieron en distintas formas, como la disminución de la fertilidad del suelo, que debía ser re-fertilizado.
Mis preguntas principales son las siguientes: ¿hubo un punto en el que la actividad humana dejó de ser producto de la voluntad (útil, significativo y placentero) y se convirtió en algo controlado por la sociedad, como lo que llamamos hoy “trabajo”? y, ¿qué implica esta transición?
En este artículo, considero el “trabajo” en su definición amplia, como el emprender cualquier actividad física o mental que esté controlada y dirigida por otras personas, para beneficiar a otros. Esto implica que el tiempo y esfuerzo empleado no otorga una compensación adecuada al individuo que trabaja. En algunos casos, cuando el trabajo sólo beneficia a otros, es llamado “esclavitud”; por lo demás, nuestra época tiene la mayor cantidad de personas en esta situación en la historia de la humanidad.
¿Por qué digo eso del trabajo? “¿No es posible que el esfuerzo y tiempo que emplea el individuo sean compensados adecuadamente?”
El organismo humano está programado genéticamente para seguir la voluntad propia. No para obedecer la voluntad de otra persona, aunque sea su padre, su profesor, una figura religiosa, un líder político o cualquier otra persona. La voluntad propia se manifiesta a través de funciones mentales, tales como los pensamientos, los sentimientos y la consciencia. El individuo debiera seguir su voluntad propia toda su vida, tal como lo hacen los individuos de todas las especies de animales fuera del humano (a menos que el humano los enjaule, esclavice o domestique).
La revolución neolítica ocurrió espontáneamente en diversos lugares del mundo, pero en algunas sociedades de Asia, Europa, América Central y América del Sur se incrementó el control social para lograr distintos resultados sociales y económicos, tales como hacer más eficiente la producción de alimentos. Las civilizaciones, que surgieron solo hace alrededor de 5.000 años y se caracterizaron por tener pueblos o ciudades, producción de alimentos eficiente que le permitía a un pequeño grupo realizar actividades especializadas, burocracia centralizada y gran habilidad en la guerra, se construyeron mediante el alto nivel de control social.
¿Cómo consiguieron controlar a la sociedad de esta forma? De la misma manera en que se consigue controlarla hoy en día: aterrorizando a los niños para que sean obedientes. Si se quiere controlar a alguien, es mejor comenzar a hacerlo desde que es pequeño.
En la sociedad moderna se aterroriza enormemente a los niños para prepararlos para lo que significa “la vida” hoy: una serie interminable de obstáculos que debemos sobrepasar para ser condicionados a comportarnos de la manera aprobada socialmente, por ejemplo, trabajar.
El costo de este proceso es enorme tanto para el individuo como, finalmente, para la sociedad. Cuando se aterroriza a un niño para “enseñarle a comportarse” (y sobre todo para enseñarle a trabajar), se eliminan los sentimientos que debieran guiar su voluntad propia. El actuar en contra de la propia voluntad provoca una enorme disfuncionalidad en el comportamiento, e implica ser violento con uno mismo, con los demás y con el planeta en general.
Y, cuando ya nos atemorizaron para someternos a la voluntad de los adultos durante nuestra infancia (es tanto el miedo que ya ni siquiera expresamos la mezcla de miedo, enojo, dolor y tristeza que sentimos), debemos reprimir inconscientemente los sentimientos que nos provoca hacer lo que los demás nos dicen, en vez de lo que queremos. Aquí se da una explicación más completa de esto: “¿Por qué Violencia?” http://tinyurl.com/whyviolence y “Psicología sin miedo y Psicología temerosa: Principios y Práctica”. http://anitamckone.wordpress.com/articles-2/fearless-and-fearful-psychology/
En la sociedad moderna, durante el primer año de escuela (el lugar de trabajo de los niños) los niños dejan de tener la libertad de hacer lo que quieren y se vuelven esclavos de la voluntad de otros, lo que no les deja prácticamente nada de tiempo para hacer lo que quieran.
Es más, al llegar a la adolescencia estamos ya tan sometidos y acostumbrados a que nos digan en qué usar nuestro tiempo que ya no percibimos nuestra voluntad propia, y además nos volvemos adictos a las compensaciones (dinero, en general) con las que compramos caricaturas de libertad: objetos de consumo, entretenimiento, vacaciones, actividades que hacemos en nuestro “tiempo libre”, el tiempo que nos queda después de haber pasado todo el día haciendo el trabajo que otros nos exigen. Y como estamos tan atemorizados que reprimimos los sentimientos que nos llevarían a alejarnos de esta situación, aprendemos a racionalizar y justificar lo que hacemos con expresiones como “es lo cuerdo” en esta época. Por ejemplo, “Trabajo para pagar la hipoteca de mi casa”.
Una vez adultos, nos hacemos partícipes en aterrorizar a la siguiente generación para que haga lo que las demás personas quieren.
Si piensas que mi crítica es simplista, te ofrezco una prueba sencilla para probar su validez: si sientes que eres libre de elegir exactamente lo que quieres hacer en todos y cada uno de los momentos de tu vida, ¿qué dice la lista de cosas que te gustaría hacer la próxima semana? Y, ¿qué te gustaría hacer el resto de las semanas de tu vida? ¿Realmente vas a hacer esas cosas? Si la respuesta es no, es muy probable que a ti también te hallan aterrorizado para hacerte creer que no hacer lo que uno quiere es “la manera responsable de comportarse”: una manera muy efectiva de ocultar lo que sucede.
Posiblemente estás pensando en qué pasa con la violencia estructural y cultural, el patriarcado, la revolución industrial (y la privatización de los bienes), el capitalismo y todo el resto de las estructuras y prácticas sociales que limitan o nos niegan oportunidades y elecciones.
Obviamente también son importantes. Sólo estoy diciendo que si queremos entender el origen de todas ellas, y porqué siguen existiendo, debemos tomar en cuenta las consecuencias que trae aterrorizar a los niños para obligarlos a hacer lo que los adultos quieren. No se puede esperar que individuos atemorizados y sin poder creen culturas y estructuras de libertad y se resistan a la violencia o a su propia explotación.
Y lo que es aún peor, algunos de estos individuos aterrorizados y sin poder que están particularmente dañados causan desastre en todo el planeta: comienzan y dirigen guerras, explotan a otras personas sin piedad, destruyen el medioambiente… todo esto persiguiendo las caricaturas de libertad mencionadas anteriormente. Sin embargo, ni siquiera su gran fortuna podría compensarlos por haberse perdido a sí mismos.
Si algo de lo escrito aquí te hace sentido, quizás te gustaría hacer algo al respecto participando en ‘The Flame Tree Project to Save Life on Earth’ http://tinyurl.com/flametree y/o firmando el pedido en línea ‘The People’s Charter to Create a Nonviolent World’ http://thepeoplesnonviolencecharter.wordpress.com
También podrías reflexionar acerca de cómo fue tu propia infancia, y cómo esto influye en tu manera de tratar a los niños. Podrías comenzar leyendo esto: ‘My Promise to Children’. http://www.nationofchange.org/my-promise-children-1383835266
En resumen: puedes hacer lo que los demás quieren, o puedes vivir tu propia vida. Para la mayoría de nosotros es el miedo el que decide.
Traducido por: Emilio Stanton