“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia”
Aldous Huxley
Fui protagonista de un equipo que vino a poner de pie a Radio Nacional Mendoza Desde febrero de 2011 me sumé a la apertura de los micrófonos que se llenaron de contenidos inclusivos. Bajo la dirección de mi querido amigo y camarada Ernesto Espeche ocuparon su lugar, el que por derecho les pertenece, los y las artistas, las y los trabajadores de las organizaciones sociales, los de la diversidad de género, los investigadores científicos, historiadores, deportistas. En fin, todos los que presentaron alguna iniciativa enriquecedora.
Fui partícipe enamorado de un Proyecto Nacional que impulsamos también desde acá en el ámbito comunicacional. Hice periodismo comprometido con las mayorías populares, postergadas durante años, el mismo que hago desde siempre.
La llegada de Gabriela Figueroa como nueva directora nos planteó desafíos. Con un estilo que mezcla las actitudes de su padrino político, Ernesto Sanz, y las de su jefe nacional, Hernán Lombardi, pasó del elogio y reconocimiento de nuestra trayectoria a la prepotencia y los insultos a los trabajadores de la radio (hay pruebas testimoniales y documentales a disposición). Las mentiras respecto de la situación edilicia de la emisora y las responsabilidades atribuidas a Ernesto son el caballito de batalla que se usan para ocultar el autoritarismo y la absoluta falta de criterio profesional, como no sea el de confundir un Manual de Estilo con censura solapada.
Cuando Roberto Arlt hablaba de “prepotencia de trabajo” alguien parece haber leído “trabajo prepotente”. Programas con más de 20 años de trayectoria en el aire, como “El Candil” y “La Libroteca”y profesionales de la comunicación con nivel académico sufrimos el maltrato, el destrato y el ninguneo bajo la careta hipócrita del “Ceder la palabra” o la “pluralidad de voces”. Y, lo que es más grave y ofensivo, la sospecha acerca de la conducta moral sobre uno de nosotros, sospecha que nos salpica a todos los que transitamos estos años de trabajo al servicio de un periodismo inclusivo, amplio, decente y democrático. No pongo las manos en el fuego por la transparencia ética de Ernesto. Pongo todo el cuerpo.
Un país gobernado por una “famiglia” de burócratas del hambre bajo la fachada de “pobreza cero” necesita, es obvio, de burócratas de la infamia bajo la fachada de “todas las voces”.
Voy a resignar ingresos económicos, pero jamás dignidad y convicciones. Somos hijos y nietos de nuestras Madres y Abuelas, somos hermanos de los organismos de derechos humanos, parafraseando a Néstor. Y eso no tiene precio.
Se nos ha acusado en declaraciones periodísticas no desmentidas, de haber causado daño a la radio por nuestra actitud militante. Lo que para Figueroa es una acusación para mí es un orgullo, un emblema que llevo impregnado en mi ADN ideológico. Además, el reproche es también militante, pero del lado Lombardi, Macri, Magnetto y buitre de la vida. La grieta, que le dicen.
Los oyentes que supe conseguir así me lo han hecho saber. Y con eso me alcanza.
Dejo a queridos compañeros en la emisora. Ellos sabrán defender la honra de cada uno de nosotros y la suya propia. Los otros, los de una nueva decepción, tendrán su conciencia en paz o no, allá ellos.
No quiero ni puedo formar parte de un organismo que tiene directivos que espían nuestros perfiles en las redes sociales (también hay pruebas de confesión) o que lamentan que Juan Cabandié haya quedado vivo. Me repugna.
Nacional Mendoza ya no es mi casa. Tengo mucho por hacer, por construir y reconstruir, estoy lleno de proyectos y, sobre todo, lleno de amor por los humildes de la patria, por los humillados de cualquier índole.
He pasado momentos maravillosos en estos años y ese combustible me impulsa.
Gracias por el aguante y la comprensión. No abandono, busco nuevos territorios culturales. Allí nos encontraremos.