Y llega la sexta entrega de las Vidas Dedicadas. Esta vez es Pascale Laso, militante y educadora de Mujeres de Frente, que fue entrevistada por Angel Burbano y Runa Sanabria, del equipo Pressenza-Ecuador.
¿Cómo concibe Pascale Laso a la escuela?
Los mismos profes somos los que hacemos más rígida la escuela y somos los que terminamos desertando de la escuela normal. Las escuelas son asfixiantes, generalmente se piensa que los estudiantes no pueden desarrollar sus habilidades y tienen que seguir las órdenes de los que supuestamente saben más. Para el docente también es un lugar de asfixia, porque hay muy poca posibilidad de ser creativos en una escuela. Además, se te desborda la vida. Vienen 40 niños con toda la vida al aula pero tienes que aprender a multiplicar, porque tienes que cumplir con el Ministerio de Educación. Puedes ver además cómo los guaguas están emocionalmente mal y no puedes atenderlos. Por ello las escuelas son para mi, lugares de impotencia.
¿Por qué Pascale ayuda a otras mujeres a buscar la felicidad por medio de la educación?
Ayudar no es la palabra. Yo soy militante, yo milito, no estoy ayudando porque ese concepto viene desde el poder. Construyo espacios para otras mujeres y es tan enriquecedor para mí como para ellas. Así hubiera sido zapatera, lo hubiera hecho desde mi oficio, para mí la importancia está en construir espacios colectivos.
¿Por qué trabajar principalmente con niños y con mujeres?
Cuando yo empecé a trabajar y la escuela me asfixió, decidí no abandonar el tema educativo pero tampoco involucrarme en proyectos educativos escolares. Ahí se comenzaron a abrir otras posibilidades, empecé a trabajar en temas de capacitación docente y también en el tema carcelario en 2002. Trabajé en la federación de mujeres de Sucumbíos, me invitaron a trabajar c en una escuela de mujeres adultas que funcionaba en el cordón de frontera. A partir de ello obtuve experiencias y fue cambiando mi perspectiva. Por supuesto, no abandonemos a los niños, porque circulan en estos espacios. Los guaguas circulan aquí a la vez que están con sus mamás. La maternidad nos cruza, las mujeres vienen con sus guaguas.
¿Cómo fue su proceso en Sucumbíos?
Era una escuela enorme que funcionaba a través de la Federación de Mujeres de Sucumbíos, habían cuatro educadoras de la misma Federación, a cargo de la escuela. Algunas conocidas me llamaron a echar una mano para hacer el currículo y preparar materiales. Lo que hacían las compañeras de la Federación era ir a dar clases un día o dos y volver a Lago Agrio. Esta escuela logró que Básicamente 200 000 mujeres concluyeran la primaria y luego continuaron con la secundaria.
¿Cuáles han sido los retos más importantes en las escuelas populares de mujeres?
Lo más difícil ha sido hacerle frente a la violencia machista, muchas compañeras tienen que pelearse el espacio con sus maridos, lo que no sucedería si fueran hombres. Tenemos casos en los que los maridos deciden que ya no estudien y las encierran; o mujeres que vienen golpeadas, porque el marido decide que son su propiedad. Esto es lo más difícil de lidiar. No es lo económico: la escuela se va construyendo sin plata o con plata.
El machismo ha callado nuestra propia voz, la conexión con nosotras mismas. Al final no sabes qué quieres, no sabes dónde vas, no sabes nada, es así cómo, permanentemente, a las mujeres nos van callando. La sociedad te dice -no digas eso, no te pongas esto, si te pasa algo sigue adelante, eres mala madre- y vas perdiendo la posibilidad de decirte a vos misma lo que eres.
Otro reto importante es cuando las compañeras buscan un colegio para seguir la secundaria. Las acompañamos a buscar generalmente en la Escuela Sucre, y las mujeres se ven enfrentadas a una institución tradicional. Los procesos para mujeres adultas tienen mayor sesgo que la educación para niñas. En cuanto a la educación de adultos, se piensa que todos pueden ser educadores de adultos, y buscan a cualquier persona sin formación, a la que le guste enseñar a viejitos.
Hasta el 90 hubo un gran auge de educación popular, ahora nuevamente está en decaída, porque supuestamente los gobiernos ya hicieron todo. Los datos demuestran lo contrario. Cuando hay crisis, las primeras que quedan sin empleo y educación son las mujeres; cuando ellas van al colegio se enfrentan a un gran cerco: no se considera que son mujeres adultas, que tienen guaguas y que tal vez se mantienen sin pareja.
¿Cómo responde Mujeres de Frente ante los problemas de estas mujeres?
Como cualquier espacio de militancia, la escuela se construye como un lugar propio, saben que pueden venir en cualquier estado, nadie va a decir nada, solo van a ser acogidas. De todas maneras van sintiendo el espacio propio y valoran que sea un espacio solo de mujeres en el que ningún varón intervenga. Ni siquiera por más buena gente que sea.
La violencia siempre te desconcierta, no puedes entender hasta dónde puede llegar la crueldad del machismo. Es desconcertante como un hombre puede encerrar a una mujer para que no venga a leer. Está muy naturalizado.
¿Esta fue la razón por la que Pascale decide trabajar con mujeres distintas: en cárceles, de distinta posición etaria o de diversa etnia?
Yo no soy Pascale, yo soy Colectivo Mujeres de Frente. Mujeres de frente es un COLECTIVO POLÍTICO, nosotras no somos individuas. Entonces cuando nosotras decidimos entrar a la cárcel y solidarizarnos, lo hacemos como colectivo político con las mujeres que están ahí, cuando decidimos establecer la escuela, nos hacemos presentes como el Colectivo Mujeres de Frente. Tenemos una base que trabaja más el tema penitenciario.
¿Cuál es la importancia del diálogo para Mujeres de Frente?
Es un diálogo amoroso. Creo que el diálogo construye cosas y la posibilidad de dialogar de verdad, construye otras posibilidades de conocimiento. Cuando una mujer viene a la escuela yo siento que tiene mucho saber y que me cuenta todo ese saber. Nadie entiende mejor a la ciudad, por ejemplo, que una mujer que vende en la calle. No estoy dialogando desde una posición superior, lo que ellas me aportan a la escuela es tan importante como lo que yo les aporto en la escuela.
Lo que se hace aquí es Mujeres de Frente, esta escuela va a cumplir 5 años y con el aporte de todas las que van llegando porque no son las mismas. Nosotras fuimos en un comienzo 4 después 6 y ahora circulan 11 mujeres más del colectivo. Cada mujer que llega aporta de forma distinta pero hay un deseo de poder hablar de forma diversa, de generar vínculos, de crear un presente más feliz para todas las que estamos. Actualmente contamos con 30 mujeres.
¿Existe la posibilidad de que los hombres sean parte de estos procesos?
No existe. Porque nosotras hemos construido este espacio de mujeres. Generalmente los hombres quieren intervenir con buena voluntad, pero ¿por qué no construyen sus propios espacios? Si desean colaborar hay miles de formas, pueden gestionar colaboraciones de comida para el comedor del colectivo, o cuidar a los guaguas. Hay muchas posibilidades.
¿Es complicado romper estos discursos en las mujeres?
En las mujeres no. Tenemos espacios donde podemos reconstruir estos discursos. Generalmente estamos confinadas a espacios domésticos y no podemos encontrarnos con otras, tampoco la escuela, tiene una intención para hacer eso. Mujeres de Frente está en autonomía y en autodeterminación, hemos optado éticamente por no comprometernos con nadie, solo con nosotras mismas. Las escuelas están sujetas a la mirada del docente y a los acuerdos ministeriales: tienes 40 aulas de 30 estudiantes, tienes que dar tu clase y salir corriendo.
¿Cómo te han enriquecido los proyectos o trabajos no institucionales?
He podido estar en contacto permanente con diversidades de todo tipo, yo trabajo en educación intercultural también. Hace diez años que yo trabajo con comunidades y pueblos indígenas y eso me ha enriquecido muchísimo, siempre con la posibilidad que la otra persona desde su lugar en el mundo te cambie tu perspectiva y pueda contarte algo que te descoloca y te cambia. Los brasileros hablan mucho del oficio de la educación en el que se va construyendo una forma de hacer las cosas, las educadoras también construimos una perspectiva desde el ojo pedagógico y eso me ha enriquecido con múltiples trabajos y en múltiples vías.
¿Qué te mueve para seguir trabajando de la forma que trabajas?
Me mueve construir espacios de felicidad para todas. Yo soy feliz aquí en esta escuela, además que tengo la posibilidad de hacer algo que me gusta muchísimo, me gusta mucho el trabajo de aula, me emociona acompañar a una mujer en un camino pedagógico. Soy privilegiada al hacer lo que me gusta.
¿Es difícil vivir en comunidad?
Depende si quieres militar y cuál es tu estructura de militancia, no de forma individual, porque la transformación es social. Tengo que hacer una revisión de quién soy yo, mis privilegios de qué, nosotras llevamos más de 12 años pensando en quienes somos y cuáles son nuestros privilegios, eso te hace entrar al colectivo, de esa manera vas decidiendo tus formas de vivir y poniendo tus compromisos éticos. La militancia no es difícil, es tu camino, tu sentido de vida y se va dando, vas siendo más coherente, y te equivocas un montón. Pero vas buscando un sentido de vida.