Por Profesor Valerio Gómez y Adan Hernández Morgan para SomosMass99
Fotos de Jesús García/CuartOscuro
Fue el 25 de mayo, lo encontré sentado en uno de los campamentos, sobre su frente se hacían pequeñas líneas por donde el sudor escurría, su rostro moreno reflejaba los rayos del destellante sol. A más 36 grados, la temperatura hacia su festín con el cuerpo de aquel hombre.
– ¿De dónde es usted Profe? Le pregunté.
No respondió de inmediato, levantó un poco la vista y con una señal hizo un ademán como de fastidio. Luego, su ojos negros como la noche se posaron sobre un punto fijo, inmóvil, en silencio durante unos minutos. Luego, sin darme cuenta expresó:
– ¿Usted cree que vengan Profe?
Aquel hombre bajó la mirada, removió las cosas tendidas en el suelo. Sobre un plástico naranja habían unas mochilas tipo escolar, unas garrafas con agua, a un costado un pequeño anafre donde una delgada línea de humo se consumía lentamente. Mientras acomodaba algunas cosas, hizo una señal para que me sentara junto a él, y sin solicitar mi permiso extendió su mano sosteniendo un plato con alimentos.
– Hay que comer un poco profe, yo preparé hoy la comida para mis compañeros. Me tocó estar en el campamento, estoy seguro que mis compañeros regresarán con hambre. Ojalá que regresen todos sanos y salvos, la verdad ya no sabemos, porque los federales tienen la consigna de apresarnos y mandarnos a la grande, al Amate.
Mientras intentábamos comer algo, se escuchaban ambulancias, el helicóptero que rodeaba el parque central, los celulares recibían mensajes, imágenes de lo que pasaba fuera del campamento. Ahí bajo un cielo que quemaba, y una tierra que poco a poco intentaba tragarnos, aquel profesor contó su historia.
– Tengo 51 años Profe, soy originario de Las Rosas, ahí cerca de Comitán, un lugar que ha parido muchos profesores. Estudié en la Escuela Normal Mactumactzá, acá en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Soy el primer profesionista en mi familia, mi madrecita siempre quiso que fuera profesor, no quería que estudiara algo más porque no había para pagarlo. Por eso la MATU, no sólo me dio una oportunidad, sino que fue mi hogar para lograr que se lograra mi sueño y el de mi madre. Ser un profesor.
Cuando egresé me tocó ser profesor en una comunidad que no aparece en la geografía hasta la fecha. Para poder llegar había que hacer el recorrido durante 8 horas hasta las Palmas, el pueblo más cercano, de ahí hacer un recorrido de 2 horas en lancha para atravesar el mar muerto y la boca barra y luego llegar a la ranchería. Era un verdadero calvario, tenía que salir un día antes de mi casa para poder llegar al pueblo donde nos embarcábamos y salir cada fin de mes, o hasta que la gente fuera por víveres al pueblo, solo de esa forma aprovechábamos a salir un fin de semana.
A pesar de la travesía, valía la pena llegar a la ranchería. Valía la pena ir al pueblo y ver la alegría de los niños y la gente para recibirte. Ahí me dieron una pequeña choza de palma para vivir, la comida yo la preparaba, pero las personas siempre me hacían llegar lo necesario. La amabilidad, el amor, el respeto fue siempre un principio de relación entre el pueblo y su profesor.
Durante los años de servicio que tengo –cerca de 29 aproximadamente– como profesor
Si tuviéramos que vivir de nuestro sueldo nos moriríamos de hambre, porque es una miseria lo que se gana, usted también lo sabe. Cuando empecé a trabajar comencé cobrando un cheque de 904 pesos, esa era mi quincena, no alcanzaba para nada, de verdad, era una bicoca, como dicen por mi rumbo, pero lo repito, mi entrega ha sido siempre con los niños. Poco a poco mi sueldo comenzó a subir, le puedo decir, lástima que no traiga un cheque a mano, sino le mostraría que mi sueldo libre de impuestos no rebasa los 4, 360 pesos (líquido). Y aún así este pinche gobierno dice que tengo privilegios.
Le puedo decir que ahora vivo en la ciudad, en Chiapa de Corzo, ahí decidí hacer vida porque mi esposa es chiapacorzeña, tengo 2 hijos que siempre reclamaron mi ausencia. Mis dos hijos no pasaron fines de semana conmigo porque yo no podía salir de la comunidad todo el tiempo, no pude ayudar a mis hijos a hacer la tarea cuando eran pequeños porque yo tenía que estar fuera.
El profesor hizo una pausa, tragó saliva mientras su garganta anudaba las palabras. Algo quiso decirme, pero la emoción y las palabras no pudieron salir de inmediato. Una lágrima escurrió de sus ojos, respiró profundamente para liberar la emoción y poder sacar aquello que le quemaba entre coraje y tristeza.
– No pude estar en la graduación de Lucía, mi hija mayor. Cuando salió de 6o grado yo estaba en comunidad atendiendo a mis niños, era yo profesor de 6o grado. Mientras yo veía como los niños abrazaban a sus padres y familiares, yo recordaba a mi pequeña que me repitió tantas veces que quería que yo estuviera con ella aquel día.
Mi hijo Héctor hasta la fecha me comenta sus hazañas, él es buen atleta y siempre obtuvo los primeros lugares en las actividades deportivas. Recuerda que siempre me buscó entre la gente, que siempre imaginó que yo aparecería para abrazarlo y levantar su menudo cuerpecito en señal de su triunfo. Pero no sucedió nunca así, porque yo me encontraba en la comunidad alegrando el triunfo de mis niños en las escuelas primarias, siempre dándole aliento a los que se sentían mal, siempre procurando a otros niños para que no desistieran de sus sueños.
Esa fue y sigue siendo mi labor y el compromiso que hice con mi país, con mi patria, porque los profesores aprendemos de a poquito amar nuestro país a través de sus niños, de su gente, de las personas que todos los días luchan aunque la miseria se acentúe más cada día. Nadie mejor que los profesores conocemos las necesidades de la gente en las comunidades, nadie mejor que nosotros conoce la miseria y el hambre. Los gobiernos, los malditos gobiernos profe, ellos no conocen al pueblo, esos desgraciados solo se concentran en ver donde fluye el dinero para ver la forma de imponer más impuestos o implementar reformas para robar y saquear lo poco que nos queda.
Durante años me he movido en varias comunidades, muchas personas me conocen gracias a eso, de pronto me encuentro a médicos, ingenieros, profesores, abogados, un sinnúmero de profesionistas que fueron mis alumnos; algunos me reconocen, otros no me recuerdan, pero no importa, lo único que me llevo en el corazón es el servicio que hago a mi país y su gente.
El profesor no terminaba de contar su historia, sus palabras me había cautivado, tanto que había olvidado por momentos los enfrentamientos. De pronto una fuerte estampida de profesoras y profesores nos interrumpió, todos gritaban que los federales se acercaban al campamento. El profesor, con toda la calma agarró su mochila escolar, sacó de su bolso un pañuelo, metió varias refrescos de gas –de esa marca que está acabando con los acuíferos de San Cristóbal– y me dijo:
– Llegó la hora profe, veamos de qué estamos hechos. ¡Ya basta de escondernos como ratas!, ¡ya basta de tanta intimidación con sus helicópteros en las noches!, ¡ya basta de tantas injusticias de este maldito gobierno!. Si tenemos que luchar, pues que valga la pena hacerlo por nuestros ideales:
¡Por una educación del pueblo y para el pueblo!
¡Por el respeto a los profesores!
¡Patria o muerte! ¡Venceremos!
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas a 05 de junio de 2016.
Campamento Magisterial: D-II-12
*Serie: Los Narradores