Entrevista con Manuel Siles, director de “Extirpador de idolatrías”, una película peruana que hay que ver
Extirpador de idolatrías (2014), el primer largometraje de ficción del director Manuel Siles, ha tenido en las últimas semanas un estreno, que a pesar de ser de alcance limitado, ha resultado exitoso en cuanto a recibimiento del público y de la crítica especializada, pudiendo ser considerada desde ya como uno de los mejores estrenos peruanos del año.
La película, cuya historia se desarrolla en un pueblo en los Andes y en Lima, transita de manera original entre la pesquisa policial y la fábula andina, entrelazando de manera sugerente temas como el sincretismo religioso, la herencia cultural y el mestizaje en un Perú post conflicto armado interno.
Dada la riqueza temática y social que encontramos en este filme, decidimos conversar largo y tendido con su director. Lean la entrevista con Manuel Siles a continuación:
Manuel, ¿cómo nace la película, cuál fue el proceso de investigación?
“Extirpador…” nace hace mucho tiempo, incluso cuando yo ni siquiera sabía que algún día iba a hacer cine. En esa época trabajaba en una compañía de instalaciones electromecánicas en la zona de Yauyos, y viví en las comunidades de Quinches, Huampará, Ayaviri, entre otras. Yo era un joven barranquino educado en colegio religioso y llegue allí con la idea de que estaba ayudando a unos pueblos atrasados. No tenía ni la menor idea de cuán equivocado estaba. No porque allí no fuera indispensable lo que nosotros hacíamos, que era llevar luz eléctrica a esos lugares, sino porque al poco tiempo pude darme cuenta de que había en esas comunidades sapiencia, religiosidad, civismo, y cualesquiera de los valores que yo encontraba en la mía, así como defectos y vicios como machismo, intolerancia, falta de compromiso y otros, que también ya conocía, y también de que la luz eléctrica que nosotros llevábamos no era una ayuda sino un derecho que les correspondía, tanto como a mí me correspondía la que tenía en mi casa.
Ahora diría que la principal reflexión que me quedó de esa época es que no hay una mirada privilegiada de las cosas y que hacemos descripciones del mundo a partir del marco conceptual en el que aparecemos, asumiendo de antemano que nuestra mirada es superior a la de otras comunidades que no comparten nuestros presupuestos teóricos. Seguramente en “Extirpador…” hay también un homenaje a esa gente que conocí y con la que viví hace ya treinta años, además de mi estupor frente a las posturas que dicen tener el privilegio de conocer y administrar la verdad ya sea porque despachen con dios en privado, ya sea porque se hayan elevado por encima de los otros humanos y luego vuelto para salvarnos.
Una amiga arqueóloga me comentaba que para un extirpador de idolatrías sería más importante quemar el cuerpo que decapitarlo, porque la ausencia del cuerpo en la cultura andina era la verdadera muerte. ¿Cómo trabajaste esos temas?
El título es sobre todo una metáfora, aunque sé que también puede verse de manera literal. Mi película propone que, de un modo reciclado, la extirpación de idolatrías aún persiste, esta vez estigmatizando de ídolos o supersticiones a cualquier modelo de desarrollo que no se condiga con el oficial. Desde luego, quedará claro que yo estoy convencido de que la iglesia católica, como iglesia oficial del Estado peruano (y no es un eufemismo), defiende el modelo del status quo, por lo que la metáfora que intento construir es la de la decapitación como un modo de atacar las ideas que no se ajustan a las del discurso oficial, con el apoyo explícito de la jerarquía de esa confesión. Es una licencia de autor. Y es por esa razón que el Extirpador huye a Lima con la cabeza de la niña, supuesta hija del apu, y que en la investigación se habla de que no se encuentran las cabezas de las víctimas.
Sin embargo, a pesar de la escritura metafórica de la película, estoy seguro de que en la realidad y en nuestra época las cosas son realistamente feroces. No dudo que el estado seguirá disparando y asesinando a quienes defiendan su derecho a un modelo de desarrollo alternativo, y que usará las instituciones policiales y judiciales para criminalizar a los que no puedan matar, todo ello con la bendición de la clase política y de la iglesia católica. Ni más ni menos tal cual se hizo en la época de la colonia.
“‘Extirpador’ es una película muy Yuyachkani”
Hay una fuerte colaboración con los Yuyachkani: tu documental previo Divas y fantasmas sobre una alfombra roja, tres de los actores principales y la imaginería de las máscaras. ¿Cuánto te ha influenciado el trabajo de ellos?
Yuyachkani es una de las influencias más fuertes para mí no solo en mi trabajo como cineasta sino en mi vida. Gracias a los Yuyas asumí que era posible hablar del Perú desde un punto de vista comprometido sin por ello ser panfletario, y es gracias a ellos también que desarrollé mi método de trabajo con los actores y artistas técnicos. Como se sabe, Yuyachkani trabaja a partir de un concepto que da inicio a un trabajo de investigación en un laboratorio, en donde a partir de la búsqueda conjunta del colectivo dirigida por Miguel Rubio, va a aparecer la escritura de la obra en la escena. Aunque yo si trabajo a partir de un guión, tengo cuidado en que quede claro que es solamente un punto de partida y jamás un punto de llegada. En mis laboratorios saben que el guión delimita el universo ficcional, pero que dentro de ese marco hay espacio para ser creadores, verdaderos artistas. Tanto es así que muchas de las escenas sencillamente a mí ni se me habían ocurrido y fueron propuestas por completo a partir del laboratorio. Por ejemplo, la escena del mayor comisario en que persuade a la periodista de no entrevistar al detective Mamani a cambio de la exclusiva, fue una propuesta de Renato Gianoli y Fiorella Flores, y la escena del archivo policial fue a propuesta de mi hermano Abraham, quien además de productor fue primer asistente de dirección.
En Extirpador de idolatrías Yuyachkani está, además de lo que tú señalas, en la forma en que se fotografía el mundo andino, en nuestra relación con la luz (a mi modo de ver brillantemente plasmada por Marco Alvarado), en el tono naif con que se narra la relación de los niños, tanto entre ellos como con su medio, e incluso está también en el personaje del detective Waldo Mamani. En tal sentido yo diría que “Extirpador…” es una película muy Yuyachkani, desde luego guardando las distancias, ya que mi ópera prima, con todas sus imperfecciones, no es de ningún modo al cine peruano, lo que los Yuyachkani son al teatro del mundo.
Una de las cosas que más me llamó la atención de tu película es el trabajo del sonido. Las voces se escuchan desde el fuera de campo, y establecen relaciones interesantes. En las oficinas de policía -en occidente-, los separa. Pero en el ande, junta a los personajes. ¿Lo pensaste así desde el principio o es un tema que fue saliendo, o se encontró en edición?
Respecto del mundo andino, sí estaba pensado así desde el principio, dado el carácter mágico que quería imprimirles a los personajes, así como en el mundo interior del detective Mamani. Sin embargo, en la comisaría no tenía una intención tan precisa y no era algo que yo buscara desde el desarrollo del concepto. Cuando apareció fue para mí muy revelador encontrarme con eso y vi la escena en que el mayor comisario ningunea al detective Mamani frente a la reportera y su camarógrafo, mientras él y su asistente, en el otro espacio, no pueden sino escuchar el diálogo fingiendo indiferencia, con una mezcla de indignación y dolor que me conmovieron el alma. Fue una experiencia muy especial ya que la película me revelaba a mí, supuesto autor, cosas que yo no sabía que estaban allí, y me reubicaba entre los espectadores que recién descubren la propuesta del autor. Es interesante, me hace pensar que los directores, más allá de esa mitología que los presenta como un diosecillo todo poderoso y petulante, muchas más veces de lo que quisiéramos no somos sino una especie de albaceas, o escribas, que tomamos dictado del verdadero autor invisible.
Una película que estuvo en mi cabeza mientras veía “Extirpador”, era “El Resplandor” de Kubrick, no solo por el don que puede tener un correlato entre los niños protagonistas de ambas películas, sino por los travelling por la campiña de Yauyos. ¿Fue esa una referencia? ¿Tuviste otras películas en mente?
No la tuve como referencia, por lo menos no conscientemente, aunque ambos niños compartan un don y la de Kubrick sea una película apreciada por mí. Las películas que sí tuve en mente fueron “El viento nos llevará”, “Los sueños”, en especial los de los zorros y el jardín de cerezos, el travelling back de la niña que se va a suicidar en “Satán Tangó”, y el gusto y maestría en la composición de Apichatpong Weerasethakul.
“Un país que todavía está buscándose a sí mismo”
La trama dramática del policía y la periodista me parece sugerente. Descentra el relato, pero también lo complejiza. ¿Cómo nació esa parte de la historia?
Para mí la línea narrativa del detective Waldo Mamani es fundamental, no solo en términos de la anécdota, sino principalmente como símbolo que compone y termina la metáfora de la película. Mamani es el único personaje que tiene nombre y es un nombre mestizo como él. Ante la falta de reconocimiento por su valor y eficiencia profesional sufre una escisión psicológica en donde construye una relación amable, afectiva, con quién representa ese mundo que lo rechaza, que no le reconoce valor alguno. Atrapado entre los dos mundos (al modo de la mamá del niño), el andino y el occidental opta, al principio, por el escapismo de inventar una figura hermosa (la reportera) según los parámetros estéticos occidentales, que sí sabe lo que vale.
Yo imagino a Mamani como el símbolo de un país que todavía está buscándose a sí mismo. En “Extirpador de idolatrías” están los paisajes y las fábulas de mi juventud, cuando yo vivía en algunas comunidades campesinas de Huarochirí; está mi rebeldía frente a aquellos que se atribuyen la potestad de decidir por el resto; está mi dolor e indignación frente al abuso a cualquiera y con mayor razón a los más vulnerables; pero está también mi homenaje, mi admiración, a aquellos que tienen el valor de enfrentarse con sus propios demonios y salir airosos. La reflexión final de Mamani “hay alguien más que sabe lo que valgo y soy yo mismo, no te necesito, sobreviviré…” en la modesta épica de un buen policía de un pueblito perdido en los andes del Perú podría, tal vez, ser el reflejo de un país que solo necesita mirarse con el coraje suficiente para saber que no requiere de nadie que venga a validarlo o descalificarlo, que puede por sí mismo y ante sí mismo decir yo sé lo que valgo, yo y nadie más, y así sobreviviré.
Hay una escena que me recordó a Paraíso (2009), cuando la niña le reclama por su padre a la madre, de forma muy parecida a Sara en la cinta de Héctor Gálvez. Es interesante ese paralelo entre los hijos de la violencia y los hijos del ande, ¿no crees?
La ausencia del padre es un elemento muy importante en la realidad y en el imaginario de nuestro país, sobre todo en el mundo andino, aunque no exclusivamente. Si nos fijamos bien nadie tiene padre en “Extirpador…”, es la niña quien hace el reclamo, pero en el niño tampoco aparece la figura paterna y cuando la madre de este último está en la iglesia ora diciendo “Señor… vela por mi hijo”. Cuando está en el apu sí dice “Padre, protégela, tú sabes que está en peligro”, pero es allí también un padre al que se visita a escondidas. En “Extirpador…” como en “Paraíso” se toca explícitamente el tema, pero tengo la impresión de que el cine peruano aún no lo ha abordado con la profundidad que se merece.
Los temas de la guerra interna se mezclan con los de la persecución religiosa, de hecho se menciona al monseñor Cipriani y está un libro de Yuyanapaq presente. ¿Encuentras un correlato entre ambas violencias?
Sí, definitivamente. En una intervención militar hace unos años a un supuesto campamento senderista en donde habrían liberado de su secuestro a unos niños que eran adoctrinados por los terroristas, murió una niña. De inmediato se descubrió que ese no era un campamento senderista sino un pueblo en extrema pobreza y que los niños no estaban secuestrados sino que vivían con su mamá, a quien trajeron esposada a Lima junto con sus hijos supuestamente liberados de los terroristas. La niña que murió abaleada por los militares (¿cuáles son los resultados de la investigación que se supone se inició al respecto?) fue arrastrada y arrojada a un desfiladero con el afán de ocultarla, inútilmente. A monseñor Cipriani se le preguntó al respecto y dijo “Ya está, la niña ya murió, recemos por ella, no se puede combatir el mal con guantes y mandiles blancos…”, lo que yo he parafraseado en el prólogo de “Extirpador…”, y continuó: “basta ya de atacar a las fuerzas armadas y de hacer uso político de este caso, etc” (Esto último lo cito de memoria). Si los militares, llámese fuerzas que representan el status quo asesinan, pues están luchando contra el mal. Y si eres pobre, “de color modesto” y andas descalzo, pues eres parte del mal que hay que combatir. Si protestas al respecto haces uso político indebido (¿por qué uno no puede tener posturas políticas?) de un caso de la lucha entre el bien (los asesinos) y el mal (los asesinados).
Por eso en “Extirpador de idolatrías” aparece el libro “Yuyanapaq” que es revisado por el detective Waldo Mamani y luego por el mayor comisario quien se lo arroja al cuerpo diciendo: “No me vas a salir con la cojudez esa de los derechos humanos”. Creo que todos tenemos fresca cual fue la posición de la iglesia católica y en especial de Cipriani respecto del informe final de la CVR, que en realidad fue la misma que de la clase política en general: arrojarla lo más lejos posible y acusarlo de persecución en contra de las fuerzas del status quo. Por eso es tan importante para mí que sobre el libro “Yuyanapaq”, un valiente ejercicio de memoria, y sobre “Dioses y Hombres de Huarochiri”, un importante volumen para conocer nuestro pasado y sus persecuciones, el comisario arroje el diario en donde aparecen parafraseadas las declaraciones de Cipriani, “los derechos humanos son una cojudez”, y añada “es palabra de dios”, como metáfora de las fuerzas fácticas bendecidas por la iglesia católica aplastando la memoria y nuestro pasado. Del mismo modo la escena dentro de la casa del extirpador con los niños, que representan la resistencia cultural, escondidos aterrados bajo la mesa, en donde el extirpador lee el libro de su dogma que tilda de bruja a la niña con un machete al costado.
Estás filmando un nuevo proyecto, “Vivir ilesos”. ¿Seguirá en la línea de mezclar los mundos andinos y occidental, o va por otro lado?
Así es, mi nuevo proyecto se llama Vivir ilesos y en él no hay nada que lo acerque al mundo andino, es una película completamente diferente de “Extirpador…”, urbana cien por ciento. No obstante no hay que engañarse, allí está mi idea de que no hay una mirada privilegiada de las cosas, que hay una moral oficial y otras que conviven con ella y que las descripciones del mundo las hacemos desde el marco teórico o paradigma conceptual en que fuimos arrojados, por lo que cuando describimos cualquier cosa, en realidad lo que hacemos es describirnos a nosotros mismos, cosas que se encuentran el sustrato de todos mis trabajos cinematográficos hasta la fecha.
Entrevista: Antolín Prieto
Edición: Laslo Rojas