Un pueblito colombiano en Urabá, región dominada por guerrilleros y paramilitares, consigue establecer la tranquilidad con trabajo comunitario y prohibición de armas.
Por Fellipe Abreu, para Calle2
“Prohibida la entrada sin autorización”, dice el cartel en el ingreso a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, Colombia. Dentro de la comunidad, otro día comienza tranquilo: las mujeres encienden los fogones a leña mientras los hombres salen a trabajar en el cultivo de cacao y los niños se preparan para el colegio. Pero la tranquilidad actual esconde una historia de más de tres décadas de violencia.
Es 26 de diciembre de 2005. Todavía estaba oscuro cuando ellos llegaron. Alrededor de las 5 hs de madrugada, un grupo de militares invadió una casa en una localidad conocida como Vereda La Cristalina, donde dormían seis jóvenes de entre 15 y 25 años, después de una fiesta de Navidad. Todos ellos fueron asesinados. En total se perdieron siete vidas ya que Blanca Quintero, una de las víctimas, estaba embarazada.
Infelizmente ese incidente es sólo una de las muchas masacres que sucedieron en San José de Apartadó en los últimos años. A pocos metros del portón de entrada a la comunidad, es posible ver un montón de nombres pintados en diferentes colores. Es el Monumento de la Memoria, que homenajea a todas las personas asesinadas hasta hoy tanto por grupos paramilitares, como por guerrilleros o por el Ejército mismo.
Colombia es el 15º país más violento del mundo. Con una economía estable y en crecimiento, el país es dominado por carteles de producción de cocaína y por guerrillas armadas. El gobierno de Juan Manuel Santos negocia, hace dos años, acuerdos de paz con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y hace dos meses con el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Sin embargo, hay quien recela que nuevos grupos guerrilleros tomen el lugar “vacío” de las tradicionales guerrillas.
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó está localizada en Urabá (en la frontera con Panamá), región conocida por ser una de las más afectadas por la guerra entre guerrilleros y paramilitares. Sólo entre 1995 y 1997 fueron asesinadas 1.200 personas en la región y otras 10.000 fueron desplazadas por los conflictos.
Cansados de estar en medio de la guerra, en marzo de 1997 decidieron declararse neutros en el conflicto y fundaron la Comunidad de Paz, rechazando la presencia de cualquier actor armado dentro de su territorio, inclusive del propio ejército colombiano.
También instauraron un esquema de trabajo colectivo y comunitario. Cada dos meses los habitantes se reúnen en asambleas donde toman decisiones sobre el futuro, resuelven conflictos entre vecinos, aplican multas o trabajo comunitario a quien infringe el reglamento y comprueban el funcionamiento de 55 grupos temáticos de trabajo (salud, educación, cultivos, etc.). Los viernes se dedican al trabajo comunitario: limpian el pueblo, hacen mantenimiento de la escuela o ayudan a algún vecino que necesita mejoras en su casa.
En una de las muchas casitas con piso de tierra, vive Doña Brígida Mendoza. Siempre con el semblante oscilando entre lo dulce y lo ingenuo, quien la ve por primera vez no imagina la historia de su vida. Ella comenzó ayudando a sus padres en el pequeño cultivo familiar, pero años después consiguió su primer trabajo remunerado en una industria bananera. “Éramos 46 mujeres que trabajábamos todos los días desde las 4 hasta las 23 hs. Era inhumano. Formamos un sindicato y nos pusimos de acuerdo en llegar más tarde al trabajo. Los patrones descubrieron que yo era una de las líderes del sindicado y me despidieron”, recuerda Brígida.
Doña Brígida, que creció con tres hermanos más, se casó y tuvo siete hijos. Sus tres hermanos y dos de sus siete hijos fueron asesinados por grupos paramilitares o guerrilleros. “La última que murió fue mi hija más joven, Elisenia González. Tenía 15 años cuando fue asesinada en la masacre del 26 de diciembre de 2005.
Sin dejarse caer, ella fue una de las principales líderes comunitarias responsables por la creación de la Comunidad de Paz en 1997 y hoy es mundialmente reconocida por su liderazgo en la región: ya contó la historia de su pueblo en Italia, Portugal, España, Suiza, Bélgica, Austria y Alemania, consiguiendo que San José ganara atención internacional.
Pero es a través del arte que Doña Brígida consigue mitigar el pasado y mantener viva la memoria de parientes y amigos perdidos: en sus cuadros de trazos casi infantiles, ella retrata el día a día de la comunidad, la relación del hombre con la tierra, el trabajo en el campo y las diversas matanzas que la comunidad sufrió a lo largo de los últimos años.
Un final de tarde de verano como cualquier otro, Doña Brígida se acomoda en una tosca mesita de madera en la sala de su casa, enfrentada a la puerta que, abierta de par en par, deja entrar la luz para compensar la falta de electricidad.
El verde de las plantas y el colorido de algunas flores colgadas en el patio ganan un tono brillante, intenso. El perfume, como no podía ser de otro modo, es de tierra mojada. Y nadie dice nada, como si esa atmósfera simple y sosegada, propia del interior de cualquier país de América Latina, fuera suficiente reflejo de decires y grandes quehaceres.
Ya de noche, Doña Brígida decide organizar una sesión de cine en la misma sala donde hace pocas horas producía sus artesanías. Con los invitados debidamente acomodados en el piso, la película comienza. No por casualidad, el filme elegido fue Los colores de la montaña, que cuenta la historia de un grupo de niños que viven en una región dominada por la guerrilla en algún lugar del departamento de Antioquía, pero que está cerca de ser atacado por un grupo paramilitar.
En el final de la película, cuando los paramilitares comienzan a atacar la comunidad y a matar a los hombres que supuestamente poden haber tenido algún vínculo con la guerrilla, muchas familias, con miedo, son forzadas a dejar sus tierras para tratar de sobrevivir. Son esas familias las que engordan cada año las estadísticas de personas desplazadas por el conflicto colombiano, que representan cerca del 10% de la población del país.
Doña Brígida interrumpe la exhibición y, con aire de profesora, explica cómo fue tener que huir con la propia familia de su tierra natal, tal como las familias eran obligadas a hacer en la película. “Fue así, tal cual. Me acuerdo que tuvimos que huir por muchos kilómetros hasta sentirnos seguros. Pero en ese lugar poco tiempo después volvía a suceder lo mismo de nuevo. Y teníamos que huir otra vez”, recuerda Doña Brígida, aparentemente sin rastro de rabia y con una porción de resiliencia.
Y así otro día llega a su fin en la Comunidad de Paz de San José. Pero a diferencia de aquel 26 de diciembre de 2005, mañana la comunidad amanecerá en paz.