La única bandera que tengo en la esquina de mi escritorio es la del arcoíris y es meramente por la fascinación por los colores encendidos. Pero políticamente también la única bandera que he tomado como propia es la de la diversidad porque para mí encierra todas las luchas. Podemos hablar de cualquier cosa pero si esto no va de la mano de la diversidad no tiene consistencia. La diversidad es la médula.
Tomar esa bandera ha alejado a prácticamente a todos los que yo creía mis afectos, no solo eso también he recibido infinidad de insultos, con gestos y verbales. Casi nada comparado con las atrocidades que viven otras personas que deciden vivir y amar en libertad, pero son insultos al fin y deben ser rechazados y cuestionados porque así comienza el hilar de violencia que termina en crímenes de odio.
Tomar esa bandera me ha convertido en un apestada y por eso la tomé, para echar sal sobre la herida de los homofóbicos. Porque no es ingenuidad ni ignorancia, es odio vivo, encendido.
Al tomar esa bandera sabía que iba hacia un camino sin retorno, que sería etiquetada de por vida, que vendrían insultos y probablemente hasta golpes o también que me iba la vida en juego, que me quedaría sola porque mucha gente se iría de mi lado. Todo eso lo sabía y con más fuerza la tomé y la alcé. No por mí, porque yo no lo necesito, a mí no me define ni me identifica ninguna bandera. Lo hice porque allá afuera sigue muriendo gente, siguen violando, golpeando, insultando en ese odio y con ese temor a quien tiene la entereza de atreverse a vivir.
Porque aún hay gente sin voz, que no sabe que la tiene, que está tan oprimida que no la conoce. Oprimida por las religiones, estereotipos, por el patriarcado y misoginia con que fomentan el odio en los patrones de crianza y bajo la doble moral de una sociedad hipócrita. Tomé esa bandera para convertirla en eco. Para que los colores de la diversidad retumben como cascadas en montaña.
Y me quedé sola por eso, pero en esta soledad la sigo alzando, y sigo gritando con todas las fuerzas de mi ser que: ¡qué el amor nos haga libres! Porque solo el amor tiene la fuerza y la grandeza para emancipar.
Y cabe decir que tomando esa bandera he creado adrede un muro impenetrable, que solo permite que se acerquen a mi vida las personas realmente humanas, y a ellas las recibo con los brazos abiertos.
Ayer asistí a la fiesta de cuadra que organiza la comunidad LGBTI de Chicago, como parte de las actividades del mes del Orgullo. Esta fiesta y el desfile del Orgullo los espero con ansias cada año, son eventos que no me pierdo por nada del mundo. Voy a divertirme, a pasármela bien y a hacer acto de presencia. Porque creo que la responsabilidad de hacerse visible es un primer paso para crear cambios consistentes en este mundo. Porque el activismo se puede realizar desde distintas modalidades y entre ellas las artes y las redes sociales, pero ninguna de estas jamás tendrá el poder que tiene el que nos hagamos visibles en las calles.
No fui en plan de realizar ningún foto reportaje, pero llevé mi cámara conmigo (como siempre). Les dejo aquí el enlace a mi blog de fotografía donde las pueden ver y también mi cuenta de Instagram donde publiqué fotografías y videos.
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