Por Luciana Mignoli
Salqoe (Pedro Palavecino según el documento) era apenas un niño cuando cientos de indígenas pilagá fueron asesinados en un paraje cercano a Las Lomitas en 1947. Sobrevivió a la Masacre de La Bomba. Y tras largos años de silencio, pudo contar su historia. Falleció el 30 de mayo 2016. Se suma así a la lista de víctimas que mueren sin justicia.
Los diarios no van a hablar de él. No van a describir la profundidad de su mirada ni van a narrar cómo sobrevivió al horror. Nada dirán de su lucha, de su personalidad movilizante ni de su enorme generosidad.
Su testimonio está eternizado en “Octubre Pilagá. Memorias del silencio” y su realizadora, Valeria Mapelman, fue la llave que nos abrió a su confianza, que nos permitió conocerlo y escuchar “historias tristes” bajo la sombra de un árbol.
El 10 de octubre de 1947, en pleno gobierno democrático de Juan Domingo Perón, cientos de indígenas pilagá fueron asesinados en Ayo La Bomba, un paraje cercano a Las Lomitas, Formosa.
Perseguidos por cielo y tierra durante casi un mes. Víctimas de delitos sexuales, torturas, fusilamientos. Enterrados en fosas comunes. Y a quienes sobrevivieron, los esperaban campos de concentración y explotación laboral.
Salqoe recordaba todo. Y lo contaba. Una y otra vez. Quería que lo escucharan. Quería justicia. El tenía muy claro que el Estado intentaba borrar la historia este hecho genocida. Pero la memoria oral emerge como un grito desgarrado.
En junio del año pasado murió Setkoki´en (Melitón Domínguez) y en septiembre, Qadeite (Rosa Palomo), también sobrevivientes de la masacre.
Salqoe es el último de una penosísima lista de abuelos y abuelas que mueren sin ver justicia.
La última vez que lo vimos nos dijo “falta seguir, porque muchos no saben. Y porque todavía duele”.
Y aquí seguiremos, querido Salqoe, exigiendo memoria, verdad y justicia. Porque todavía duele.
Despedida para Salqoe
por Marcelo Musante
Ojos celeste profundo. Eran un par de cielos pilagá.
Y en el fondo de ese celeste, el avión que se venía.
El avión de la Masacre de La Bomba.
Salqoe siempre volvía a la masacre.
Y a Don Pedro, a Salqoe, yo le decía:
– “ya le contó a Valeria, eso es triste, hablemos de otra cosa”
– “Pero el juicio, el juicio sobre la masacre, yo quiero saber”, me decía. “¿Me pueden llevar a Formosa, a los tribunales?, quiero entrar ahí y preguntar qué pasa. Los abogados se olvidaron de nosotros”.
Don Pedro se murió.
Esos ojos tenían furia,
La furia del silencio obligado.
¿Por qué en un país que reivindica la memoria, la de los indígenas vale menos?
Pregunta que no sabemos hacernos, pregunta qué quizás no importa
Fue en 1947, en el gobierno democrático de Juan Domingo Perón
Del mismo modo que en 1924 fue en Napalpí, con un radical, Marcelo T. de Alvear.
Los crímenes de lesa humanidad sobre los indígenas no fueron solo cosas de militares.
Y eso lo repetía Salqoe, Don Pedro.
En él había un tono de voz que te traspasaba.
La masacre no la contaba, la transfería
Había una resistencia y lucha por la verdad que pocas veces en mi vida.
Sabía que era necesario contar, pedir justicia, compartir el dolor.
Sabía que recordar es necesario para que no se repita.
Igual que cuando contaba como lo explotaron en la reducción de Bartolomé de las Casas. Cuatro años de trabajo forzado por haber sobrevivido a la masacre.
No lo conocí tanto, habrán sido cinco o seis conversaciones en su casa.
Las suficientes para saber cómo vivir, cómo pelear, cómo no claudicar.
Hoy La Bomba debe ser una multitud abrazada en llanto y bronca.
Esos ojos celestes se cerraron.
A los que su muerte nos duele, nos queda seguir.
Pedir justicia por todos los asesinados en la masacre de Rincón Bomba.
Hay que hablar en pasado de Salqoe.
No pudo ver lo que tanto pidió: Verdad y justicia.
Queda su familia. Quedan algunos sobrevivientes. Cada vez menos.
Uno de los silencios más injustos, crueles y aterradores de la historia argentina.
Luciana Mignoli, periodista y Marcelo Musante, sociólogo, son integrantes de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina.