¿Qué significa esta sala para mí?
Cuando me propusieron testimoniar sobre la sala de este parque situado muy cerca del mar, en la costa peruana, en una frontera que une desierto y vegetación, a la manera de un oasis, respondí muy suelto de huesos: «Ah, bueno, ya, sí, cómo no». Pero después me di cuenta que no iba ser fácil, porque dar testimonio requería de significados profundos con verdad interna. Y a este tipo de verdad llego muy de vez en cuando por la vía corta de una inspirada intuición. Más bien, necesito descorrer velos para saber que lo que se me presenta como verdad coincide con algo más hondo y más alto que no sé muy bien explicar. Es una especie de cielo. Podría parecerse a una de esas noches de luna en la que las estrellas quietas se muestran en todo su fulgor. Con esa esa luz suave puedo ver algo de la verdad interior que mi paisaje interno espeja en las cosas. Ese descorrer velo tras velo es el que me acerca a ese fondo misterioso que traspasa mi vida con un sentido luminoso que de repente ni siquiera la misma muerte podrá detener.
Dicho esto, a manera de introducción, les cuento que esta sala significa para mi…
La fuerza de un conjunto humano que le pone fe en un proyecto bravo y lo concluye. La feliz culminación de esta sala es simultáneamente ese tiempo nuevo que abre toda construcción bien acabada. Los que logramos tal propósito no somos ya los mismos. Cambiamos para bien al unirnos para darle a la humanidad nuestro mejor aporte. Como se sostuvo en el testimonio anterior: esta obra logró la convergencia de la diversidad, superando el individualismo y las dificultades de relación. Por mi parte puedo añadir que la construcción de esta sala es en sí una demostración de no violencia activa capaz de derrotar en la práctica al egocentrismo imperante. Este significado no es menor, ya que la posibilidad humana de extender por el mundo este cambio cualitativo es de trascendencia histórica.
Este conjunto humano que construyó la sala me recuerda a todos los amigos del movimiento humanista, desde los primeros, hasta los más recientes, incluyendo a los que no están físicamente con nosotros y no obstante están más presentes que nunca. Todos hemos hecho y estamos haciendo los máximos esfuerzos para que existan cada vez más parques con salas como ésta, verdaderos faros de orientación en un mundo en crisis.
Y en el recuerdo agradecido de los que nos antecedieron aparece nuestro fundador, maestro y amigo, Silo.[1] Algunos le decían Negro de cariño y otros sencillamente lo llamaban Mario. Cuando lo evoco prefiero llamarlo así, porque un tío muy querido se llamaba igual y tenía dos cualidades: una, hacerte sentir muy apreciado cuando estabas a su lado; y la otra era que te hacía reír mucho cuando contaba algo a pesar de que no tenía la intención de bromear con ello. Me pasaba lo mismo cuando escuchaba las charlas de Silo, al que en mis diálogos internos llamo Mario.
Creo que también me agrada llamarlo Mario porque alguna vez supe que este nombre significa «el que viene de mar». Y he vivido siempre al lado del mar. Y para mí la vida es como el mar porque entre otras cosas posee una profundidad llena de riquezas escondidas. Imagino a Silo como uno de esos buscadores de perlas que al traerlas a la superficie logran que el sol produzca los destellos de luz que demuestran su autenticidad. Si el mar se parece a la vida, la enseñanza de Silo es para mí la que mejor lo refleja. Con él aprendí a sacar las perlas que yacen en el fondo de mi mar interior. Aprendí también a remar bien, con paciencia, firmeza y persistencia, sin perder el rumbo en medio de los cansancios, las corrientes y las bravezas. Su enseñanza es al mismo tiempo el viento que me impulsa, la brisa que me refresca, la calma que me serena, el ave que surca los cielos y la brújula que me orienta para acoderar en ese puerto que intuyo como mi mejor destino.
Aquí debo confesar que sí hace 44 años me salve de la autodestrucción fue gracias a la lectura de «La mirada interna», ese primer libro de Silo, que me invitó a meditar en humilde búsqueda para llegar a la revelación interior que hiere como el rayo y cambia el sentido de la vida. Se trata, como dice él, de un trabajo interno que, realizado con perfección, pone al hombre en contacto con su fuente luminosa. Hoy que inauguramos este espacio de experiencia espiritual, citar el siguiente pasaje de su libro me parece por demás pertinente: «advertí que mis «descubrimientos» no eran tales, sino que se debían a la revelación interior a la que accede todo aquel que, sin contradicciones, busca la luz en su propio corazón».[2]
Esta sala me confirma con absoluta certeza que cuando tengo en la mente una imagen clara, brillante y cargada de verdad interior («de la luz de mi propio corazón») ella se hace obra real a través de la acción coherente (máxime si esa imagen brillante y esa acción es compartida por otros). Entonces: ¡Qué mejor ejemplo de acción personal y social transformadora que esta bella sala que hoy nos congrega y nos alberga!
También veo en esta sala el lugar ideal en el que puedo descansar, meditar, cargarme de energía, compartir mis mejores sentimientos, agradecer, pedir e imaginar acciones interesantes y evolutivas superadoras de la violencia y la contradicción. En suma, puedo despertar y conectarme con eso profundo y maravilloso que existe en mí.
También significa esta sala darme el gran y regalado gusto de haber contribuido a una obra que servirá a otros, antes de que quede solo en ese para mí en el que tantas veces quedo solo, encerrado e indiferente al sufrimiento ajeno. Como significado existencial brota de esta obra la esperanza de que los que lleguen aquí se vayan con esa fuerza que humaniza todo lo que toca.
Además, aquí jugaré esa curiosa partida que consiste en no apostar a nada: ni al prestigio, ni al poder, ni al dinero, ni siquiera a tener o no la atención de alguien o la razón. Dicho en general, este juego consiste en no apostar por ningún tipo de posesión sea esta natural, humana o divina. Curiosamente, cuando logro abandonar la idea de ganar o perder, tener o no tener, entonces comienza otro juego pleno de luz, de misterio y de sentido. Un juego en el que sin pretender nada voy descubriendo significados luminosos antes ocultados por tanto deseo, tanto temor, tanta carencia, tanta ilusión, tanto ruido, tanta distracción, expectativa o pretensión. Este es un espacio en el que hay que aprender a escuchar con el oído interno las voces quedas y sabias que susurran en el silencio interior.
Todo esto que acabo de decir es lo que esta sala significa para mí.
Nada más, excepto cuatro agradecimientos inspirados por esta obra. Uno, a Don Manuel Gonzales y su equipo que han acompañado la construcción de este parque desde sus mismos inicios, cuando lo primero que se construyó fue ese pozo de doce metros de donde brota el agua que riega, limpia y baña de frescura este pedazo de desierto. Después fue el centro de trabajo y la casa del guardián. Ahora nos ayudó a construir con solidez, proporción y armonía este lugar que invita a una nueva revelación del ser. Otro agradecimiento para Roger Cama que no solo vigila y cuida este parque, sino que nos ayuda en tantas cosas, tantas veces, con su mejor voluntad y de la mejor manera. El tercer agradecimiento es para Silo, quien sostiene que la verdad no es externa, sino que está en el fondo de la conciencia, así como el amor verdadero está en el fondo del corazón (y felizmente le creí, porque eso me lleva a la búsqueda activa, creativa y permanente en mi interior). Y el agradecimiento final es para los familiares que hoy nos acompañan y para todos los amigos de Bolivia, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y Perú que han llegado hasta aquí. Es gracias a todos los presentes esta sala queda públicamente inaugurada con ese fuego espiritual que solo enciende la chispa sagrada que cada ser humano lleva dentro de sí. Eso es todo.
Imágenes de: Roger Cama
[1] Seudónimo de Mario Rodríguez Cobo, pensador y escritor nacido en Mendoza, Argentina, fundador del Movimiento Humanista y de la corriente de opinión Nuevo Humanismo, llamada también Humanismo Universalista.
[2] SILO: La mirada interna, en Humanizar la tierra, Cap. XII, Obras completas, volumen I. Editorial Plaza y Valdez, México D.F., 2002.
Nota: Los Parques de Estudio y Reflexión son lugares de encuentro e irradiación de una nueva cultura y una nueva espiritualidad que rechaza toda forma de violencia y discriminación y que apela a la dimensión sagrada de la mente humana para superar el sufrimiento con experiencias de libertad y sentido. En este lugar cualquiera puede meditar tranquilamente y encontrase consigo mismo. Si así lo desea puede intercambiar con otros que están en la misma búsqueda. Una nueva civilización está naciendo y trae consigo la posibilidad de un mundo que sea la expresión de esa realidad profunda y no violenta. La Sala, forma parte de todos los Parques de Estudio y Reflexión y ha sido concebida para facilitar tal Propósito de renovación histórica, no violenta, personal y social.